PREVIO

Los niños desde su nacimiento son seres sociales. Esto quiere decir que para que se transformen en personas, en seres humanos, se requiere que se desarrollen en un medio social, en el cual se apropian de toda la experiencia histórica y cultural que está acumulada en los objetos y fenómenos del mundo material y espiritual que les rodea, y que ha sido elaborada por la humanidad durante siglos, experiencia que les es trasmitida por los adultos que los alimentan, los atienden y los educan.

Este proceso se da en una actividad conjunta en la cual los adultos les trasmiten no solamente el conocimiento de dichos objetos y fenómenos, sino también los modos de la actividad práctica e intelectual necesarios para actuar con ellos, y para lo cual se necesita un proceso de comunicación que posibilite la transmisión de dichos conocimientos. Así, desde el primer momento de la vida el lenguaje y la posibilidad de actuar con los signos del lenguaje es condición indispensable para que se dé el proceso de humanización. A esta posibilidad de accionar con los componentes del lenguaje es lo que se conoce como la inteligencia lingüística.

Desde este punto de vista la inteligencia lingüística es la capacidad del ser humano de emplear de manera eficiente las palabras y otros signos de la lengua, bien sea la oral o la escrita. Esta inteligencia comprende la habilidad para manipular la sintaxis o estructura del lenguaje, su fonética o sonidos que la componen, la semántica o significado que tienen las palabras, y todas aquellas dimensiones psíquicas y prácticas que se requieren para poder comunicarse con los demás.

Por supuesto, el desarrollo de esta inteligencia tiene un largo proceso evolutivo que comienza desde la asimilación inicial de los primeros sonidos y significados, hasta la posibilidad de utilizar la misma para comunicarse, expresar el pensamiento e influenciar sobre todos los demás procesos cognoscitivos en su conjunto. De ahí la importancia crucial que tiene la inteligencia lingüística, no solo para el desarrollo de las vías y mecanismos de la lengua como tal, sino para las demás inteligencias del individuo.

El lenguaje es una forma peculiar de conocimiento de los objetos y fenómenos de la realidad, un reflejo de dicha realidad que se propicia por medio de la lengua natal, y que constituye a su vez, la principal vía de comunicación entre los seres humanos, entre las personas, y mediante el cual el individuo entra en relación con sus semejantes para coordinar acciones mutuas, intercambiar ideas e influirse entre sí.

Para esto hace uso de una lengua que tiene componentes fonético-fonológicos, semánticos y gramaticales, que la hacen un medio indispensable del pensamiento humano, con el que forma un sistema en mutua interdependencia e interrelación.

Es un medio de comunicación, una actividad específicamente humana de comunicación. Es un proceso del desarrollo psíquico y constituye, por lo tanto, una categoría psicológica.

Es por eso que entre el lenguaje como proceso psíquico y la lengua como sistema de signos socialmente establecidos, existen íntimas relaciones, pues uno es imposible sin el otro. Así, en la medida que maduran los mecanismos del lenguaje, se perfeccionan los de la lengua, y ambos determinan la inteligencia lingüística.

Las posibilidades de manifestación del lenguaje como cualidad psíquica están dadas en el hombre a través del proceso de la filogenia, que crea condiciones orgánicas y funcionales para su formación y desarrollo, mientras que la lengua está estrechamente relacionada con la ontogenia, siendo algo adquirido y convencional, supeditada al proceso social en el que surge.

F. de Saussure señala también el concepto del habla, planteando que la lengua no es función del sujeto hablante sino un producto social que el individuo refleja y registra, esta lengua se materializa en el habla, que es la ejecución individual de la lengua, del sujeto que se comunica mediante dicha lengua.

Es decir, que el habla no es más que la inteligencia lingüística funcionando en un individuo, en una persona en particular, que le imparte su propia ecuación y dimensión personal a dicha inteligencia.

Lenguaje, lengua y habla forman una trilogía dialéctica, y los tres componen la inteligencia lingüística, y a cada uno corresponden diversos procedimientos y acciones que influyen en su desarrollo.

La lengua es la contrapartida social del proceso del lenguaje del individuo, que no puede por sí solo crearla ni modificarla, pues es un producto de la sociedad. A su vez, el individuo tiene necesidad de un aprendizaje para conocer su funcionamiento, y así el niño lo va asimilando poco a poco en la actividad conjunta con los adultos y el medio familiar y social que le rodea.

El lenguaje, como proceso o facultad psíquica, es un objeto de estudio de la psicología; la lengua, e incluso también el habla, constituyen un objeto de estudio de otra ciencia, la lingüística. Pero, al introducir los sistemas de influencia para garantizar el desarrollo más pleno del lenguaje y de la inteligencia lingüística, se entra en el dominio de la pedagogía.

De esta manera, la formación en el hombre de la posibilidad de establecer comunicación activa con los demás, estará en estrecha relación con estas tres ramas del conocimiento humano.

El desarrollo del lenguaje, por lo tanto, ha de enfocarse como el proceso de asimilación de la lengua o idioma natal, de las habilidades para el uso de la lengua como medio para conocer el mundo, como un medio de comunicación entre las personas, y como mecanismo para autoconocerse y autorregular su conducta. Ha de valorarse como el proceso de formación y desarrollo de la inteligencia lingüística.

El lenguaje, y su expresión, está formado por tres componentes: el fónico, el léxico y el gramatical, que constituyen el sistema de la lengua.

El componente fonético-fonológico abarca el conjunto de sonidos del idioma, y sus modelos o tipos ideales, los fonemas.

Este componente se desarrolla mediante la percepción e imitación de los sonidos y sus combinaciones en las palabras, y se perfeccionan paulatinamente su articulación y diferenciación de estos sonidos.

El componente léxico-semántico corresponde al vocabulario, a la comprensión y uso de la lengua (palabras) en dependencia de su significado.

El componente gramatical abarca la morfología (leyes de transformación de las palabras) y la sintaxis (combinación de palabras dentro de la oración). Es un componente que surge más tardíamente que los anteriores, y su alteración puede implicar limitaciones en los anteriores.

Fonética, léxico y gramática, forman un sistema único de la lengua, condicionándose e interrelacionándose de manera dialéctica, y constituyen las bases fundamentales de la inteligencia lingüística, que implica la capacidad de manipular de manera eficiente estos componentes, y a decir de H. Gardner es la inteligencia que parece compartida de manera más universal y democrática en toda la especie humana.

En términos generales, el pensamiento humano es básicamente un pensamiento verbal y, aunque existen otras formas de pensamiento mediante la acción o la imagen, los mecanismos del pensar son verbales. Desde este punto de vista el desarrollo de la inteligencia lingüística es fundamental para el desarrollo de las demás inteligencias, sobre las que actúa e influencia de forma muy decidida.

Así, la asimilación de la palabra y el desarrollo de la inteligencia lingüística introducen cambios importantes en la interrelación del niño con el medio circundante que se expresa:

1.  La palabra como denominación sirve para discriminar los objetos, las acciones, las relaciones, las cualidades, permitiendo un análisis de esa realidad, e influyendo sobre las inteligencias que dependen de estos.

2.  La palabra como generalización sirve como medio de agrupación de los objetos y fenómenos de la realidad en grupos o categorías (proceso de síntesis).

3.  La palabra, al denominar los objetos y las relaciones entre éstos, sirve como medio de perfeccionamiento de la percepción y sus interrelaciones.

4.  La asimilación de la lengua cambia la actividad del niño, volviéndola paulatinamente más dirigida y adquiriendo un carácter voluntario.

5.  En este proceso, el adulto formula reglas de conducta que se expresan mediante las palabras. Su carácter generalizador permite el desarrollo de la autorregulación de la independencia de su conducta.

6.  De igual manera, al expresar los adultos su valoración con las palabras, hacen que estas se conviertan en elementos importantes de la autovaloración del niño.

7.  La palabra permite al niño conocerse a sí mismo, y conduce al posterior desarrollo de su autoconciencia.

Cada una de estas acciones de la palabra ejercen un efecto sobre las particularidades de cada inteligencia, colaborando a su mejor desarrollo. Así, por ejemplo, la inteligencia lógica y matemática se perfecciona cuando los niños, además de comprender la relación cuantitativa que se da entre dos magnitudes, pueden expresar verbalmente dicha relación y la hacen parte de sus mecanismos conscientes de actuación.

En esta significación se destaca, que, además de sus funciones denominativa y comunicativa, la lengua va a tener una función reguladora del comportamiento del individuo, función que, por su importancia para el desarrollo de la personalidad, se convierte en una de las más cruciales en la formación y educación del niño. Es por ello que el posterior desarrollo de la inteligencia lingüística es fundamental al propio desarrollo psíquico general del individuo y a la formación de su personalidad.

Un logro importante del desarrollo del niño lo constituye el inicio de la comunicación mediante el lenguaje. A partir de la primera palabra que emiten, de la palabra como tal, que se asocia de manera inequívoca con un objeto o fenómeno de la realidad, la inteligencia lingüística crece significativamente.

La inteligencia lingüística se origina y evoluciona en la interacción social con los adultos, particularmente con la madre, quien cuida al pequeño. Inicialmente se da una comunicación a nivel primario, vinculada a los sonidos de agrado y desagrado emitidos por el niño. Desde los primeros días, esos sonidos cumplen una función social.

Antes de ser capaces de usar las palabras, los niños descubren que ciertos sonidos tienen la virtud de producir modificaciones en su medio.

Este aprendizaje de la significación de actos, sonidos y gestos, tiene relación con su propio comportamiento, como con el de los adultos que le rodean. En las expresiones verbales de sus padres captan como elemento significativo la entonación solamente: el tono cariñoso o el tono de enojado. No importa lo que se diga (el significado de las palabras expresadas) sino el modo como se les diga. Comprenden la significación de gestos y acciones de otros, y son capaces de influir con los suyos en los demás.

En este proceso se va a dar una segunda fase, en que ya no solo la comprensión de la palabra va a estar dada por la entonación, sino también por la comprensión de esta palabra de forma verbal. Entonces los niños captan no ya simplemente la asociación de entonaciones con ciertos estados de ánimo, sino la relación entre ciertas palabras y determinados objetos. Así se forma en ellos el llamado lenguaje comprensivo: antes de poder expresarse mediante el lenguaje, son capaces de comprender las palabras de los adultos.

De forma progresiva, estas palabras que se van asociando a los objetos, también se van asociando a las acciones con dichos objetos, o a las acciones que se interrelacionan con estos objetos, es decir, la palabra se constituye en señal de una acción. Esto es lo que permite que cuando al niño se le dice: Dame la pelota, una ya la denominación del objeto (la pelota) con la acción que se relaciona con la misma (Dame la pelota).

Esta posibilidad de relacionar objetos y acciones va a constituir un logro importante en el desarrollo de la inteligencia lingüística del niño en su primer año de vida, y donde claramente se destaca la función denominativa y comunicativa del lenguaje, y las premisas bien elementales aún de su función reguladora del comportamiento.

El siguiente paso en este devenir evolutivo lo va a constituir la expresión mediante la palabra hablada, el lenguaje oral, la inteligencia lingüística manifiesta. De aquí en adelante, los niños no solo podrán comprender los deseos o indicaciones de los demás, sino también expresar sus necesidades y deseos. Es la función comunicativa que aprendieron en la interacción social, y que empiezan a ejercer activamente.

Este proceso de comprensión de la lengua y de su expresión activa en la formación de la inteligencia lingüística, no se da por una simple imitación, sino por un proceso activo de adquisición de la lengua materna, en la que los niños descubren ciertas regularidades, y comienzan a realizar combinaciones que les permiten expresarse con palabras que nunca ha escuchado, siguiendo su propia lógica interna.

Es innegable que en un primer momento hay imitación casi exclusivamente; pero pronto se nota la creatividad del niño que llegan a captar que en la lengua existe una cierta estructura, y que ponen a prueba sus construcciones creativas al hablar con los adultos, dándose así una mayor riqueza de esta inteligencia lingüística.

Vigotski señaló que en la palabra se distinguen dos aspectos: el significante y el significado. En una palabra como pelota, el significante sería el sonido pelota, y el significado, la idea de la pelota asociada a ese sonido. El significante es el elemento perceptible y audible, y pertenece al plano de la expresión; el significado es interno, y pertenece al plano del contenido.

En la evolución del lenguaje infantil se observa que el desarrollo en el aspecto del significante tiene una dirección opuesta al del aspecto del significado. Para expresarse, los niños parten de la palabra única, aislada, utilizando más adelante frases sencillas de dos o tres palabras, hasta llegar posteriormente al manejo de frases más complejas.

En cuanto al contenido, el movimiento es inverso. La palabra aislada que el niño pronuncia inicialmente tiene una significación mucho más amplia que la que un adulto le atribuiría. Condensa la significación de toda una frase. Así, por ejemplo, la palabra aislada muñeca puede querer decir quiero la muñeca, allí está la muñeca, la muñeca se cayó, etc.

Esto hace que, desde la primera palabra que los niños emiten, la misma siempre sea una palabra-frase, u oración monopalábrica, como también se la ha denominado, e implica no solo la denominación del objeto sino también de una acción que está unida a la significación de dicho objeto. Debe pasar un tiempo para que ellos vayan diferenciando, y atribuyan a cada unidad de expresión (palabra) un significado más estricto, volviéndose la palabra en unidad de expresión y de significado.

Este proceso simultáneo es favorecido en la medida en que el niño siente la necesidad de hacerse entender; e implica que los adultos controlen su capacidad de anticipar lo que ellos intentan decir, dejándolo expresarse y proporcionándole la apropiada confirmación y expansión de sus expresiones.

A la fase de la expresión mediante la palabra hablada, y que implica un largo camino de formación y maduración de las estructuras de la inteligencia lingüística, se espera que sigan otras dos etapas importantes del desarrollo del lenguaje: la comprensión de la palabra escrita, o lectura, y la expresión por medio de la palabra escrita, o escritura; que se adquieren por la comprensión y modelación de signos gráficos, sobre la base de la lengua que el niño deben dominar previamente.

Como se ha visto, la inteligencia lingüística, que se adquiere y madura en la comunicación con los adultos, tiene como una de sus funciones principales a la comunicativa: servir de medio para comprender las ideas, deseos y necesidades de los demás, así como para expresar los propios.

Pero junto a esa función comunicativa, permite, a lo largo de su desarrollo, la adquisición de nuevas funciones.

La inteligencia lingüística permite la adquisición de la conciencia de los propios actos, deseos, necesidades y sentimientos, y en este sentido está muy ligada a la inteligencia interpersonal e intrapersonal. No sólo será entonces instrumento para comprender a los demás o expresarse, sino también medio para intentar comprenderse a sí mismo y a los otros. La comprensión de los motivos de la propia conducta, así como la conciencia de los propios actos y la de los demás, y que son patrimonio de las inteligencias interpersonal e intrapersonal solo son posibles mediante la intervención principal de la inteligencia lingüística.

La función cognoscitiva de la inteligencia lingüística se evidencia ya desde muy temprano, en uno de los primeros y básicos procesos del conocimiento: la percepción. Aunque los recién nacidos son posiblemente capaces de distinguir objetos desde temprana edad, es indudable que disponen de gran ayuda de parte de su madre y de otros adultos que le rodean. Cuando el adulto muestra al niño un objeto y luego lo nombra (le dice taza, por ejemplo); al señalarlo primero, y al nombrarlo después, origina una modificación esencial en la percepción del niño.

Al aislar con el gesto y la palabra a un objeto, la acción de señalarlo refuerza el estímulo, convirtiéndolo en una figura resaltante sobre el fondo de los demás objetos presentes.

La palabra que designa al objeto delinea sus propiedades funcionales esenciales y lo coloca dentro de la categoría de los objetos con propiedades similares. El lenguaje del adulto recorta, resalta, un objeto dentro del conjunto de estímulos, y a la vez, permite a través del nombre asignado, incluirlo junto a otros dentro de categorías de objetos con propiedades esenciales similares. Esto hace que la inteligencia lingüística ejerza una influencia notable sobre otras, como la lógica, la cinestésico-motora o la musical, al denominar las relaciones que integran dichas inteligencias.

Pero no es solo en cuanto permita formular preguntas o ser vehículo de información, la función cognoscitiva de la inteligencia lingüística es importante. El aspecto fundamental está relacionado con el ser instrumento básico para la conceptualización de las relaciones de las otras inteligencias, lo cual le permite al niño un progresivo conocimiento de su medio en una profundidad y complejidad que van más allá de lo que está al alcance de cualquier animal. Esa comprensión conceptual del mundo se elabora mediante su interacción con la realidad que le rodea, las demás personas y la propia experiencia.

En este desarrollo evolutivo, la regulación de la conducta es una capacidad que va a formar en el niño también por el desarrollo de su inteligencia lingüística.

Al considerar sus comienzos en el niño, es posible observar cómo a través de esta, se inicia el control de su comportamiento desde una edad temprana.

El comportamiento del niño es controlado inicialmente de manera externa por la madre: ella le quita de las manos los objetos con los que no debe jugar; alza al niño y lo aleja de lugares peligrosos. Más adelante esa misma madre puede usar el lenguaje con el mismo fin: le pide que le dé el objeto en cuestión, que no lo toque, que salga de ciertos lugares y vaya junto a ella, etc.

Ese control externo de su conducta mediante la expresión lingüística es la primera fase del desarrollo de esta importante capacidad reguladora.

En esta regulación externa (por parte de otros) la palabra tiene en un primer momento un valor en cuanto significante, actuando como señal para el inicio de una acción.

Más adelante empiezan a predominar las propiedades semánticas (de significado) de la inteligencia lingüística: no es ya el sonido de la palabra sino su significado. Con el predominio del aspecto del significado, se adquiere la flexibilidad necesaria para un adecuado control del comportamiento, y las palabras dejan de ser simples señales estimuladoras.

En un primer momento la regulación del comportamiento del niño se da mediante dicho control externo en la medida en que los adultos regulan verbalmente sus acciones, pero poco a poco esa regulación que se ejerce de manera externa se va convirtiendo en interna, y los niños van controlando su propio comportamiento mediante la palabra, se hablan a sí mismos.

Es decir, al principio la regulación es externa e iniciadora. La acción del niño se subordina a lo expresado por los adultos, luego la regulación se convierte, permaneciendo aún externa, es inhibidora e incitadora. Finalmente se hace autónoma y se subordina entonces la acción al lenguaje propio del niño, que es eventualmente interiorizado.

Esta función reguladora interna o autorregulación, permite que el ser humano realice el planteamiento de sus acciones antes de ejecutarlas, y convierte a la inteligencia lingüística en un factor importante en el desarrollo de la personalidad.

Es decir, la inteligencia lingüística en su desarrollo evolutivo no solamente va a permitir un progresivo dominio de las estructuras básicas de la lengua en sus aspectos fonético-fonológicos, léxico-semánticos, gramaticales y pragmáticos, sino que se convierte en la inteligencia mediante la cual se regula el comportamiento y se dirige y organiza la propia actividad.

La actividad del lenguaje presupone la recepción de señales visuales y sonoras por una parte, y por la otra, la producción de sonidos articulados, mediante los diversos medios que proporcionan las estructuras fonatorio-motoras que intervienen en este proceso.

En las primeras etapas del desarrollo, las reacciones a los sonidos de la lengua no están generalizados, y las confirmaciones positivas o negativas provocan una inhibición diferenciadora que conduce la concentración de la excitación en dichas partes del cerebro, que son la base de la captación y producción correcta de los sonidos de la lengua.

El daño en la corteza cerebral sensorial o de Wernicke, responsable de la captación verbal o sonora, puede provocar serios trastornos en la comprensión de la palabra; el acaecido en la zona motora o de Brocá, puede provocar a su vez dificultades en la expresión del lenguaje y trastornos severos en su emisión.

Desde este punto de vista los componentes fonético - fonológico y léxico - semántico de la lengua materna se dan aparentemente, simultáneamente desde los primeros momentos, aunque obviamente la captación de los sonidos de la lengua precede en algo a su significación.

Es decir, la formación de los componentes de la inteligencia lingüística no es totalmente simultánea, sino que estos marchan evolutivamente de una manera diferente, y en la que la función reguladora es la última en manifestarse.

Fundamentos y principios organizativos de la enseñanza de la inteligencia lingüística.

Como corresponde a cualquier proceso cognoscitivo de la realidad, la inteligencia lingüística se compone de un substrato biológico y funcional, que está dado en el individuo y que constituye su patrimonio biológico, y de factores de tipo personal, culturales e históricos que interactúan entre sí. Ello quiere decir que la inteligencia lingüística se forma en la medida en que los niños crecen y se desarrollan en un medio propicio, y donde las experiencias cristalizantes o positivas colaboran de manera decidida en esta formación.

En el centro infantil se impone, por lo tanto, organizar un sistema de influencias educativas que tienda a esta formación. Para esto se debe tener en cuenta diversos aspectos y fundamentos teórico-prácticos y organizativos que colaboren con estos propósitos.

Las actividades pedagógicas para el desarrollo de la inteligencia lingüística en el centro infantil, por su particular importancia y significación, han de ocupar un lugar y frecuencia predominantes dentro del horario docente, de acuerdo con los diferentes horarios de vida de los niños y sus posibilidades de rendimiento y capacidad de trabajo intelectual. Entre estos principios organizativos se encuentran:

  La actividad pedagógica de la inteligencia lingüística no puede circunscribirse a su horario específico de realización, sino que deben reforzarse sus contenidos en todas las actividades pedagógicas del centro infantil, así como en el juego y la actividad libre de los niños, e incluso, en los procesos de satisfacción de necesidades básicas, como la alimentación, el aseo o la siesta.

  En la realización de estas actividades, si bien la expresión oral constituye el eje central, se deben trabajar simultáneamente los demás componentes: el vocabulario, la construcción gramatical, la ejercitación fonatorio-motora, la literatura infantil (como procedimiento metodológico), entre otros.

  El educador juega un rol orientador y facilitador en el proceso de formación de la inteligencia lingüística, sin centrar la actividad en su persona, particularmente en los grupos mayores del centro infantil.

  En estos grupos mayores, la realización y plan de acción de las actividades ha de concebirse como una actividad conjunta entre los niños y el educador, con respecto al contenido y los procedimientos metodológicos a utilizar. Esto requiere una verdadera maestría pedagógica del educador para que, posibilitando la libre opinión de los niños, la actividad pedagógica se dirija a los objetivos propuestos del programa, y que ha seleccionado previamente.

  Las formas metodológicas a utilizar han de propiciar el intercambio verbal entre los niños, la libre expresión oral, y la explicación de sus propias vivencias y criterios.

  En esta actividad conjunta, en particular en los grupos mayores, los niños han de crear un plan de acción de la actividad pedagógica que van a realizar, que les permita orientarse, desarrollar y posteriormente evaluar lo que han hecho.

  La atención a las diferencias individuales ha de ser bien estructurada y concebida previamente por el educador, dada la variabilidad del nivel de desarrollo de la inteligencia lingüística de los niños dentro de un mismo grupo de edad.

  Las actividades pedagógicas de la inteligencia lingüística, como cualquier otra actividad pedagógica del centro infantil, ha de tener una fase inicial de orientación, una central de ejecución, y otra fase de control, al final y durante las fases precedentes.

Objetivos y logros del desarrollo de la inteligencia lingüística en la etapa de la educación infantil.

Los objetivos más generales de los niños que finalizan la educación infantil y se incorporan a la escuela primaria, determinan que, al término del período de la etapa se hayan alcanzado una serie de logros fundamentales en lo referente a la inteligencia lingüística.

Entre esos logros se encuentran el poseer una expresión oral y un desarrollo de su lenguaje coherente, que le permite seguir un orden lógico de sus ideas, pronunciando correctamente todos los sonidos, y utilizando las reglas gramaticales de manera correcta, tanto en pasado, presente o futuro. Ello les permite hacer un uso activo y efectivo de la lengua materna y de utilizarla como medio de comunicación, como instrumento para la transmisión de información, y como expresión de su propio pensamiento.

Esto implica que se ha desarrollado un cierto nivel de sus habilidades para manipular los componentes de lengua, y que forman parte intrínseca de la inteligencia lingüística, pues en la misma medida en que el niño sea capaz de actuar con los signos verbales asimismo se estará hablando de un nivel de desarrollo de su inteligencia lingüística.

Las estructuras básicas de la lengua han de estar adquiridas y, salvo aquellas habilidades específicas correspondientes a la lectoescritura, que por lo general no se propicia su aprendizaje en el centro infantil en gran parte de los sistemas educativos públicos, los niños han de ser capaces de hacer el análisis de los sonidos al comparar las palabras y sus variaciones, y adquirido habilidades caligráficas que le permiten realizar trazos continuos con cierta precisión, ajustándose al renglón y reproduciendo adecuadamente la forma, y que son condiciones esenciales para un rápido dominio del leer y escribir a su ingreso a la escuela.

Alcanzar esto es un largo camino, que se inició desde el mismo momento de su nacimiento, con la discriminación elemental de los primeros sonidos, el desarrollo de su oído fonemático y de las estructuras fonatorio-motoras a través de las cuales el mismo se da, la formación y posterior desarrollo de su expresión oral y de su lenguaje coherente, que le van a permitir expresar de manera efectiva su pensamiento, y comunicarse eficientemente con los que le rodean.

Este desarrollo de la inteligencia lingüística, sienta las bases para el aprendizaje escolar, no solamente en lo referente a la lengua materna, sino en todas las relaciones que integran las demás inteligencias, pues ya la palabra se ha constituido en el medio a través del cual se expresa fundamentalmente el pensamiento.

Un buen nivel de desarrollo de la inteligencia lingüística en esta edad garantiza de manera más efectiva el aprendizaje, y a su vez, el aprendizaje se viabiliza mediante la expresión oral. El pensamiento verbal, conceptual, o lógico-verbal, que en esta etapa del desarrollo psíquico se consolida y perfecciona, descansa en la palabra para su formación, de ahí que el máximo desarrollo de las posibilidades comunicativas y lingüísticas propias de esta edad, constituye no solamente un problema de la inteligencia lingüística, sino de todas las demás inteligencias, de todo el desarrollo psíquico.

Es por eso que organizar un sistema de actividades pedagógicas que desde el mismo momento del nacimiento empiece a llevarse a cabo (aunque si se ha realizado estimulación intrauterina con los niños ya existe una base previa) cobra una importancia crucial para la formación, maduración, desarrollo y consolidación de la inteligencia lingüística, que por su importancia e influencia sobre las demás inteligencias, significa una acción trascendental para la formación y el desarrollo general de los niños.

 

 

 
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