Cuando el bebé nace, anatómicamente su ojo está formado. Sin embargo, tarda un tiempo en madurar funcionalmente, las células aún no tienen capacidad de ajuste a diferentes distancias y no puede dirigir y enfocar correctamente. En los primeros instantes, sólo percibe fácilmente la sensaciones de claro y oscuro, la movilidad del ojo es muy limitada y la agudeza visual también. Pasadas unas horas percibe las imágenes a unos 30 centímetros de distancia en blanco y negro y reacciona cerrando los ojos y girando la cabeza ante una luz fuerte. Al principio, prefiere mantener su mirada sobre los colores que ofrecen mayor contraste y, entre las combinaciones, llama más su atención el contraste del blanco y el negro o del blanco y rojo.
A los quince días, el bebé muestra una preferencia clara por los rostros y, al finalizar el primer mes, distingue la cara de la madre de las demás. Sin duda, este logro se produce gracias a que en el momento de alimentarle, el contacto visual entre la madre y el bebé es intenso y se realiza a una distancia aproximada de treinta centímetros, que es en la que el bebé ve la imagen con mayor nitidez.
La capacidad de seguir objetos en movimiento mejora rápidamente. Comienza por hacer un seguimiento visual de objetos grandes con mucho contraste en los colores y que se mueven deprisa, para evolucionar con el paso de los meses hacia el seguimiento de objetos pequeños, de menor contraste y movimiento lento.
Con un mes percibe algunos colores como el rojo y el verde, además del blanco y el negro y, durante el segundo mes, manifiesta gran sensibilidad a los objetos brillantes, con preferencia hacia aquellos que se mueven. En el tercer mes comienza a seguir con la mirada el movimiento de los objetos y cumplidos los cuatro meses ya percibe con claridad a una distancia de cuarenta centímetros. En esta edad, reacciona girando la cabeza y abriendo mucho los ojos cuando un objeto se le aproxima demasiado, también aparece la visión binocular porque el bebé empieza a enfocar los dos ojos al mismo tiempo. Gracias al dominio progresivo de esta habilidad percibe las tres dimensiones y podrá calcular la distancia a la que se encuentran las imágenes que ve. Cuando los niños sufren estrabismo carecen de visión binocular.
En el sexto mes percibe, además de los mencionados anteriormente, el color azul y el amarillo y progresivamente percibirá los valores y las intensidades de los demás, por eso, a partir de esta edad, los colores que más le atraen son vivos y brillantes.
Nada más nacer, el especialista realiza un examen de la vista del bebé, comprueba la normalidad de la anatomía del ojo y el reflejo rojo del fondo del mismo, administrándole un colirio antiséptico para prevenir infecciones.
La vigilancia de la evolución de la vista pasa después al pediatra quien constata la simetría y la movilidad ocular a través de pruebas como el reflejo rojo del fondo del ojo, la sensibilidad de la córnea a la luz o la agudeza visual. En el caso de que el pediatra detecte cualquier anomalía, sugiere al los padres la consulta con un oftalmólogo infantil.
Hay un grupo de niños más susceptibles de sufrir algún problema visual como los prematuros, los que sufren alteraciones metabólicas y los que tienen antecedentes familiares de problemas oculares. En estos casos, el oftalmólogo infantil realiza una evaluación después del nacimiento y un seguimiento posterior. También hay que tener presente que la debilidad del ojo se agrava cuando el niño no dispone de un correcto equilibrio emocional. Podría decirse que, en algunos casos, el problema ocular puede ser consecuencia de un proceso psicosomático.
El Instituto Oftalmológico de Barcelona (España) recomienda visitas periódicas al oftalmólogo aunque no se detecten problemas visuales en los niños, porque es el modo de poder realizar un tratamiento precoz cuando aparezca alguna disfunción. Este Instituto aconseja una valoración en el primer mes de vida para comprobar que no existan malformaciones, aproximadamente a los siete meses un examen que descarte el estrabismo, otra al año y medio para confirmar la evolución correcta y a partir de los veinticuatro meses una revisión bianual como mínimo hasta los catorce años, edad en la que el ojo alcanza el tamaño adulto.
Se pueden detectar dificultades de agudeza visual mediante la observación atenta al realizar juegos y actividades de estimulación visual. Por eso, ante cualquier duda o problema en el desarrollo de la visión del niño, es recomendable la consulta con el pediatra
¿Cuáles son los problemas más frecuentes de la visión durante la infancia?
Las alteraciones más frecuentes de la visión son aquellas que disminuyen la agudeza visual y la capacidad para distinguir los pequeños detalles. Según las estadísticas, uno de cada veinte niños menores de seis años tiene algún problema de visión. Antes de los tres años de dad, los pediatras no suelen emplear estudios directos de la visión porque el niño no colabora en la exploración. Cuando el pequeño es capaz de colaborar, el pediatra, o el oftalmólogo pediátrico, utiliza la identificación de dibujos y, al comenzar el aprendizaje de la lectoescritura, en las pruebas se utilizan letras del mismo modo que se hace en las pruebas de los adultos.
Los problemas de visión más frecuentes suelen ser:
- Las infecciones. Durante el nacimiento, al pasar por el canal del parto, el bebé puede contraer conjuntivitis. Después del nacimiento y a lo largo de la infancia, es frecuente que el pequeño sufra conjuntivitis al estar expuesto al contacto con otros adultos o niños que la sufran. Cuando los ojos están enrojecidos, hinchados y segregan una sustancia blanquecina o amarillenta, es preciso consultar con el pediatra para que prescriba un tratamiento adecuado.
- Los conductos lagrimales obstruidos. Algunos padres se preocupan porque en los ojos de su recién nacido no aparecen lágrimas cuando llora. Es normal que suceda esto en bebés menores de cuatro semanas y, en algunos casos como los bebés prematuros, las lágrimas no suelen aparecer asociadas al llanto hasta los dos o tres meses. Las lágrimas brotan del ojo a través de un conducto y pasan desde la esquina del párpado a la nariz. Hay casos en los que el bebé nace con este conducto obstruido, provocando que las lágrimas regresen y, al existir un exceso de flujo, haya propensión a las infecciones oculares. Con frecuencia, los conductos lagrimales se abren por sí mismos antes de cumplir el primer año hasta la edad de un año. Si lo estima conveniente, el oftalmólogo puede prescribir un masaje del conducto o realizar una intervención quirúrgica sencilla para destapar el conducto lagrimal.
- El estrabismo supone una desviación del eje de la visión. Existen muchas formas de estrabismo: esotopía (bizco) cuando un ojo está girado hacia adentro o exotropía (ojos divergentes) cuando el ojo gira hacia afuera. Normalmente, los ojos no están alineados al nacer, comenzando a trabajar coordinados alrededor del cuarto mes, hecho que desarrolla la visión tridimensional. Si, a partir de esta edad, no existe coordinación binocular, o más tarde de los seis meses el niño comienza a bizquear, conviene consultar con el pediatra para que realice un examen completo del ojo.
- La ambliopía, se denomina habitualmente “ojo vago” y supone la pérdida de visión de un ojo aparentemente sano. Suele ocurrir cuando un niño no tiene equilibrada la utilización de los ojos. Inconscientemente, el niño usa más un ojo y el que menos trabaja termina perdiendo la visión debido a la falta de uso. El “ojo vago” puede estar motivado por el estrabismo, una catarata, una herida en un ojo, un defecto de refracción mayor en un ojo o el párpado caído (ptosis). Conviene que los padres y los educadores, así como los pediatras, observen cuidadosamente la correcta utilización de los ojos del niño porque la ambliopía no suele tener síntomas asociados muy aparentes y, en caso de no ser tratada antes de los seis a diez años de edad, la pérdida de visión podría ser permanente.
- La hipermetropía provoca que las imágenes se formen detrás de la retina dificultando la visión de cerca y, aunque con gran esfuerzo de acomodación, se puede conseguir que se formen en la retina. Las consecuencias pueden ser el cansancio visual, el dolor de cabeza y, si no se corrige, incluso llegar al estrabismo. Cuando el bebé nace, suele sufrir una hipermetropía de unas tres dioptrías debido a que el ojo tiene una longitud axial pequeña. A los tres años, más o menos, se alcanza el estado de refracción correcto, aunque esta hipermetropía de evolución puede alargarse hasta los seis u ocho años.
- En el caso de la miopía, la imagen se forma antes de llegar a la retina disminuyendo la agudeza visual de lejos.
- El astigmatismo está producido porque la curvatura de la córnea tiene la forma de un balón de rugby y, al enfocar una imagen, las líneas horizontales y verticales se confunden.
- La catarata es una especie de “nube” que impide el paso normal de la luz al ojo. Cuando la catarata es severa, a simple vista se observa la pupila blanca. Aunque es un hecho excepcional, un bebé podría nacer con una catarata que se detecta fácilmente en el primer examen realizado por el pediatra y, a través del seguimiento oportuno, podría recomendar la cirugía.
- La falta de atención visual. Es normal que el bebé no centre su atención en un estímulo antes de las seis u ocho semanas, sobre todo en los casos de bebés prematuros. Si con posterioridad a esta edad, se observa que el niño no fija su mirada en ningún objeto de colores vivos, no sigue su movimiento lento, ni reacciona ante una luz repentina cercana a los ojos, conviene consultar con el pediatra porque podría ser un síntoma de enfermedad del ojo que, de no tratarse a tiempo, podría derivar en una pérdida permanente o progresiva de la visión.
Los padres deben cuidar la higiene de los ojos del niño y observar la evolución de la mirada para detectar de forma temprana cualquier alteración visual.