LOS PROGRAMAS MULTICULTURALES
EN EDUCACIÓN INFANTIL


Capítulo 2

FAMILIA, CONTEXTO SOCIAL E INMIGRACIÓN

2.1. Problemática social y psicológica de la familia del niño inmigrante.
2.2. La aceptación social general del inmigrante y su efecto en la familia.
2.3. Etnia e inmigración, efectos en la familia.
2.4. La integración del niño inmigrante en su contexto social inmediato.

Capítulo 2
FAMILIA, CONTEXTO SOCIAL E INMIGRACIÓN

Dado que el individuo se desarrolla inicialmente en una familia, es obvio que al surgir la situación de migración, que puede afectar a la familia como unidad fundamental, la misma sea conmovida en sus basamentos e incida sobre la estabilidad emocional de sus integrantes, particularmente los niños que en ella se forman.

La situación de migración comienza, por lo tanto, desde el mismo momento que se toma la decisión de emigrar, y va a alterar la dinámica interna de la familia, sus interrelaciones y los objetivos que, a corto y a largo plazo se ha impuesto como metas a alcanzar. Es por ello que se hace necesario realizar un análisis de la familia previo a entrar en las consecuencias que en los niños significa el hecho de abandonar lo que hasta ese instante constituía su mundo propio y su fuente de seguridad.

La familia constituye la célula fundamental de la sociedad, y es el grupo humano primario más importante en la vida del hombre, la institución más estable de la historia de la humanidad.

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha vivido en familia, tanto aquella en la que nace, como en la que más tarde crea. El hombre y la mujer, al unirse como pareja, fundan una pequeña unidad que constituye el núcleo formativo y educativo básico de toda la sociedad, y en la que aportan y transmiten a su descendencia su manera de pensar, sus valores y actitudes; los modos de actuar con los objetos, las formas de relación con las personas y las normas de comportamiento social, que reflejan lo que ellos mismos aprendieron inicialmente en sus respectivas familias.

Cada familia tiene un modo de vida propio que depende de sus particulares condiciones de vida, de sus actividades sociales específicas, y de las relaciones sociales que se dan entre sus miembros, no obstante todas las familias de un mismo conglomerado social tienen puntos de contacto que las identifican como semejantes dentro de cada singularidad.

La familia tiene funciones, dirigidas a la satisfacción de las necesidades más importantes de sus integrantes, pero no como individuos aislados, sino como partes constituyentes de una misma unidad social en estrecha interdependencia.

La formación y transformación de la personalidad de los miembros de una familia se produce en la realización de estas acciones y actividades familiares. Esto implica que las actividades y relaciones que se dan dentro del seno familiar tienen la propiedad de actuar en los hijos para la formación de sus primeros rasgos y cualidades de personalidad, y de trasmitirles los valores y conocimientos iniciales que son condiciones para la asimilación ulterior de las demás relaciones sociales.

Desde este punto de vista la familia no es una estructura cerrada, sino que a través de ella se filtra, por así decirlo, el sistema de influencias sociales del medio que la rodea. Así, la familia trasmite a cada uno de sus miembros la experiencia social que la humanidad ha acumulado en su devenir histórico, y va formando a sus integrantes de acuerdo con las particularidades de dicha experiencia social.

Las funciones de la familia se expresan en las actividades y en las relaciones concretas que se establecen entre sus miembros, y que se asocian también a los más diversos vínculos y relaciones extrafamiliares. Las funciones constituyen un grupo de complejos condicionamientos internos que constituyen un sistema en sí mismo, de esta manera la familia requiere de una cierta armonía entre ellas, y una disfunción en una de estas funciones altera al sistema como un todo.

La función afectiva de la familia es una de las que más colabora a la estabilidad y sano desarrollo emocional de la personalidad, pues en el seno del medio familiar el niño encuentra apoyo, seguridad y bienestar emocional, si la misma es una familia sana. Pero, incluso, aunque la misma pueda tener una dinámica insatisfactoria, el hecho de contar con una familia es un paliativo importante ante las vicisitudes que el medio pueda generar.

La familia desempeña una función económica que históricamente la ha caracterizado como célula básica de la sociedad. Esta función económica abarca las actividades relacionadas con la reposición de la fuerza de trabajo de sus integrantes; el presupuesto de los gastos de la familia sobre la base de sus ingresos; las tareas domésticas del abastecimiento; el consumo; la satisfacción de necesidades materiales individuales, entre otras. Aquí resultan importantes las acciones dirigidas a asegurar la salud y el bienestar de sus miembros.

La función biosocial de la familia comprende la procreación y crianza de los hijos, así como las relaciones sexuales y afectivas de la pareja. Estas actividades e interrelaciones son significativas para la estabilidad familiar y la formación emocional de los hijos. En esta función también se incluyen las relaciones que dan lugar a la seguridad emocional de los miembros y su identificación con la familia. La identificación emocional con el hogar es un importante factor de estabilidad.

La función espiritual-cultural comprende, entre otros aspectos, la satisfacción de las necesidades culturales de sus miembros, la superación y esparcimiento cultural, así como la educación de los hijos. Algunos autores plantean, además, la función educativa que se realiza a través de las otras funciones, pues todas, a la vez que satisfacen las necesidades correspondientes de los integrantes del núcleo familiar, educan a la descendencia, y de esta manera garantizan la reproducción social.

La función educativa de la familia es quizás su más importante función. Partiendo del hecho de que en el transcurso de la actividad y la comunicación con los que le rodean, el ser humano hace suya la experiencia histórico - social, es obvio suponer el papel que la familia asume como mediador y facilitador de esa apropiación. En este sentido la familia influye desde muy temprano en el desarrollo social, físico, intelectual y moral de los hijos, y que se apoya en una base emocional muy fuerte.

Esto lleva a reconocer la existencia de la influencia educativa de la familia, que está caracterizada por su continuidad y duración. La familia es la primera escuela del hombre y son los padres los primeros educadores de sus hijos.

Mas, ¿qué sucede en la familia cuando de pronto, aunque estén sumergidos en situaciones precarias de vida y las condiciones de supervivencia sean difíciles la familia decide emigrar, o mejor dicho, los mayores del núcleo familiar toman la decisión de emigrar?

2.1. Problemática social y psicológica de la familia del niño inmigrante.

La familia que emigra se convierte en una problemática psicológica y social que comienza desde mucho antes que se toma la decisión de partir. Esto puede implicar incluso un desmembramiento de la propia familia, de la transformación de la unidad que la había caracterizado, pues no siempre todo el núcleo familiar puede acompañar a aquellos que juegan los roles principales en tal decisión.

Así, no es infrecuente que sea el padre, quizás acompañado de alguno de los hermanos mayores, el que inicialmente emigre, dejando detrás a su familia en espera de condiciones para poder traerla consigo. Esto, por supuesto, va a tener efectos sobre la dinámica interna, que van desde el cambio de la autoridad (hasta el momento recayendo fundamentalmente en la figura del padre) hasta un descenso notable de los ingresos familiares, y que van a afectar todo la dinámica e interrelaciones previamente establecidas. Esto va a incidir sobre los niños con un peso considerable, fundamentalmente en los más pequeños, que tienen, de la noche a la mañana, que acostumbrarse a un nuevo sistema de relaciones, a un régimen de vida diferente, a un proceso de socialización distinto. Esto tiene en ocasiones una fuerza disruptiva tan fuerte que desorganiza el comportamiento de los niños, los cuales pueden volverse rebeldes, o taciturnos, o agresivos, al enfrentarse a una situación que no llegan muy bien a comprender.

La decisión de partir puede ser un proyecto largamente meditado y valorado, o puede ser una súbita idea que irrumpe con fuerza en aquellos que tienen la decisión de emigrar. En el primer caso esto puede haber originado transformaciones en el modo de vida de la familia ("¿Para qué vamos a hacer esto si en definitiva nos vamos a ir?") que pueden incluso determinar relajamiento de las costumbres que eran habituales, modificación de los comportamientos, valoración diferente de los hechos concomitantes, en el segundo, el cambio puede ser mucho más brusco aún, y significar una variación considerable de lo que anteriormente estaba establecido, con sus consecuentes resultados en la dinámica interna.

Por supuesto, esto va a tener una relación directa con la causa que determina el emigrar, pues no pasa lo mismo en una familia que tiene que abandonar su país por ir en busca de mejores condiciones económicas de vida, que aquella que lo tiene que hacer porque peligra la vida de alguno de sus integrantes, como puede darse en el caso de las persecuciones políticas o religiosas. En un caso puede afectarse el sistema de relaciones o los modos de socialización, en el otro puede significar incluso una amenaza de desintegración de la familia.

El niño sufre estos cambios, sin saber a ciencia cierta porqué se suceden, y puede reaccionar de forma negativa ante los mismos.

Como toda situación de emigración implica la pérdida masiva de numerosos elementos que le daban estabilidad a la familia (relaciones, amistades, fuentes de trabajo, lugares, clima, a veces idioma, condiciones habituales de vida, etc.), se da la posibilidad de pérdida de valores en la familia, y consecuentemente, de su propia identidad, lo que conduce a desorganización en su dinámica interna, y el surgimiento de un estado de ansiedad característico de la familia emigrante, que permea todas sus relaciones y sistemas de equilibrio emocional. Esto va a tener una consecuencia en la intensidad de las reacciones, en los mecanismos de defensa para compensar estos problemas, y en los medios y posibilidades de elaborar respuestas que impidan la desintegración familiar.

La familia en situación de emigración se enfrenta a temores referidos a la pérdida de su estructura ya establecida, y al sistema de interrelaciones que han sido previamente conformados en su interior, lo cual tiene sus altas y bajas en la medida en que se llega a la decisión final de emigrar.

Esto conlleva una situación característica en la familia emigrante; la escisión interna de sus componentes. Como la decisión de emigrar suele recaer en los que ejercen la mayor autoridad en la familia, el resto de sus integrantes, hijos y otros familiares asume posiciones diversas que están dadas por sus criterios respecto al hecho de emigrar: mientras que unos apoyan la decisión tomada, otros la rechazan, y se suceden relaciones diversas de oposición, no solo contra los que toman la decisión sino entre las facciones que se mueven en la familia, con frecuentes disputas, altercados, agresiones físicas y verbales, etc., que socavan la unidad familiar.

Los niños son notablemente afectados por este estado ansioso y sistema conflictivo de relaciones, y no es raro que sufran pesadillas, o se presenten dificultades en la formación de hábitos, o se manifiesten conductas regresivas (como volver a mojar la cama) que son directamente atribuibles a la situación de migración.

Al ser una decisión que toman los mayores, en los que casi nunca se consulta o toman en cuenta la opinión de los niños y otros miembros de la familia, se suceden situaciones de hostilidad en de los niños hacia sus padres. Para el niño emigrar significa la pérdida de sus amigos, de lo conocido, de su centro infantil o escuela, y no comprende el porqué de esta pérdida anunciada. Ello crea conductas de rebeldía y de menoscabo de los patrones que antes regulaban su conducta, que inciden en sus reacciones emocionales y en contradicciones afectivas, pues aunque los padres continúan siendo su fuente de afecto y seguridad, sin embargo, son los culpables de la decisión de emigrar.

De igual manera otros miembros de la familia pueden ser afectados por la decisión, que en cierta medida modifica su proyecto de vida presente y futuro, por lo que son frecuentes, como ya se refirió, los reproches, las discusiones y la hostilidad de unos con otros. Esto trasciende a la comunidad inmediata, que puede aprobar o desaprobar la decisión tomada, y actuar de acuerdo con lo que considera debiera ser lo correcto.

Es decir, la decisión de emigrar no solamente influye sobre la dinámica interna de la familia, sino que incide, a veces de forma muy manifiesta sobre la comunidad inmediata, lo cual se relaciona de manera directa con la vinculación que esta familia ha tenido con las de su entorno cercano. Si estos vínculos han sido positivos, se da una ambivalencia afectiva con respecto a su decisión: por una parte, pena por la pérdida futura, y alegría por reconocer que marchan a un futuro quizás mejor, a lo que se unen ocasionalmente sentimientos de envidia por no poder hacer lo mismo; si los vínculos han sido negativos, esto puede conllevar una mayor intensidad de la hostilidad previa, incluso llegar a conductas abiertamente agresivas, lo cual se expresa de forma mucho mas evidente cuando hay componentes de tipo político o de intolerancia religiosa condicionantes de estos comportamientos antagónicos.

De igual manera, la familia se enfrenta a sentimientos marcados de inseguridad, que le hacen muchas verse aislarse del medio que le rodea, situación anímica que debilita el sentimiento de pertenencia al grupo social que pertenece, y que le hace rehuir el contacto habitual con las otras familias con las que solían tener una relación adecuada. Esto también tiene su contrapartida en dichas familias que, de acuerdo con su proyección anterior, van a actuar de manera diferente a como solían hacerlo.

Así, si el caso tenía connotaciones políticas o religiosas previas, es frecuente que el conocimiento por estas familias de la decisión de emigrar de aquella, extreme sus posiciones y comportamientos, y si bien antes hasta cierto punto "toleraban" la disidencia política o religiosa, ahora agudizan su rechazo, que en ocasiones llega a cristalizar en agresiones verbales, cuando no físicas. Como la familia emigrante tiene a aislarse del contacto social con las otras, por el sentido de pertenencia que comienza a perderse desde el momento de la decisión, este aislamiento concita mayor aprehensión y rechazo, y suele generar situaciones difíciles para la misma.

Esto va a determinar una dinámica social patológica que incide grandemente en la estructura interna de la familia, partiendo del criterio de que el agravamiento de las condiciones externas repercute desfavorablemente en la dinámica interna de esta familia emigrante, factores que conllevan a una alteración mas o menos severa de su equilibrio emocional.

Es decir, la situación de emigración tiene implicaciones psicológicas y sociales que aparecen desde el propio momento que se toma la decisión de partir, y que van a tener efectos sobre las reacciones que en la familia se den en el nuevo país. Por eso es que no es posible achacar los desórdenes de tipo psicológico o social que pueden aparecer en la familia (y en cada uno de sus integrantes) en la nueva vida como consecuencias exclusivas de la propia situación de inmigración, sino que la calidad e intensidad de los síntomas también están relacionados con las experiencias previas al momento de partir, con lo que fue la dinámica interna y externa de la familia en su anterior hábitat.

Esto es importante de reconocer, porque a veces puede parecer inexplicable que a pesar de ser recibidos de forma positiva en el país receptor, y contar con medios y posibilidades para su desenvolvimiento, se manifiesten en la familia problemas de inadaptación y dificultades de integración al nuevo medio.

Esto es muy significativo en aquellas familias que han sufrido acoso político o religioso en su comunidad de origen, y cuyas huellas y heridas no cierran convenientemente en el nuevo lugar, aunque reciban un trato humanitario y sean aceptados socialmente, y donde es harto frecuente la existencia de rasgos paranoides en sus relaciones sociales con la nueva comunidad.

Dentro de esta dinámica psicológica y social también es de tomar en cuenta las reacciones y relaciones que se dan entre aquellos que parten y los que se quedan, en la que los sentimientos de pérdida, desencanto, temor, suelen aflorar con fuerza. Es harto frecuente que el que parte suele no poder llevar a todos consigo, pues para la busca de modos más amplios de supervivencia y en los que las situaciones iniciales pueden ser bien difíciles, traer a todos puede significar una carga económica imposible de sostener.

Por lo general el adulto, o los adultos que parten, salen con la idea firme de "traer después a los demás" en la medida en que progresan, y seleccionar quienes se van y quienes quedan detrás puede generar posturas y actitudes encontradas en el seno familiar. Los miembros de la familia del que emigra pasan así por estados emocionales diversos, que pueden llegar a un clímax, en relación con las motivaciones de la partida, las condiciones en que la misma se han de dar, de la actitud del contexto social que les rodea, y de las relaciones afectivas que prevalecen en el núcleo familiar, tanto de sus integrantes entre sí como de ellos hacia el que se va y que usualmente ha sido el que ha tomado la decisión que ha de afectarlos a todos.

Todo esto, por supuesto, tendrá una menor o mayor intensidad, un mayor o menor efecto disruptivo en relación con la etapa del ciclo de vida de la familia en que la misma se encuentre.

Es sabido que todas las familias en su devenir como célula básica de la sociedad, atraviesan un ciclo de vida o desarrollo secuencial que comprende un número de etapas que difieren entre sí por la naturaleza de las transformaciones estructurales que se suceden en la misma, las actividades familiares que se desarrollan, el curso evolutivo de sus integrantes.

Estas etapas (formación, extensión, contracción y disolución) tiene un ordenamiento inherente a su propio desarrollo, y plantea tareas a la familia dentro de un proceso continuo de cambio, que varía en relación con las necesidades de la pareja que la ha creado y la época dada. Cada etapa se caracteriza por tareas principales que se gestan en las etapas que la preceden, que tienen un sentido jerárquico y sucesivo, aunque cada una de ellas es autónoma, completa y distintiva, no obstante su condicionamiento anterior.

Dentro de cada etapa los distintos miembros de la familia asumen determinados comportamientos que les sirven para cumplir funciones específicas dentro de un período dado.

R. Macías plantea que las etapas fundamentales son: los antecedentes, el inicio, el desarrollo y la declinación.

Los antecedentes implican el desprendimiento de la familia anterior, el proyecto de la pareja de crear una nueva familia y la decisión de serlo.

El inicio, comprende la creación de la familia mediante la constitución de la pareja, su integración, el nacimiento de los hijos, su infancia.

El desarrollo, que pasa por varias fases intermedias, implica la atención y formación de los hijos hasta su juventud, y el establecimiento de roles de subordinación hacia las figuras centrales de la familia, los padres.

Finalmente, la declinación (que también comprende varias etapas), conduce a la disolución de la familia nuclear por la partida de los hijos, el envejecimiento, la muerte, y la creación de nuevas familias a partir de esta que se va.

La decisión de emigración tiene entonces, una particularidad distintiva en la medida en que se toma en una etapa u otra del desarrollo de la familia, y ha de tener menores o mayores implicaciones para todos sus miembros de acuerdo con el momento en que se toma esta decisión. Así, para un niño de esta familia no es lo mismo que la decisión de emigrar se tome cuando se es un párvulo, a que se haga cuando ya es un escolar, o comienza en la enseñanza secundaria, pudiendo en uno u otro caso, tener efectos muy distintos, en el primer caso la familia constituye la casi totalidad del mundo de interacción del niño (a menos que asista a un centro infantil), en el segundo, sus funciones psicosociales son compartidas con el resto de las instituciones de la sociedad, y la envergadura de las reacciones y situaciones que se derivan de la decisión de emigrar es bien distinta.

Por supuesto, toda y cada una de estas etapas implica una dinámica interna diferente en la familia, y tiene efectos distintos en cada uno de sus integrantes, que pueden ser mas o menos críticos en relación con la calidad de esa dinámica interna: si es una familia disfuncional los efectos pueden ser demoledores, si es una familia funcional, su grado de cohesión puede preservar que la misma no se desintegre en el tránsito migratorio, y en cierta medida preserve a sus miembros de las inevitables consecuencias que se derivan de la situación de migración.

 

2.2. La aceptación social general del inmigrante y su efecto en la familia.

La aceptación por el grupo social de la familia inmigrante que se inserta en la comunidad, juega un papel importante en sus posibilidades de la integración y la paulatina incorporación de la misma, y el tipo de reacciones que asuman los miembros de la comunidad ha de influir de manera decisiva en el transcurso de su adaptación y asentamiento. Sin embargo, esto no suele ser un proceso fácil y que responda a un análisis intelectual solamente, sino que se imbrica con el plano afectivo, que en ocasiones determina los comportamientos a seguir por la comunidad respecto a los que llegan

Los sentimientos de inseguridad que experimentan los que arriban, no solo dependen de su desconocimiento del nuevo medio, sino también de lo que han asumido mental y emocionalmente respecto al mismo. Esto determina que pueden sentirse cohibidos de entablar de inmediato nuevos nexos con los residentes, los cuales pueden interpretar estas acciones y comportamientos como una suerte de rechazo hacia ellos. Esto entra en abierta contradicción con la necesidad de sentirse acogido, de palpar cordialidad y empatía de los que viven en la localidad, de comunicarse. Pero, el sentimiento de duelo por la pérdida de todo lo que han dejado atrás suele ser tan fuerte, que muchas veces requiere un largo período de compensación y superación.

Pero a su vez, no solo la familia inmigrante sufre un proceso de adaptación a las nuevas condiciones, sino que la comunidad residente también siente el impacto de su arribo, que con la presencia de los nuevos miembros de la localidad, puede sentir modificada su estructura grupal, cuestionados sus modos de conducta (en el plano moral, político, estético o religioso, entre otros), valoradas sus costumbres, lo que puede causar problemas en la estabilidad de la organización existente.

Ello implica que para la nueva comunidad la situación de inmigración es también significativa, y no pasa inadvertida a sus integrantes. Esto es mas o menos intenso en la medida en que la comunidad se enfrenta quizás a una o dos familias inmigrantes, a cuando un grupo más considerable aparece en su vecindad. Es por eso que la comunidad receptora también teme por su identidad, por sus valores y hábitos sociales, por su forma de hablar, por sus creencias, y todo aquello que compone su identidad como grupo social.

El equilibrio entonces entre una postura de aceptación por parte de la comunidad o de rechazo hacia los recientes pobladores es bien precario, y va a depender de numerosos factores concomitantes. Es por ello que la relación de la comunidad hacia la familia inmigrante puede asumir tres posiciones fundamentales:

1. Una postura de aceptación externa y sutil, que va a depender en mucho de cómo los nuevos miembros de la comunidad reaccionan ante el patrón habitual y característico de dicha comunidad, y lo aceptan como se les impone.

2. Una posición de absoluto rechazo, que puede conllevar a situaciones conflictivas y asunción de comportamientos hostiles hacia los inmigrantes.

3. Una posición intermedia, en que, conociendo las dificultades que conlleva la inserción de los inmigrantes, posibilita una cierta flexibilidad de ambas partes, lo que permite su integración real con beneficio para ambos.

Realmente la posición intermedia es la de mejores resultados, tanto para la comunidad como para aquellos que se integran, pues implica la inserción dentro de la cosmovisión general que tiene la comunidad, sin que los nuevos miembros pierdan su propia cosmovisión. Desde este punto de vista se enfoca la inserción dentro de un enfoque multicultural, que posibilita la interrelación entre las dos culturas sin que ninguna de ellas pierda su propia esencia como tal.

Pero, la incidencia de factores adversos que actúen sobre esta relación, puede hacer que la tercera vía, que es la más efectiva para una adecuada integración, no sea precisamente la que usualmente la que más se propicia.

En primer lugar, no hay que olvidar que la familia inmigrante está en una fase de duelo, por todo lo que ha dejado atrás y perdido, y esto puede permear su conducta, que puede interpretarse por el grupo social receptor de diversas maneras.

En segundo término, se ha de valorar hasta que punto la comunidad tiene una información de la familia o el grupo que se ha de asentar en ella, o haya participado en la preparación de condiciones para su inserción. Cuando esto se da, están creadas condiciones para una mejor aceptación de los inmigrantes, porque la comunidad no es "sorprendida de repente" por el arribo de estas familias.

En tercer término, la existencia de estereotipos sociales presentes en la comunidad respecto a la etnia, los hábitos, las costumbres o las ideas, juega también un papel, como posteriormente se ha de analizar.

En cuarto lugar, la propia actitud que asumen los que llegan, que puede convertirse en un elemento significativo en el establecimiento de las relaciones.

Quinto, la propia situación socioeconómica de la comunidad, que puede llegar al criterio de que los nuevos pobladores pueden constituir un elemento que agrave su actual status y afecte sus medios de supervivencia, interferir con sus posibilidades de trabajo, sus prerrogativas sociales y laborales, sus capacidades adquisitivas, etc.

El manejo no adecuado de estos elementos puede llevar a posiciones irreconciliables, y afectar la dinámica de la propia comunidad, que puede asumir posturas xenófobas hacia los inmigrantes, independientemente de que la procedencia de los mismos puede también significar un elemento de contradicción dados los condicionantes sociales presentes en ese momento.

Este rechazo puede ser abierto, mediante acciones que la comunidad realiza en contra de los inmigrantes, y que pueden llegar incluso hasta la violencia y la agresión; o solapada o sutil, mediante el uso de chistes denigrantes de la cultura, la raza o la lengua de los que han llegado, el uso de un lenguaje rebuscado que resulta incomprensible e inaccesible a estos, los apodos peyorativos al referirse a ellos, la referencia marcada a los rasgos negativos de su identidad, y mil y otras formas variadas de hacer patente su antagonismo hacia dichos inmigrantes.

En ocasiones, las menos, la comunidad que recibe reacciona de manera positiva, tratándolos con cordialidad y benevolencia, y ofreciéndole colaboración para una eficaz integración al nuevo medio, a partir de expectativas que previamente se han hecho de los que han de llegar, expectativas que de no cumplirse pueden transformar la postura inicialmente asumida, y reaccionar posteriormente con hostilidad y rechazo.

En este sentido, la Declaración Universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural, es enfática al plantear e su artículo 2 que "En nuestras sociedades cada vez mas diversificadas, resulta indispensable garantizar una interacción armoniosa y una voluntad de convivir de personas y grupos con identidades culturales a un tiempo plurales, variadas y dinámicas...." y en el artículo 3 "La diversidad cultural amplía las posibilidades de elección que se brindan a todos; es una fuente de las fuentes del desarrollo, entendido no solamente en términos de crecimiento económico, sino también como medio de acceso a una existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual satisfactoria"

Ello quiere decir que la aceptación del grupo que se integra a la comunidad que los recibe, no solamente actúa sobre el inmigrante sino también sobre aquella comunidad que los recibe, y que todo ello implica un crecimiento de cada uno, constituye un factor de desarrollo de ambos grupos sociales.

Esto se imbrica incluso con los derechos humanos. Así la Resolución continúa diciendo en su artículo 4 referente a los derechos humanos como garantía de la diversidad cultural: " La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana. Ella supone el compromiso de respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales, en particular los derechos de las personas que pertenecen a minorías y los de los pueblos autóctonos. Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su alcance" (el subrayado es nuestro).

Esto plantea que la aceptación de los inmigrantes no solamente es un derecho social que tienen los mismos, sino también un derecho humano.

En aquellos países en los que las necesidades de inmigrantes son un elemento significativo para su desarrollo, como sucede en el caso de Israel, las autoridades crean instituciones y centros para atender a los que pretenden asentarse, para "entrenarlos" en el idioma, las costumbres, los modos de vida de las comunidades en que han de ser ubicados, a la vez que sientan condiciones previas en tales comunidades, para garantizar de esta manera que su inserción sea satisfactoria.

Pero el proceso de inserción de la familia en el nuevo medio no es nunca fácil, aunque algunos de sus miembros se adapte mejor que otros. El hecho de que se mezclen culturas, lenguas, lugares y costumbres, puede causar un estado de confusión en la familia inmigrante, que agudiza el duelo que siente por todo lo que ha dejado atrás, y puede, como se dijo en algún momento antes, en convertirse en una crisis que incluso puede asumir en algunos casos ribetes patológicos.

La pérdida de la identidad, o de parte de su identidad, es un elemento que no todas las familias asumen de igual manera, puesto que el inmigrante para poder integrarse al medio que lo recibe, tiene indefectiblemente que perder parte de su individualidad, lo cual se agrava por la dificultad que puede existir en algunos de los miembros de la familia inmigrante de volver a tener el status que antes poseían en su lugar de origen. No es infrecuente encontrarse que el chofer de taxi, el mandadero o el que lleva las maletas en un hotel, era antes médico, abogado o ingeniero en su lugar de origen, y que ahora, por no poder resolver su posición social o status profesional, se ve obligado a realizar estos menesteres, ello causa una agudo sentido de no pertenencia y de inseguridad, que dificulta su incorporación real a la nueva comunidad.

Por eso, suele decirse que los inmigrantes de menor escolarización y menor status en sus países originales, se adaptan mas rápidamente que aquellos que gozaban previamente de ciertos privilegios por su profesión, nivel económico o status social, aunque haya casos aislados en que tales individuos sean capaces de recuperar su anterior nivel, e incluso llegar a un pináculo superior.

Por supuesto, la intensidad del duelo y las posibilidades de integración de la familia, y de su aceptación por el nuevo medio social, va a depender grandemente de su historia previa, de su dinámica interna anterior, de la solidez de los lazos afectivos precedentes, de la sanidad de su estructura existente antes de la decisión de emigrar y luego de asumir esta, de la cohesión de los lazos familiares. Esto hace que el duelo que sufre toda familia que abandona su lugar de origen sea más llevadero, le permita mantener una postura más realista y asimilar de mejor manera las nuevas experiencias, lo que paulatinamente ha de posibilitar un mejor ajuste e integración al medio.

Analizando entonces el proceso de toma de decisiones en su propio lugar de origen y de incorporación al país receptor, pueden definirse cuatro etapas básicas en el proceso migratorio de la familia:

Una primera etapa, que se sucede aún estando en el país de origen, que incluye el proceso de toma de decisiones respecto a emigrar y que conlleva un reajuste del sistema de relaciones en la dinámica de la familia, que puede o no asumir un carácter conflictivo y desintegrador del equilibrio emocional en la medida en que los fundamentos previos de la estructura y dinámica de la familia eran o no sanos y adecuados.

Pero, aún en el mejor de los casos, y donde la familia muestre los índices de mayor salud mental y estabilidad interna, siempre han de sucederse situaciones de stress acumulativo que han de ejercer un efecto desestabilizador de la dinámica interior de la familia.

Una segunda etapa, que sucede ya en la llegada al país receptor, en que se da la presencia manifiesta de duelo, de intenso dolor por la pérdida de todo lo que ha quedado detrás, que suele acompañarse de estados negativos emocionales muy severos y que pueden llevar a la total desintegración de la estabilidad de la dinámica familiar.

Esta es la etapa más aguda de la situación de inmigración, que incluso puede devenir en una crisis de inadaptación y en algunos individuos, y por circunstancias específicas, devenir en una psicosis o enfermedad mental.

Una tercera etapa, en la que la familia comienza a abrirse a la acción del nuevo medio y la nueva cultura, lo que lleva aparejado una reducción de la intensidad de los síntomas de inadaptación, lo que permite una interacción más efectiva entre las dos realidades de la familia, la interna condicionada por todo lo anterior, y la externa, que comienza a transformar dicha realidad interior para ajustarla a las nuevas condiciones.

Una cuarta y final etapa de recuperación, en la que se empieza a vivenciar lo anterior como una parte de la vida previa, y no como algo que se anhela volver a tener, lo cual posibilita la inserción apropiada en el nuevo medio y formar parte consustancial de la nueva comunidad.

Ello no quiere decir que el duelo se supere de manera absoluta, no al menos en aquellos que tenían posibilidades intelectuales y emocionales para analizar su situación de emigración y de inmigración, pues el proceso de multiculturalización mantiene la cultura de procedencia junto a la nueva cultura, sin que una haga desaparecer la otra. Esto, en suma, transforma la identidad previa, y conforma una nueva manera de ser de la misma, que permite la real adaptación del sujeto al nuevo medio que ha escogido para vivir.

De esta manera, lentamente, y directamente relacionado con las particularidades de cómo la familia ha elaborado la etapa de duelo, sus integrantes comienzan a sentirse parte de la nueva comunidad, asimilando sus características fundamentales (lengua, valores y costumbres, comportamientos sociales y culturales, etc.) manteniendo de manera simultánea una relación estable y positiva con el lugar de origen, con su propia cultura y lengua, sin rechazarlo como condición para su aceptación en el que los recibe. Este proceso de integración es largo y trabajoso, y siempre implica un tránsito gradual del proceso migratorio hasta la integración definitiva.

Este tránsito ha de ser mas o menos violento y dramático en relación con la causa que ha promovido la decisión de emigrar, y en el modelo anterior se ha reflejado la mas característica de la época actual: aquella en la que la familia de motu propio decide abandonar el país en que ha transcurrido toda su existencia para probar suerte en uno nuevo, en busca de una mejoría económica que le permita resolver o mejorar sus condiciones de supervivencia. Tránsito que, acompañado de toda la constelación social y psicológica que le acompaña, porque la migración implica siempre un proceso difícil y traumático, es siempre menos agudo que cuando las motivaciones y decisiones dependen de agentes o hechos ajenos a la voluntad de la familia o condicionados por factores que pueden llevar a su desintegración, como puede ser la guerra, la persecución política o la intolerancia religiosa, los desastres naturales, las hambrunas o epidemias, las luchas civiles, etc.

 

2.3. Etnia e inmigración, efectos en la familia.

La problemática social y cultural de las minorías étnicas y de las etnias como tal en el proceso migratorio y sus efectos en la familia, es un aspecto de importancia relevante a considerar en el análisis general de la situación de migración.

El quid de esta cuestión radica en que el problema étnico es una cuestión que se sobreañade a la ya conocida de la xenofobia o rechazo al extranjero, y se mezcla con los estereotipos sociales que muchas veces forman parte de la identidad de la comunidad receptora. Si para algunas localidades es difícil aceptar a los inmigrantes por su condición de extranjeros, esta problemática se agudiza si intervienen elementos de racismo o antisemitismo, y hace mucho mas complicado el proceso de aceptación de dichos inmigrantes.

Cuando la comunidad se enfrenta a una inmigración que no coincide con sus estereotipos o arquetipos habituales, ello conlleva siempre un proceso de asimilación más complejo y, consecuentemente, una acomodación o integración de los nuevos conceptos para ajustarlos a los ya asimilados, mucho más difícil. Si, por el contrario, los inmigrantes pertenecen a los cánones que desde el punto de vista étnico para esa comunidad son aceptados, entonces el proceso se facilita dentro de los límites que la integración impone.

De esta manera la inmigración proveniente de los países asiáticos y africanos, incluso latinoamericanos, que busca instalarse en los países altamente industrializados de población mayoritariamente blanca, suele ser mas rechazada que aquella que proviene de países donde la raza blanca es prioritaria, como sucedió con la proveniente de Europa del Este que, durante la desintegración de sus antiguos regímenes sociopolíticos, constituyeron un flujo masivo hacia estos países mas desarrollados.

Sin embargo, la realidad es que son precisamente estas regiones en las que predominan etnias diferentes a la de los países receptores las que más depauperadas económicamente se encuentran y las que generan un mayor número de emigrantes, situación que se incrementa en la misma medida en que los procesos globalizadores de la economía mundial agudizan las contradicciones entre los países ricos y los pobres.

El problema de las etnias se conjuga con la existencia de los arquetipos raciales y sociales, haciendo más fácil o difícil la aceptación de las mismas. Criterios tales como "los negros son vagos y ladrones, los árabes ladinos, los judíos avaros, los latinos desorganizados y revoltosos", entre otros referidos al origen étnico, se unen a otros peyorativos referentes a las nacionalidades "los italianos son mafiosos, los mejicanos y chicanos buscapleitos, los argentinos esnobistas y autosobreestimados, los colombianos violentos", etc., para crear disposiciones negativas en los grupos receptores hacia la aceptación de los inmigrantes, y prevalecen muy por encima de los arquetipos positivos: "los alemanes son organizados, los chinos laboriosos, los españoles trabajadores, los ingleses metódicos", y por el estilo. Llama la atención que estos arquetipos positivos, cuando existen, se refieren mayoritariamente a composiciones étnicas y procedencias nacionales que coinciden con la mayoría de la composición étnica de los países receptores.

Pero aún así, hay lugares donde incluso el factor étnico se acompaña obligatoriamente de componentes sociales y religiosos que ejercen una discriminación sobre aquellos que no poseen esos rasgos, como es el criterio prevaleciente en muchas zonas de los Estados Unidos en que las etnias aceptadas pertenecen a la categoría WASP (white, anglosaxon, protestant: blanco, anglosajón, protestante) y su aceptación es muy diferente a la de aquellos que no cumplimentan estos cánones.

La Resolución de la UNESCO ya citada es bien definitoria al respecto, y en las orientaciones principales del plan de acción para la aplicación de dicha resolución, establece que se ha de "Desarrollar la definición de principios, normas y prácticas en los planos nacional e internacional, así como en los medios de sensibilización y las formas de cooperación más propicios a la salvaguarda y a la promoción de la diversidad cultural", agregando mas adelante "Favorecer el intercambio de conocimientos y de las prácticas recomendables en materias de pluralismo cultural con miras a facilitar, en sociedades diversificadas, la inclusión y la participación de las personas y de los grupos que proceden de horizontes culturales diversos". (el subrayado es nuestro).

Al problema étnico se suma con mucha fuerza la cuestión del idioma que, como norma mas general, es diferente a la de los países usualmente receptores. La imposibilidad de una comunicación abierta se convierte en un obstáculo para la facilitación de los procesos de integración, y en muchas comunidades genera un rechazo a los inmigrantes que por su parte encuentran mucho más compleja sus posibilidades de inserción al no poder expresarse en cada momento como desearían, conducta que puede ser interpretada como reluctancia a utilizar la lengua de la comunidad que los recibe.

En ocasiones, y como contrapartida psicológica antagónica, en los propios emigrantes se genera una resistencia a usar la otra lengua, y se refugian en la propia como forma de salvaguardar su identidad, dándose el caso de que hay individuos que incluso nunca llegan a apropiarse del nuevo idioma, y requieren de familiares para poder comunicarse con los vecinos y otros miembros de la comunidad inmediata.

Al respecto la citada Resolución establece en su inciso 5 "Salvaguardar el patrimonio lingüístico de la humanidad y apoyar la expresión, la creación y la difusión en el mayor número posible de lenguas", para lo cual es indispensable "fomentar la diversidad lingüística -respetando la lengua materna- en todos los niveles de educación, dondequiera que sea posible, y estimular el aprendizaje del plurilingüismo desde la más temprana edad" (reforzamiento es nuestro).

Esto implica que la cuestión no es tan solo comunicarse, sino poder hacerlo en las lenguas que entran en contacto.

La etnia se une también con frecuencia a la problemática religiosa, y añade un mayor grado de dificultad a los procesos de integración, pues implican sentimientos muy enraizados en la propia identidad y en la identificación con el nuevo medio. Este es quizás el elemento más complejo y difícil de resolver, pues se puede aceptar la raza o el idioma y, sin embargo, no ser así con las ideas religiosas, que suelen ser bastante rígidas e intolerantes.

Esto hace que los inmigrantes, en lugar de apropiarse de los elementos de la cultura de la comunidad que los recibe, y de integrarse adecuadamente sin perder su propia identidad, se refugien en comarcas cerradas, en ghettos, en zonas restringidas que por propia voluntad seleccionan, dándose así los barrios chinos o judíos, las comunidades religiosas como los mormones, la latinización de estados (como sucede en los Estados Unidos), y otros ejemplos que indican la presencia inmigrante pero sin un verdadero proceso de multiculturalización, pues esta siempre implica una mutua aceptación de las culturas, y no la presencia cultural separada y sin verdadera interrelación.

La familia, como célula básica del individuo, es seriamente afectada por los factores étnicos, promoviendo una dinámica familiar interna que es reflejo de la dinámica comunitaria externa. El elemento étnico, al entrar en contradicción con el medio circundante, constituye casi siempre un factor desintegrador de la unidad interna de la familia, y promueve conflictos que tienden a la patologización de las relaciones. Esto es mucho más marcado entre los miembros jóvenes de la familia que, luego de superada la etapa inicial de duelo terminan por integrarse a la comunidad, y sus mayores, para quienes a veces el duelo los acompaña toda la vida y no logran jamás incorporarse verdaderamente a la nueva comunidad. A ello se une una problemática que en ocasiones no es bien concienciada: El choque de las minorías étnicas autóctonas en el país receptor con los inmigrantes, aunque coincidan en raza o religión.

Suele ser bastante frecuente que las minorías étnicas autóctonas sean rechazadas por la gran mayoría poblacional que pertenece a otra etnia, o que tiene un nivel de vida superior. Esta es una situación típica de los indígenas, aunque también se sucede con minorías pertenecientes a la misma etnia, pero que tienen ideas religiosas distintas, o una cosmovisión diferente, o una lengua que difiere de la oficial. Estas minorías étnicas suelen tener ideas de identidad muy marcadas, que han determinado históricamente su no integración real a la macrosociedad a la cual pertenecen y de la que son ciudadanos aparentemente con iguales derechos y oportunidades que la mayoría dominante, pero que en la práctica son discriminados, relegados, rechazados.

Esto determina un menor nivel de vida de estas comunidades minoritarias, y que, al agudizarse su cuadro de supervivencia por la inclusión de otras nacionalidades, a veces mejor preparadas profesional y laboralmente, las rechazan a su vez y se refugian mas en sus propias creencias y tradiciones, en lugar de unir fuerzas con los que llegan. Ello determina un panorama harto complejo en algunos países receptores respecto a la inmigración, que promueve en ocasiones situaciones de crisis.

Todo esto repercute sobre la familia, y promueve a su desestabilización, agudizando las etapas de duelo e interfiriendo con las posibilidades de adaptación a las nuevas condiciones.

El predominio de las etnias inmigrantes en el país receptor también significa un factor que incide sobre el proceso de integración de las mismas y de su aceptación social. En este sentido las inmigraciones históricas anteriores juegan un papel importante, pues las comunidades que reciben ya "se han acostumbrado" a tener estos individuos en su comunidad y aceptan a los nuevos de mejor manera (siempre y cuando no pongan en peligro su status o nivel de vida). Las familias italianas que llegan hoy día a Estados Unidos suelen ser mejor recibidas que aquellas que iniciaron el flujo migratorio típico de los italianos a principios del pasado siglo, por haberse transformado en comunidades importantes y significativas dentro del desarrollo de la nación norteamericana.

La distribución geográfica de estas etnias también es un elemento importante de la aceptación, porque al poblar las etnias determinadas zonas, pueden incluso en convertirse en mayoritarias o iguales en presencia que las que originalmente se asentaban en dichas comunidades. Esto es lo que ha sucedido en los estados colindantes de Estados Unidos con México, que han ido progresivamente latinizando estas zonas (que los mejicanos jocosamente llaman "la venganza de Moctezuma", es decir, la recuperación de los territorios que fueron originalmente pertenecientes a México y que perdieron por la anexión norteamericana) y que han promovido un tipo de etnia singular "los chicanos" o norteamericanos de ascendencia mexicana, o como ha sucedido en La Florida con la presencia de los inmigrantes cubanos.

En ocasiones el problema étnico es imposible de resolver, por los antecedentes históricos que han consolidado el tipo de identidad de los emigrantes. Tal es el caso de los gitanos que, secularmente excluidos y segregados, se convierten en itinerantes que nunca logran asentarse, y si lo son, sufren marginaciones que determinan que, por ejemplo, en Hungría cerca de un 70% de los gitanos carece de empleo, o en Rumania en que un 60% está por debajo del umbral de pobreza extrema, O Bulgaria con un cuadro semejante.

Sin entrar a analizar las razones históricas que han obligado a los gitanos a ser como son, lo cierto es que su nomadismo no es producto de una carencia total de adaptación a los nuevos territorios, sino consecuencia de políticas discriminatorias que en los poderes públicos de Europa Occidental y de Europa Central se empeñaron en presentarlos como una etnia asocial, sin identidad ni cultura propia, sin preceptos ni valores humanos. Esto creó estereotipos sociales ("los gitanos son ladrones, holgazanes, errantes y peligrosos"), que impidieron su inserción real en las comunidades a las que llegaban, y que hacen que las comunidades que pueden aceptarlos al enterarse que son gitanos los rechacen e impidan su integración, e incluso como sucedió en Bosnia y Kosovo, a finales del siglo veinte, conduzca al real aniquilamiento físico de sus comunidades. Por supuesto, para la familia gitana que pretende establecerse en una nueva región, las posibilidades de integración son a veces nulas, lo que refuerza entonces su segregación y su autoidentidad como diferentes.

En otras ocasiones la necesidad de fuerza de trabajo inmigrante es tan acuciante, que se promueve estatalmente la inmigración aplicando rígidos controles para impedir su integración definitiva. Tal es el caso de Shangai, en China, primer puerto y centro financiero del país, que con una población calculada en algo mas de 13 millones de habitantes, cuenta con mas de tres millones de inmigrantes que, sin embargo, son "flotantes", porque no pueden por disposición oficial integrarse a la comunidad como quisieran que, además, los rechaza terminantemente, fundamentalmente por pertenecer a otras etnias diferentes, generalmente con una lengua distinta, y con comportamientos que no encajan dentro de lo que los residentes shangaineses consideran apropiados.

Se destaca así que el elemento étnico constituye un factor condicionante de mayor importancia en el proceso de migración, y uno de los más complejos y problemáticos para las familias que pretenden asentarse en un nuevo territorio, lo cual no puede dejar de ser tomado en consideración en el estudio de las particularidades del mismo, y de sus implicaciones para la integración efectiva de tales familias en el seno de las nuevas comunidades.

 

2.4. La integración del niño inmigrante en su contexto social inmediato.

Es obvio que la problemática social y psicológica que se ha analizado sucede en la familia que emigra, la influencia del contexto social y los factores étnicos, se reflejan de distinta manera en sus integrantes, de acuerdo con la edad, el nivel de desarrollo, el grado de formación de la personalidad. Unos son mas afectados que otros, si bien siempre hay un impacto interno directamente relacionado con la situación de migración.

Los niños son siempre la parte más vulnerable de este proceso, y los que sufren de manera más aguda sus embates. Esto está condicionado, entre tantos factores, porque para la mayoría de los niños la situación de migración es incomprensible desde todo punto de vista, ya que deben enfrentarse a algo para lo cual generalmente no se les ha tenido en cuenta, donde no han participado en modo alguno en la decisión de emigrar, en la que no comprende las motivaciones que sus mayores tienen para hacerlo, y donde tampoco se les ha preparado para ese momento.

Así, de la noche a la mañana, se les comunica que han de partir, a veces sin siquiera poder despedirse, y donde lo han de abandonar todo: sus amigos, su escuela, su comunidad inmediata, sus actividades, sus objetos preferidos (porque como norma sólo pueden llevarse unos pocos), sus otros parientes cercanos, quizás su perro o mascota favorita, sus rincones de juego, sus escondites, en pos de algo que se le dice es lo mejor para todos.

Es por ello que, aunque la primera etapa del proceso de migración suele ser para los niños quizás la menos conflictiva (porque para nada ha sido tomado en cuenta en la toma de decisiones aunque haya sufrido la transformación de la dinámica interna habitual de la familia por este motivo), la segunda, que inicia el duelo por todo lo que se ha perdido, suele ser mas crítica y dolorosa que para los mayores, por enfrentarse a una situación que a todas luces les resulta incomprensible.

Por supuesto que la edad del niño es un factor importante a tomar en cuenta, porque para un parvulito que apenas habla y camina, ¿qué puede significar la migración? Un cambio de costumbres, de horario de vida, de ausencia de personas, de movimiento y acciones que, aunque no pasan inadvertidos y puede conllevar reacciones emocionales negativas, no existe un desarrollo intelectual que le permita hacer reflexiones o análisis, o estar en un medio, como puede ser el centro infantil o la escuela, totalmente nuevo para él, que le conduzcan a percatarse de algo que ha perdido, de algo nuevo y amenazante a lo que ha de adaptarse.

Sin embargo, para los niños de edad preescolar en adelante, a partir de los 3-4 años, y alcanzando un pico en los años escolares, el fenómeno de la migración a los que han sido expuestos, y que están expuestos, puede provocar reacciones catastróficas, que pueden llevarlos a una total desorganización de su conducta y el surgimiento de alteraciones en su comportamiento que pueden alcanzar diversos grados de intensidad, en dependencia de los factores internos previos y las condiciones actuales externas a las que se enfrenta.

Es decir, que la experiencia migratoria, que siempre produce un impacto en cualquier edad de la vida, es incorporada de forma diferente en función de la edad.

Esto en el mejor de los casos, es decir, referentes a los niños que se encuentran en familias que emigran por razones económicas y que no han sido forzadas a abandonar su país de origen. Cuando han existido condiciones traumáticas previas, que a veces alcanzan niveles insospechados de patología política y social, y que han determinado una reacción emocional negativa muy severa, este cuadro reactivo en el nuevo medio puede alcanzar grados muy intensos de alteración psicológica.

El autor recuerda el caso de una niña de tres años que atendió en la década de los setenta, hija de una militante tupamara (guerrilla urbana uruguaya), cuya madre había sido salvajemente torturada y violada en su presencia y ella misma obligada a ingerir grandes cantidades de vinagre para "aflojar" a la madre, y que, a pesar de estar en un nuevo medio que la aceptaba y procuraba ayudarle, caía en crisis severísimas de llanto y gritos cuando veía a un agente uniformado, o entraba a un cuarto con pobre iluminación, o sentía el ruido de golpes, entre tantos otros estímulos que desencadenaban estas respuestas. Fue obvio que el proceso de integración al nuevo medio fue harto difícil y prolongado, y provocó que la fase de duelo fuera singularmente traumática, a pesar de que, de manera paradójica, había dejado atrás solamente malos momentos y recuerdos.

Esto demuestra que al determinar como el proceso migratorio influye en los niños, se dan problemáticas más complicadas de las que se muestran en la fase adulta, pues a los efectos que son consustanciales a la situación de migración, se añaden las propias particularidades de la edad y de la manera en que han actuado los factores condicionantes.

En la situación del ejemplo anterior parecía lógico que el cambio a condiciones más favorables del medio hiciera un efecto aliviador de la problemática psicopatológica presente (como sucedió en la madre que se recuperó rápidamente y cuya fase de duelo fue bien breve) y que, sin embargo, en la niña intensificó la patología previamente instaurada, algo psicológicamente explicable, pero externamente incongruente.

Comúnmente se piensa que el niño, por su menor desarrollo intelectual y desarrollo de su personalidad, cuenta con condiciones internas más ventajosas para asimilar de manera menos traumática la situación migratoria, que está mas protegido ante los embates del medio por ser su radio de acción mas limitado y estar bajo la protección directa de su familia, y, sin embargo, la experiencia clínica demuestra que no es así, y que realmente constituye la parte mas vulnerable de toda la constelación familiar implicada en el proceso migratorio.

Esto es tanto así, que muchos migrantes que realizaron este proceso en etapas muy tempranas de la vida, reconocen como dicho momento significó un shock traumático que superaron con gran dificultad en años posteriores, o que incluso nunca habían superado del todo.

Otras veces, en la etapa previa a la partida hacia el país receptor, el sistema de relaciones internas en la familia cambia tan radicalmente que los niños son expuestos a situaciones conflictivas que los marcan por largo tiempo, como presenciar graves disputas familiares, compartir con sus mayores situaciones de gran angustia o pánico, incluso ser blanco de agresiones físicas y verbales serias al descargar en ellos su angustia los adultos, entre otras reacciones psicotraumatizantes.

La incidencia entonces de estos factores psicotraumatizantes una vez en el país receptor, no encuentra fácilmente en el hogar una dinámica que lo ayude a superar sus problemas, porque la propia familia y sus integrantes adultos están también en situación de crisis, en la fase de duelo típica de la situación de migración. Así, sin el apoyo verdadero de la familia el niño se siente perdido, confundido, y suele entonces sufrir de manera más intensa su drama de integración.

La aceptación que el medio pueda ejercer sobre este niño cobra entonces una especial importancia, y puede colaborar grandemente a ayudarle a superar su inadaptación e incorporarse poco a poco a la nueva vida, pero, aunque esto es algo que parece una lógica aplastante, sin embargo, no funciona así, y la aceptación por el medio no garantiza por sí sola la eliminación de los síntomas y la integración del niño a la nueva realidad, es un factor que ayuda, pero que no resuelve por sí solo.

De ser así bastaría con darle a los niños una comunidad que los acepte, una escuela o centro infantil que los quisiera, y la satisfacción plena de sus necesidades básicas para resolver su crisis de inadaptación, mas, sin embargo, a pesar de propiciar estas condiciones, no se integran, se aíslan y refugian en un mundo interno inaccesible a los demás, y no participan de manera apropiada en las actividades y desarrollo del proceso educativo al cual están sometidos. Se hace necesario hacer algo mas, tanto desde el punto de vista clínico-psicológico como educativo y social, para romper sus mecanismos de defensa y reorganizarlos de una manera sana y adecuada.

J. Cummins señala que un mensaje importante que se deriva del estudio de esta problemática por C. Igoa, es que los maestros de los niños inmigrantes que provienen de medios culturales diversos han de convertirse en investigadores si piensan enseñar de manera efectiva, pues no existe una teoría que suministre las respuestas al rango de cuestiones con las que tienen que enfrentarse en las escuelas, cada vez mas diversificadas y multiculturales.

En este sentido, dicha autora afirma que los adultos planean la difícil y a veces riesgosa decisión de emigrar, a veces para escapar de la guerra y el hambre, otras para huir de la persecución política, y otras, para tratar de encontrar mejores niveles de supervivencia. En todo caso, su gran esperanza es que sus hijos tengan un mejor futuro, y confían en que la resiliencia y flexibilidad de la edad infantil los ha de ayudar para no sufrir mucho a consecuencia del desarraigo. Esto parte del hecho de que hay una acepción común de "que los niños se adaptan fácilmente". En realidad la falta de una literatura que relate las serias dificultades por las que atraviesan los niños y la ausencia de servicios especializados para atenderlos, sugieren que la gente no está consciente o tiene poco concernimiento de lo realmente traumática que puede ser la situación de migración para los niños y de las dificultades de sus familias.

Sin embargo, otra cosa piensan los maestros que día a día tienen que trabajar con estos niños, que observan su silencio, su reluctancia, su timidez y sus temores. Saben que dentro de esos niños está pasando mucho más de lo que el ojo alcanza a observar, y que cuando esos niños abandonan el país que fue su hogar, han perdido mucho mas que un lenguaje familiar, una cultura, una comunidad y un sistema social, para ir a un lugar desconocido y poco familiar que les puede lucir amenazante, pierden una parte de su yo que no saben luego como reparar. Pierden su identidad y su mundo de sueños y recuerdos.

Es por ello que no basta la aceptación social, el simple recibimiento positivo de los que les rodean, hay que hacer algo mas, en un aula multicultural donde la mayoría de los niños pueden estar en idéntica situación de desarraigo. Ello plantea varias cuestiones importantes a dilucidar para los maestros y educadores:

¿Es importante conocer que está sucediendo en el mundo interno de esos niños?
¿Les puede ayudar que el educador sepa lo que les sucede?
¿Cuáles pueden ser los métodos más efectivos para el trabajo educativo con estos niños?
¿Debe ser diferente la aproximación y las metodologías que utilice el educador o el maestro, o debe utilizar las mismas pero con un propósito diferente?
El aula multicultural, ¿requiere de una organización distinta del proyecto educativo y curricular?
¿Cómo saber que estos niños realmente han superado su problemática emocional?

Estas y otras preguntas requieren de un conocimiento cabal de la psicología de estos niños, de las particularidades de su desarrollo, de las características de su problemática, y de los métodos y medios a utilizar para resolverla, y de cómo lograr su verdadera integración a un medio social que no tuvieron oportunidad de elegir.