"ANIMAR A LEER: UNA EXPERIENCIA COMPARTIDA"

Estela Flores

La falta de entusiasmo de los niños y jóvenes por la lectura y el bajo rendimiento en el campo de la comprensión lectora, constituyen una de las principales preocupaciones en el ámbito de la enseñanza. Se suceden los programas orientados a la estimulación y animación a la lectura y la implementación de estrategias que mejoren la comprensión, pero no llegamos a ver los resultados que anhelamos.

Como en tantos otros temas de educación, debemos mirar al Preescolar como una etapa donde comienzan muchas cosas, un tiempo de construcción inicial, de punto de partida del cual depende, en gran medida, el futuro desarrollo de los niños. Esto es así en todos los aspectos, ya que es en esta etapa cuando podemos referirnos con más justeza a la naturaleza global del desarrollo. Por eso, cuando hablamos de la necesidad de formar el hábito lector, debemos asumir la responsabilidad que nos toca como educadores infantiles, en el sentido de ofrecer una atmósfera estimulante para la incorporación gozosa del niño al campo de la palabra.

El tema de la animación a la lectura abarca ámbitos diversos y consideraciones que van más allá de la implementación de técnicas y estrategias para lograr el vínculo del niño al libro, a la palabra escrita. Se trata de la incorporación al mundo de los símbolos, en general, y a la palabra oral y escrita como la forma más rica de comunicación y de lectura de la realidad.

¿Cómo se incorpora el niño al campo de la palabra?

El Lenguaje es una estructura simbólica que precede al recién nacido. Cuando venimos al mundo, todo comienza para nosotros, todo es por primera vez, y el desarrollo que nos permite convertirnos en personas, que nos hace transitar de lo biológico a lo psicológico, a lo esencialmente humano, es la incorporación a esta estructura simbólica que representa la realidad, que la nombra y la significa.

Pero mucho antes de que comience a desarrollar el Lenguaje articulado, el ser humano entra al campo de los símbolos a partir de las palabras que le dan los otros, especialmente su madre o sustituto materno.

Cuando el bebé es acunado para dormir y la madre le canta y le habla dulcemente, lo está haciendo participar a través de ese conjunto de símbolos, de la ternura y el amor que siente por él, bañándolo con palabras que portan un sentido, una significación que el bebé percibe en sus más ínfimos efectos y que constituye fundamentalmente, una representación de ese vínculo afectivo. Es a través de esos símbolos que el ser humano realiza sus primeras lecturas del mundo. A medida que va creciendo, su contacto con el afuera y con los otros va poblando su mente de imágenes, sensaciones, vivencias y palabras, construyendo de este modo su universo simbólico, que conforma la sustancia viva de su propia narración de vida. Así se incorpora al campo de la palabra, se humaniza, porque las personas estamos hechas de símbolos: no tenemos nuestro pasado, ni nuestra infancia, sólo tenemos recuerdos, imágenes, y el lenguaje para poder nombrarlo. Por eso, mientras más rico sea el juego de intercambio en la relación con el mundo y los otros, más rico será nuestro mundo interno y mayores las posibilidades de ampliar nuestra mirada, avivar nuestros sentidos y recrear la realidad.

Promover en el niño, desde los inicios de su vida relacional, experiencias sensoriales que le permita leer el mundo a través de los sentidos, desarrollar la capacidad de elaborar imágenes y disfrutar con el libre juego de su imaginación, implica trabajar en favor del desarrollo de su pensamiento, y por lo tanto, del lenguaje. No olvidemos que las cosas son las palabras que las nombran, y para comprender lo que vivimos es necesario encontrar las palabras que lo signifiquen.

En este sentido, el mundo de la literatura nos ofrece ilimitadas posibilidades. No olvidemos que la lectura es una experiencia multisensorial, porque la palabra y las imágenes refieren a un campo de representaciones que cobran significación a través de las sensaciones que generan. La palabra es disparadora de imágenes, y a la vez, las imágenes convocan a las palabras: no existe, por tanto, imágenes sin palabras ni palabras sin imágenes. Pero este hecho que se produce de manera natural, necesita del maestro mediador para lograr un desarrollo. Motivar al niño para que incorpore la palabra literaria en su vida y haga del acto de leer una experiencia personal, es una tarea de enorme valor y gran complejidad, una tarea que debemos comenzar desde edades muy tempranas.

El niño desarrolla paulatinamente diferentes sistemas de simbolización hasta llegar a incorporar la palabra. El tránsito que debe realizar desde un tipo de simbolización gráfica como el dibujo, al sistema gráfico convencional y arbitrario de la palabra, requiere un esfuerzo importante que nosotros los educadores podemos constatar en nuestra práctica pedagógica. El niño está acostumbrado a expresarse simbólicamente a través del dibujo, que guarda relación aparente con lo que simboliza, pero cuando se encuentra con el lenguaje escrito, con las letras, que también son dibujos, advierte que no tienen ninguna relación formal con la cosa o idea que simbolizan, sino que su correspondencia es totalmente arbitraria y convencional. Todos sabemos que no es lo mismo el dibujo de una casa que la palabra "casa", cuyos trazos no guardan ninguna relación con el objeto simbolizado. Entonces tiene que comenzar a aceptar que este sistema gráfico es totalmente arbitrario y que no tiene ninguna semejanza con sus dibujos, que también representan ideas y cosas. Por lo tanto, este paso implica la construcción de un sistema de representación gráfico diferente al que él venía manejando hasta ahora, con reglas y leyes de funcionamiento propias que deberá incorporar de forma paulatina. Ahora bien, no sería aventurado pensar que la modalidad que utilicemos en la enseñanza de la escritura será en gran medida responsable de que el niño adquiera y conserve el entusiasmo por acercarse a estos signos que no maneja, pero que sabe, contienen significados que pueden desvelar. Lo sabe porque su experiencia cultural se lo ha enseñado y le ha despertado el deseo de conocer, como una manera de incorporarse al mundo de los adultos.

"¿Qué dice ahí?"

Esta es la pregunta que está presente en la mente de los niños interesados en aprender a leer y que nos formulan a los mayores con insistencia. Es esa curiosidad inicial la que tenemos que tratar de conservar y de intensificar en la enseñanza y el aprendizaje del lenguaje escrito, expresivo y receptivo. Pero desafortunadamente la realidad nos demuestra que algo no anda bien, porque la gran mayoría de los niños, a medida que el tiempo pasa, van perdiendo el deseo de leer y de expresarse a través de la escritura. Esto es lo que nos muestran los resultados de los estudios que de tanto en tanto se realizan sobre el rendimiento académico en general, y más concretamente en el área de la comprensión lectora, que como no puede ser de otra manera, tiene una incidencia directa en el proceso general de aprendizaje.

A los niños y jóvenes no les gusta leer, reconocemos con fatalismo los docentes y los padres, muchas veces sin saber a qué o a quién culpar. Pero los docentes de Educación Infantil sólo podemos hacernos cargo de nuestra propia tarea que, por cierto, es de capital importancia para el desarrollo futuro de los pequeños.

Como motivo para la reflexión, quiero compartir con Uds. la experiencia que tuvo una maestra de preescolar en su intento de acercar sus alumnos a un texto literario.

Cuenta ella que un día llevó a su grupo de tres años a la biblioteca del colegio y sucedió lo siguiente:

Cogió uno de los cuentos que estaban en el estante, lo abrió, y con aire misterioso dijo:

_"Sabéis lo que dice en estas letras? Os lo voy a leer: "Había una vez una gallina que tenía..."

_ "No, no, eso no pone ahí, -interrumpió un niño- ahí pone a,e,i,o,u"

_ "También pone ma, pa, pe, ..!. completó una niña.

Esta puntualización fue rápidamente aceptada por la mayoría de los alumnos. Alguien ya les había enseñado que leer era decir a,e,i, ma, pe, pi, etc.

Esta anécdota habla por sí sola. Preocupa ver a qué edad tan temprana los adultos solemos encargarnos de ofrecer a los niños una dimensión artificial y desnaturalizada del lenguaje, de ese lenguaje que ellos ya manejan con cierta soltura y que no le reconocen otra función que la de comunicarse, que la de decir y oír lo que los otros dicen, de hacerse entender y comprender lo que dicen los demás. Pero cuando se trata de la palabra escrita, el niño debe aceptar que no todo lo que está escrito dice algo para que sea entendido y/o disfrutado por él. Se produce un cierto impasse, una suspensión de su certidumbre derivada de la propia experiencia cultural, ( probablemente ya sepa que hay una palabra que lo significa a él, que lo identifica, o que identifica ciertos objetos que conoce, o frases que dicen algo sobre las propiedades de esos objetos, como en el caso de la publicidad, etc.) y se reubica mentalmente en otra disposición para realizar una captación de las letras y palabras, despojadas de su razón de ser, del significado que le otorga su propio valor.

Sin ánimo de plantear una posición determinista, no está de más preguntarnos qué incidencia puede tener el tipo de contacto con la palabra escrita en la escuela, en la formación del vínculo que establece posteriormente con la lectura. O dicho de otra manera, en qué medida las primeras experiencias de contacto con la palabra escrita promueven un tipo de relación con el lenguaje.

Que un niño/a se convierta en lector o que no le guste leer puede tener muchas causas, algunas que podemos conocer y otras que no descubriremos nunca. Por ejemplo, sabemos que los niños que crecen en hogares donde la lectura forma parte de las actividades habituales y placenteras de los adultos, tienen más posibilidades de formar un hábito lector, pero no debemos desconocer que en estos casos, como en los que no existen referencias o modelos de adultos lectores, no siempre los efectos son predecibles. Hay niños en cuyos hogares no existen ni siquiera libros, que manifiestan desde temprana edad un entusiasmo notable por la lectura, y al contrario, niños que tienen modelos de padres muy lectores que no desarrollan ningún interés. Pero dejando de lado estas situaciones que no son la mayoría, es lógico pensar que un niño que tiene a sus padres o figuras muy significativas que disfrutan con la lectura, operen como modelos con quienes quieran identificarse, y suceda lo mismo en la situación inversa, cuando en el hogar se valorizan otros medios de esparcimiento, como la televisión o los videojuegos.

Ahora bien, centrándonos en el ámbito escolar, puede ser útil preguntarnos si el tipo de propuestas que realizamos a los niños para que se incorporen al campo de la palabra escrita, permite desarrollar el entusiasmo por conseguir un desempeño autónomo de la lectura, que es, en todo caso, uno de los principales propósitos de la enseñanza; si ese aprendizaje va siempre acompañado de una íntima motivación y deseo de conseguirlo, y si una vez conseguido, hemos logrado que el niño establezca con la lectura un vínculo placentero y duradero.

Centrándonos en esto último, lo más probable es que lo que proponemos a nuestros alumnos refleje nuestra propia relación con la lectura, nuestra idea con relación al sentido y función de la experiencia lectora en el desarrollo humano.

A la pregunta ¿para qué queremos que los niños se aficionen a la lectura? Podemos responder de manera categórica: para que puedan aprender, porque en nuestra cultura el conocimiento se transmite por medio de la palabra impresa. Pero si nos detenemos un momento a pensar en los beneficios que aporta la lectura, aparecen otros aspectos vinculados al desarrollo humano que trascienden la función de vehículo portador de conocimientos. José Antonio Marina decía en un mensaje a propósito de la celebración del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, que "La lectura no es importante porque divierta, ni porque nos transmita información, sino por algo más trascendental: porque la inteligencia humana es una inteligencia lingüística. Sólo gracias al lenguaje podemos desarrollarla, comprender el mundo, inventar grandes cosas, convivir, aclarar nuestros sentimientos, resolver nuestros problemas, hacer planes. (...) Para que nuestra inteligencia sea viva, flexible, perspicaz, divertida, racional, convincente, necesitamos, en primer lugar, saber muchas palabras."

Los niños pueden aprender muchas palabras que le llegan mediante el sonido de la voz y a través de medios gráficos, siempre que tengan un valor significante que impacte su oído afectivo y su pensamiento, y en estas edades, es la literatura, con su inagotable arsenal simbólico, la encargada de ofrecer palabras que alimenten su inteligencia, su afectividad y su sentido de lo bello.

Pero todos sabemos que la palabra escrita es árida, y que no basta con mirarla y descifrarla para obtener una experiencia placentera. Todo lo contrario ocurre con la imagen, que con sólo percibirla nos puede producir un abanico de sensaciones y emociones inmediatas. La palabra escrita, en cambio, necesita ser revelada en su significación conceptual y afectiva, y traducida en imágenes visuales, sonidos, sensaciones diversas, en fin, necesita de un procesamiento en el que está implicado la mente y el cuerpo como una unidad que, a la vez, recibe sus efectos. Si esto es así, leer es un acto complejo y enriquecedor que debe ser enseñado con el propósito de conseguir que se inscriba en el niño como una experiencia que impacte a su persona y la modifique en alguna medida. Por lo tanto, enseñar a leer significa, desde esta perspectiva, promover una actividad intelectual, afectiva y estética, orientada hacia el desarrollo de la persona del niño, en el más amplio sentido.

En esta etapa, en que el niño no está alfabetizado, o todavía no ha alcanzado un grado de autonomía en la lectura, la narración de cuentos es extraordinariamente estimulante. Cuando escuchan la narración de una historia literaria experimentan con placer y asombro el surgimiento de historias que nacen del contacto de la mirada del adulto con los signos gráficos de un libro, historias que trascienden su realidad inmediata, cotidiana,y lo conectan con otra dimensión de vida, diferente y cautivadora.

Mi experiencia como mediadora entre los libros y los niños, me ha enseñado que si queremos compartir con ellos una experiencia literaria enriquecedora, sean éstos de cualquier edad, hay que tener en cuenta algunos aspectos importantes.

La calidad de relación que tengamos nosotros con la literatura va a determinar el tipo de relación que procuraremos generar en los niños. Así mismo, la conquista personal de la afición por la lectura literaria es indispensable para poderla transmitir, ya que es imposible dar lo que no tenemos, y porque se trata de una experiencia que no sólo se ofrece, sino que se comparte, y esto solamente es posible si el docente se siente genuinamente implicado.

Como en todo acto educativo, necesitamos la capacidad para saber colocarnos subjetivamente dentro y fuera de la experiencia, para poder compartir las vivencias, a la vez que orientar el proceso intangible de aprendizaje y crecimiento espiritual de nuestros alumnos.

La práctica habitual de lectura, la constante exploración y análisis de la producción literaria, es la manera más segura de conseguir la formación de un criterio para determinar la calidad de los textos, tan necesario para realizar una adecuada selección. Pero no siempre los docentes estamos en las mejores condiciones en este sentido. Muchas veces, la presión a la que es sometido el maestro para el riguroso cumplimiento del currículum escolar, determina una limitación del tiempo dedicado a la práctica de narración de cuentos y de actividades de lectura recreativa. No se jerarquiza en favor del desarrollo del lenguaje a través de la literatura, por lo tanto, el tiempo que puede dedicar el docente para su capacitación en este campo es, en muchos casos, insuficiente. Se echa mano de las propuestas que realizan las editoriales y se procede en conformidad con sus recomendaciones didácticas, orientadas, en la mayoría de los casos, al aprendizaje gradual del sistema de escritura. Incluso, algunos métodos de enseñanza proponen la utilización de determinados cuentos y ejercitaciones para la enseñanza de las letras y palabras que van a conformar el aprendizaje básico para estas edades. Sin ánimo de valorar la eficacia de estos procedimientos, con los cuales podemos o no estar de acuerdo, sería útil establecer una diferenciación entre el uso de los textos literarios como recurso didáctico para la enseñanza de contenidos escolares, y la contribución de la literatura al desarrollo general del ser humano.

Si bien es cierto podemos considerar la complementariedad de ambas funciones, existen prácticas pedagógicas que promueven la "escolarización" de la literatura, en el sentido de anteponer las posibilidades del texto para enseñar contenidos curriculares, a los efectos que produce como experiencia estética y psicológica, en un amplio sentido. Por ejemplo, los buenos cuentos permiten encontrar orientaciones y soluciones a muchos de los problemas emocionales que se le presentan al niño en su proceso de desarrollo. A través de la trama narrativa, de sus acciones y personajes precisos, el niño simboliza, del mismo modo que lo hace con el juego, y metaboliza los conflictos afectivos que lo inquietan.

En otro plano, la literatura ofrece múltiples alternativas para el desarrollo de la estructura evolutiva narrativa en la que el niño va organizando los acontecimientos de su vida personal, acuñando un sentido del pasado, del presente y del futuro.

Desde el punto de vista ético y social, promueve posibilidades relacionales diversas, ya que a través de las historias el niño se socializa, identificándose con los personajes y captando la vida del otro como equivalente a su propia vida. Así mismo, promueve la incorporación afectiva de lo "extraño", ya que la literatura infantil trabaja con temas universales y toma valores éticos que pueden aplicarse con independencia de las particularidades históricas y culturales inmediatas.

Otra función importante, especialmente en estas edades, es la que ejerce como objeto transicional de la cultura, como algo equivalente al juguete o al objeto trasicional del que nos habla Winnicott, al cual el niño se vincula para poder transitar hacia el afuera de la relación materna. En el caso de la literatura, las narraciones permiten incorporar un mundo de representaciones que operan como puente entre el mundo interno y la realidad exterior, facilitando el proceso de desarrollo de autonomía. El niño vive la narración como una posesión en la palabra y en la memoria, posibilitándole la construcción de un mundo propio que retiene en las palabras, con el cual mantiene una relación, de ahí que todos hayamos experimentado la exigencia de relatar el mismo cuento muchas veces, con las mismas palabras y el mismo énfasis con que lo hicimos por primera vez.

Por último, y no por ello menos importante, la experiencia literaria permite el desarrollo estético, del sentido de lo bello, a través de la valorización de la palabra y de las imágenes de los cuentos. Por eso es tan importante el rigor con que realicemos la selección de textos literarios para compartir con los niños.

Planteábamos anteriormente la importancia de manejar un criterio contrastado para analizar la calidad literaria, narrativa e ilustrativa de los cuentos, ya que la sensibilidad estética se educa, se desarrolla, y en estas edades, cuando se despierta al mundo y se producen los primeros encuentros con la realidad, cuando todo lo nuevo nos impacta con fuerza a través de los sentidos, qué importante es estar preparados para compartir con los niños una experiencia de goce estético que nutra la sensibilidad de los pequeños hacia la belleza de la palabra, de su sonoridad, de la frase bien construida, del ritmo, de la cadencia, como así también de las imágenes, de su gramática propia, de su elocuencia, de la composición, de los colores, del diálogo sutil que mantienen con el texto, en fin, hacia la captación de una estructura significativa y armónica que nutre sutil y silenciosamente su capacidad para disfrutar de la belleza.

Quienes estamos empeñados en iniciar a los niños en el camino de la afición a la lectura literaria, sabemos que se trata de una tarea sensible, sutil y sistemática, para la cual debemos prepararnos constantemente. Eso implica estar dispuestos a desarrollar en nosotros el amor por la lectura,conscientes de que el proceso de aprender a leer no tiene un límite, así como no tiene límites la imaginación, la creación...Cada vez que leemos un texto literario podemos recrearlo y disfrutarlo en la medida de nuestra disposición para entregarnos y dialogar con él. Y es precisamente esa disposición para disfrutar con la palabra y con las imágenes que las convocan, ese especial estado de expansión afectiva que nos provoca la literatura, el elemento más importante que tenemos para aportar y compartir en la tarea de formar lectores. Todo lo demás se consigue en el camino, en la práctica diaria, aprendiendo de la propia experiencia de mediación entre los libros y los niños. Paso a paso aprendemos a diferenciar entre literatura y lo que no lo es, a prestar nuestra voz a las palabras de los cuentos, a compartir vivencias, y sobre todo, ayudar a los niños a desarrollar la sensibilidad hacia la belleza de la palabra.

ESTELA FLORES RAMOS

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