LA CASA DE LOS CUENTOS


Creatividad, bondad, compasión y amor a lo nuestro, bondad. 

Martina, cogida de la mano de su abuela, andaba por las calles de Barcelona ensimismada por la belleza de esos altos edificios en los que ella solo veía castillos y palacios. Y al llegar ante aquella maravillosa casa azul intuyó, nada más verla, que estaba a punto de convertirse en el escenario de su cuento preferido. Y es que jamás había visto nada igual. Aquella era una casa mágica de verdad, y estaban a punto de entrar. De repente, el inmenso remolino del techo ondulado de una de sus salas, tal vez por su fuerza, la arrastró hasta el fondo del mar, y ella se dejó llevar por sus olas y por la suavidad y elegancia del color de esos cristales que le susurraban al oído. Tocando las delicadas columnas, empezó a bailar al tiempo que se desplazaba de una a otra impulsada por el movimiento de una imaginación que crecía y crecía cuanto más danzaba hasta llegar a flotar en esa casa que la sostenía sin que fuera necesario tocar el suelo con los pies. Y en aquel preciso momento vio cómo por todos los balcones iban llegando de sus distintos cuentos el simpático Peter Pan, la bella Blancanieves, la reluciente y blanca Cenicienta y la pequeña Caperucita, entre otros muchos príncipes, brujas, hadas, duendes, reinas, caballeros y niños, para instalarse en la hermosa terraza que había en lo más alto del edificio. En muy poco tiempo, los personajes de todos sus cuentos se encontraron reunidos en aquel lugar protegido por los brazos de un inmenso dinosaurio.
–¿Quién quiere quedarse a vivir en esta casa para siempre? –preguntó el Príncipe Feliz.
Y uno a uno fueron levantando la mano mientras decían a la vez: ¡Yo!, ¡yo!, ¡yo!
–¡Pero esta casa no es nuestra! –dijo serio el Soldadito de Plomo.
–Pues habrá que pedir permiso al autor –comentó obediente Caperucita¬–.¿Alguien sabe por casualidad de quién es en verdad esta casa?
Y la mayor de las Tres Mellizas, culta y rápida, respondió:
–La construyó un catalán que se llamaba Gaudí; lo explica uno de mis cuentos.
–Que seguramente debe estar muerto –añadió sonriente el pequeño de los tres cerditos.
–Pero aquí casi tocamos el cielo. Podemos preguntarle si nos la deja para vivir –sugirió inocente Blancanieves, arropada por sus siete enanitos.
–¡Pero cómo va a respondernos desde el cielo! –dijo preocupado el Patito Feo.
–Hay que intentarlo. Nos hemos enamorado de esta casa y no podemos dejarla perder ¬–dijo con confianza Hansel, el hermano de Gretel.
–Sí, sí; hay que intentarlo, hay que intentarlo –clamaron todos al unísono.
–Vamos a ver, ¿se puede saber cómo nos comunicamos con Gaudí? – preguntó juguetón Peter Pan colgado de una de las torres de la terraza.
–Yo creo que cada uno debería hacer una pequeña reflexión y explicarle para qué queremos esta casa –dijo poniendo orden en un tono muy dulce el hada madrina.
Todos entendieron muy bien lo que les proponía el hada, aceptaron por mayoría y sin perder tiempo se pusieron a trabajar. Y al hacerlo se sorprendieron de cómo les iba saliendo lo mejor de sí mismos.
–Señor Gaudí, prometo no decir más mentiras, si me dejas vivir en esta casa –dijo Pinocho.
–Yo prometo no maltratar a Cenicienta ¬–añadió la mayor de las hermanastras.
–Y yo no me avergonzaré más de mi hijo –dijo la madre del Patito Feo.
–Prometo no asustar a Caperucita Roja, si nos dejas vivir aquí… –añadió el lobo muy reflexivo.
–Y yo no echaré de mi reino a Blancanieves porque sea más bella que yo –dijo la madrastra.
Y Gaudí, que descansaba en el cielo justo encima de la casa, escuchaba contento lo que decían uno a uno todos aquellos personajes que iban dándose cuenta de lo que habían hecho sufrir a otros, y le suplicaban un lugar para cambiar.
Gaudí respiraba feliz porque al fin alguien entendía por qué se había esforzado tanto en construir aquella casa. Y cada vez más emocionado, sin poder contenerse, arrancó en un llanto profundo y de sus ojos empezaron a derramarse lágrimas de felicidad.
De repente en aquella terraza empezó a llover cada vez más y más hasta que todos entendieron que Gaudí les estaba invitando a entrar en la casa. Cada uno escogió su lugar, y en tan solo unas horas la casa quedó completamente ocupada. Aquella noche, en la misma sala donde el cuento había empezado, se sirvió una suculenta cena a la que todos asistieron con sus mejores galas. Y a partir de aquel momento, y quizás también por el efecto del champán, en aquella casa se empezaron a ver escenas como a la madre del Patito Feo abrazándole con ternura; a la madrastra pidiendo perdón a Blancanieves y a la enamorada Cenicienta y a su príncipe jugando con sus hermanastras, entre otras muchas cosas que para descubrirlas tendréis que entrar en la casa más hermosa de todos los cuentos que se han escrito jamás.

Autor: Núria Bolaño Cid
País: España
E-Mail: nuboci@gmail.com