II.      LA EDUCACIÓN Y EL DESARROLLO EN LA PRIMERA INFANCIA

§         De la terminología

Una problemática que se presenta cuando se pretende hacer el estudio del desarrollo de la etapa de la vida que va desde el nacimiento hasta los seis-siete años, lo es el de la terminología que se utiliza para denominar a esta edad y a la estimulación que se ejerce para alcanzar los logros del desarrollo, lo cual está estrechamente relacionado con el enfoque conceptual que se tenga de esta etapa, así como de la proyección de lo que deben ser, abarcar o concluir, los sistemas de influencias educativas para estas edades.

Así, cuando se habla de estos sistemas de influencias relacionados con los años iniciales se mencionan los términos de estimulación precoz, de estimulación temprana, de estimulación adecuada, de estimulación oportuna. Pero también se utilizan los de educación temprana y de educación inicial, preescolar e infantil, en estrecha relación con los anteriores, y que pueden o no abarcar a estos mencionados primeramente.

Es por eso que se hace indispensable a la hora de definir la etapa, de concebir sus programas de estimulación, de diseñar una formación de un educador para la atención de la edad de 0 a 6 años, el tratar de hallar un consenso terminológico que facilite, tanto la comprensión y el estudio de la edad, como de los sistemas de influencias educativas que con la misma se relacionan. 

Este galimatías terminológico es algo más que un simple problema gramatical o una mera cuestión semántica, y se imbrica muy apretadamente con la propia concepción de la edad, de sus particularidades, y de hacia donde ha de dirigirse el sistema de influencias educativas que permita la consecución de los logros del desarrollo y la manifestación de todas las potencialidades físicas y psíquicas de los niños y niñas en esta etapa de la vida.

Y, consecuentemente, con las causas, interrelaciones y condiciones, que explican el fenómeno del desarrollo y su vinculación con el proceso de la enseñanza y educación, y en sentido más estricto, con el de la estimulación en las primeras edades.

Es por eso que al iniciar el estudio de la terminología, sea preferible hacerlo a partir del análisis de los términos utilizados en los sistemas de influencias educativas, pues de sus conclusiones se ha de derivar necesariamente el de la propia etapa del desarrollo.

El término de estimulación precoz ha sido fuertemente criticado, y va siendo cada vez menos utilizado para los programas de estimulación, a pesar de que en un momento surgió a la palestra psicológica con gran fuerza.  Decir que algo es “precoz” implica que esta precocidad es una propiedad inherente de la estimulación, e igualmente en que existen momentos adecuados para la estimulación (lo cual es algo aceptado científicamente) y otros en que esa estimulación no es apropiada (lo cual en cierta medida también es valedero). Pero, cualquiera que sea la respuesta a si lo es o no lo es, lo que está claro es que cuando se plantea una estimulación precoz, se está aceptando que ello implica adelantarse al momento en que la estimulación es apropiada.  Que no es lo mismo que la estimulación se imparta previo a la manifestación plena del desarrollo, cuando se incide sobre la zona de desarrollo próximo del niño o la niña.

El termino más difundido en los sistemas de influencias en los primeros años la vida es el de estimulación temprana, que parece ser inicialmente más apropiado por referirse al período de desarrollo en el cual actúa dicho sistema de influencias educativas, organizado de manera sistemática para propiciar el desarrollo del niño y la niña correspondiente a ese momento.  Sin embargo, este término también tiene sus detractores, que lo señalan como parcialmente inadecuado, por considerar que la problemática no radica en proporcionar la estimulación en un momento dado, sino que lo que importa es la oportunidad en la que esta estimulación se imparta.

De ahí se deriva un término acuñado principalmente por los neoconductistas, que es el de la estimulación oportuna, a veces llamado adecuada, aunque semánticamente no significan lo mismo.

Por estimación oportuna entienden no el tiempo absoluto en que una estimulación se imparta, sino un tiempo relativo que implica no solamente considerar al niño sujeto de la estimulación, sino también al que promueve o estimula el desarrollo, el adulto, así como las condiciones bajo las cuales el desarrollo que se promueve es funcional desde el punto de vista social. Este concepto conductista, que es amplio y sobre el que se ha de volver después, se ha limitado en el definir terminológico a la “oportunidad” de la estimulación, es decir, considerar no solo el momento en que esta se aplique, sino que sea "adecuada", no tomando en cuenta realmente lo que implicaba el término para aquellos que lo de inicio lo establecieron, los neoconductistas. De ahí que a veces se hable de estimulación adecuada, para indicar el momento y la oportunidad.

Luego está el vocablo de educación temprana, lo cual nos conduce a la diatriba de las relaciones entre estimulación y educación, tanto en lo que se refiere a la interpretación de esta relación como al período que la misma abarca.

En gran parte de la bibliografía, fundamentalmente la referida a los niños con necesidades educativas especiales, cuando se habla de educación temprana se está refiriendo a la educación a promover en toda la etapa de 0 a 6 años, y no exclusivamente a la de los tres primeros años de la vida.  Esto igualmente ha sido propalado por aquellos que usan el término de educación inicial, o educación de los niños y niñas desde su nacimiento a los seis años, en sustitución de la expresión ”preescolar” que tiende a supeditar esta etapa del desarrollo a la siguiente, la escolar, como si fuera un apéndice o una etapa preparatoria y sin significación en sí misma, algo que, en cierta medida, trata igualmente de justificar el término de educación infantil

Lo más interesante de este galimatías es que en algunos países de Latinoamérica, se designa por educación inicial solamente a la de los tres primeros años de edad, coexistiendo con el más difundido de educación preescolar para niños y niñas de cuatro a seis años.  Esta misma situación se da en los países de habla inglesa, en el que se habla de “early chilhood education” y “pre – school education” para denotar esta diferenciación.  Como se ve el problema no es solo semántico y gramatical, sino conceptual, con aristas políticas y socioculturales.

Si se habla de educación, y no exclusivamente del proceso de enseñanza, se habla de la consecución en el niño de diversos rasgos y manifestaciones de la personalidad, del desarrollo de sus potencialidades físicas y psíquicas más generales.

Cabria aquí hacer una pequeña reflexión, y es que la mayoría de las veces se confunden los términos ENSEÑAR y EDUCAR.  Si bien existe una unidad dialéctica entre los mismos, entre el término enseñanza [4] y educación [5] hay diferencias. Educación  es un proceso más amplio que incluye la enseñanza, estando esta ultima más referida a la instrucción, al proceso de enseñanza. Así decimos que educamos en valores, el sentido estético, las normas de convivencia, etc., y no decimos que educamos las matemáticas, la lectoescritura, etc. estas las enseñamos..

Siempre que se habla de educación se habla en este sentido más general de desarrollo de la personalidad, y de los logros a alcanzar en una sociedad para todos los niños comprendidos en la edad en cuestión.  Desde este punto de vista la educación preescolar, en su sentido más amplio, abarca toda la etapa preescolar, desde el nacimiento hasta los 6 – 7 años, en que se presenta la crisis de esta edad, que permite el tránsito a otra etapa del desarrollo, la escolar.  Designarla como educación preescolar, inicial o infantil, ha de implicar ponerse de acuerdo en los foros internacionales, pues de ser así, cada país la ha de seguir denominando de acuerdo con su tradición pedagógica y cultural.

Pero, consideración aparte del adjetivo, educación significa la consecución en los niños y niñas de aquellos rasgos y particularidades de la personalidad que propicien su desarrollo multilateral y armónico, multilateral referido a los logros que se alcanzan en las diferentes esferas del desarrollo, tanto desde el punto de vista físico, sociomoral, cognoscitivo y estético, y armónico, por el equilibrio que debe mantenerse entre estas esferas del desarrollo.  A lo que se añade una cuestión fundamental: para todos los niños y niñas de la edad en esa sociedad dada.

En la concepción científica del desarrollo éste se valora como un fenómeno irregular y ascendente, que pasa por períodos de lentos cambios y transformaciones en que todos los niños se asemejan entre sí, las llamadas etapas del desarrollo, y momentos de cambios bruscos y rápidos, de transformaciones aceleradas, llamadas crisis del desarrollo, que permiten el tránsito cualitativo de una a otra etapa, y que son, por lo tanto, una manifestación natural del desarrollo. 

Esta periodización del desarrollo va a coincidir, en términos generales, con las de muchos otros autores y corrientes, por lo que cobra carácter de generalidad.  Así, se habla de una etapa de cero a un año, llamada lactancia; una que abarca desde el año hasta los tres, que suele denominarse edad temprana; y una tercera, de tres a seis – siete años, comúnmente llamada edad preescolar propiamente dicha, cada una de ellas intermediada por una crisis del desarrollo. Esta es una periodización psicológica, ajena por completo a la pedagógica, que muchas veces no está avalada por un verdadero conocimiento del proceso evolutivo del desarrollo.

Dentro de esta vertiente suele llamarse entonces educación temprana, al sistema de influencias educativas para los niños desde el nacimiento hasta los tres años, momento del surgimiento de la crisis de esta edad, tan significativa para los educadores en el centro infantil.

Partiendo del criterio de la definición general de la educación, y de lo que esto implica, dentro del término de educación temprana necesariamente tiene que estar inmerso el de estimulación temprana, no habiendo contradicciones entre uno y otro, uno más referido al concepto de educación, el otro más cercano al de instrucción, entendiendo como instrucción en estas edades, el proceso de estimulación.

Se acepte o no sustituir el término de estimulación temprana por el de educación temprana, lo que sí ha de quedar claro que la estimulación temprana es para la consecución de los logros en todos los niños, e implica técnicamente no solo la estimulación sensorial, afectiva y motriz, sino todos los demás aspectos que implica el desarrollo multilateral y armónico de los niños.

Esto fue uno de los errores iniciales de los programas de estimulación temprana, que aun hoy tienen vigencia en algunos planes y programas.  Incluso los neoconductistas, tan dados a la consideración del desarrollo como adquisición y ejercitación de comportamientos, refutan abiertamente que la problemática de la estimulación se centre en la sensorialidad y motricidad, como hacen la mayoría de esos planes.  Para ellos la estimulación no puede reducirse a un simple problema de incrementar la acción en su variación e intensidad, frecuencia física y tipo de movimientos que el niño ha de ser capaz de hacer, sino que tiene que considerar lo que para ellos, los conductistas, es el problema central de la estimulación: la naturaleza interactiva de esos movimientos y de esta estimulación.

Por lo tanto, y tratando de encontrar un consenso, si por estimulación temprana del desarrollo se concibe a esta como educación temprana (valorando lo que el término educación implica) no hay por qué alarmarse por el uso de este término, lo nocivo es cuando el mismo se concibe solo como estimulación de la sensorialidad y lo motor.  No hay tampoco por qué preocuparse si dentro del concepto de educación temprana está implícito que esta sea oportuna y adecuada, en su exacta comprensión.  La problemática no es de terminología, y cada corriente quizás no quiera renunciar a su propio vocablo, sino de conceptualización, de comprender lo que realmente ha de abarcar este concepto.

Una de las problemáticas más frecuentes de los países latinos, en su gran mayoría muy por debajo tecnológicamente de las grandes sociedades industrializadas, generalmente de otra composición étnica, fue la aceptación tácita de planes de estimulación temprana procedentes de estos países más desarrollados, en el auge de la tecnología educativa, que luego resultaban improcedentes, por no ser culturalmente pertinentes y estar elaborados sobre la base de índices del desarrollo neuropsíquico de los niños y niñas de dichas sociedades ultra desarrolladas. Esto hizo que planes estatales para resolver el desarrollo de los niños y niñas en las edades tempranas en estos países menos desarrollados fueran rotundos fracasos, en lo técnico y en lo social.  Por supuesto, esto llegaba ligado a estas mismas concepciones que discutidas previamente, y en la que, a modo de idea más general, el desarrollo infantil se valora ajeno a las condiciones socioeconómicas y culturales, como si fuera un simple problema de estimulación sensorial, motora y en algunos casos, afectiva.

Así, cualquier programa de estimulación verdaderamente científico no solamente debe considerar la acción sobre el componente sensoperceptual, cognoscitivo, afectivo y motor, sino también lo sociomoral, lo estético, la formación de hábitos y organización de la conducta, los motivos, entre otros tantos aspectos, y que tienen su base primigenia muchos de ellos en estas etapas bien tempranas del desarrollo. Y enfocarse para todos los niños de una sociedad dada, independientemente de que, por las diferencias individuales, unos alcanzarán un nivel de logros diferente a los otros, pero partiendo de las mismas oportunidades.

Puestos de acuerdo en estos criterios, y aceptando los diferentes enfoques conceptuales, cabría entonces preguntarse de si es posible encontrar un término que pudiera ser capaz de alcanzar un consenso general para la denominación de la edad, sin que esté permeado por los definidos para los sistemas de influencias educativas.

En este sentido, al definir la niñez en su totalidad, se suele abarcar un período que va desde el nacimiento y que llega, en algunas definiciones hasta los 18 años inclusive. Sin embargo, cuando se perfilan sus etapas se habla de un párvulo, de un niño, de un adolescente, incluso de un joven, indicando que, a pesar de considerar a todos como parte de la niñez, hay momentos diferenciadores en la misma, que como se sabe, están delimitados por distintas crisis del desarrollo.

Valorando estos criterios y los analizados en la parte referente a los sistemas educativos, se sugiere la utilización del término “primera infancia”, para significar la correspondiente a los seis-siete primeros años de la vida, y que permite, dentro de la concepción general de la niñez, distinguirla como una etapa particular en sí misma, y que puede ser aceptada por las más diversas posiciones de los sistemas de influencias educativas, por no entrar en contradicción con ninguno de sus presupuestos teóricos. Que esto encuentre un consenso entre los distintos enfoques sería un paso importante en eliminar una discusión que por su esencia, a veces se torna bizantina y sin gran fundamento.

Es por eso que a partir de este momento en este material y cualquier otro que se refiera a estos años iniciales de la ontogenia del individuo, se ha de utilizar el término de primera infancia para denominar a la edad del desarrollo que va desde el nacimiento hasta los seis-siete años.


[4] Enseñanza, según su procedencia latina, quiere decir Instruir, adoctrinar, amaestrar.

[5] Educar, palabra procedente del latín se traduce como desarrollar o perfeccionar las facultades y aptitudes del niño o adolescente para su perfecta formación adulta.