Jacinta y el casi cien pies


Autoestima, Confianza en sí mismo, Amor a la naturaleza, Amistad y Respeto a la diversidad
Jacinta era una vaquita de san Antonio bastante solitaria que vivía triste todo el día en la corteza de un árbol viejo y aburrido en un bosque muy lejano a la ciudad. Allí pasaba gran parte del día escondida porque le daba vergüenza que su cuerpo, según un saltamonte vecino que nunca fue a la escuela, no tuviera tantas pecas como tenían las otras vaquitas. Triste, sin amigos y con un carácter muy particular, Jacinta pasaba sus días encerrada sin alegrías ni emociones.
Todas las tardes, cuando el señor sol se escondía salía de su casa a tomar aire y a buscar algo de comida. A veces con su mamá, otras veces con su papá pero casi siempre solitaria y aburrida caminaba por el mismo sendero mirando hacia abajo y sin hablar con nadie…
Una tarde calurosa de verano, mientras avanzaba distraída hacía la laguna donde iba siempre, se chocó con un ciempiés…

_ Acaso no me viste? , le dijo el malhumorado gusano. _ La próxima vez levanta tu cabeza mientras caminas así no te chocas con nadie!, le advirtió el ciempiés gruñón.
_ Te pido disculpas, lo hice sin querer…, dijo tímidamente la vaquita mientras se ponía más colorada que de costumbre.
Aquella tarde los dos siguieron su camino y no volvieron a verse por mucho tiempo.
Una noche de otoño Jacinta llegó a la laguna un poco más tarde que de costumbre y mientras bebía un poco de agua vio en el reflejo de la laguna por la señora luna un montón de zapatitos que colgaban desde arriba de la rama de un árbol. Terminó de beber y cuando levantó vergonzosamente su cabeza vio que arriba de ese árbol estaba sentado aquel personaje con el que había chocado sin querer hacía ya mucho tiempo.
_ Tu otra vez en mi camino!, le dijo con voz fuerte el ciempiés a la vaquita.
_ No vez que estoy por tirarme al agua y no quiero que nadie note que no se nadar?. Le contestó el ciempiés un poco nervioso.
Jacinta no entendía nada… hasta que intrigada se animó a preguntarle: _ Pero cómo fue que subiste tan alto? Por que te quieres tirar si no sabes nadar?
_ No ves que tengo casi cien pies? , le replicó desde lo alto.
_ A caso los insectos con tu nombre no tienen cien pies?, se animó a cuestionarle Jacinta.
_ Eso es asunto mío! , le contestó el malhumorado gusano.
_ Mis amigos que no van a la escuela me los contaron y tengo sólo noventa y ocho ! Y tu por que tienes tantas pecas en tu lomo?, reaccionó el casi cien pies.
_ Acaso te estás burlando de mí? Si hay algo que me avergüenza es que mi lomo tenga tan pocas pecas! , le contestó Jacinta un poco angustiada.
Jacinta creyó que se trataba de una broma, y le pidió que por favor bajara del árbol para no gritar. Por suerte su compañero no tuvo problemas y bajó de aquel sauce para hablar más de cerca con su nueva amiga. Una vez abajo los dos, Jacinta más relajada le preguntó: _Te molesta si cuento tus zapatitos? El casi ciempiés la miró con cara de intrigado y le dijo: _ Adelante! A ver si me sorprendes!
Luego de unos minutos Jacinta gritó: Ciento uno y ciento dos! Y su amigo la miró con mala cara creyendo que se trataba de otra broma.
De repente se abrió una gran flor amarilla que vivía cerca de la laguna y de ella se asomó abruptamente una señora abeja muy trabajadora que por suerte había estado escuchando sin querer toda la conversación.
_ Disculpen pero sin querer estuve escuchando su diálogo, dijo la abeja obrera con cara de yo no fui… Qué diferencia hay entre tener noventa y ocho y ciento dos pies?, cuestionó a sus nuevos amigos el insecto mientras limpiaba sus patas llenas de polen.
Jacinta se quedó pensativa y el casi ciempiés sin palabras… Luego de unos segundos de silencio absoluto la vaquita le preguntó: _ Discúlpame pero qué opinas sobre la cantidad de pecas en mi caparazón? y la abeja le contestó: _ Tienes muchas y son muy bonitas! Pero, qué importa tener más o menos manchas en tu lomo si vives encerrada y nadie las puede apreciar? Míralas que lindas son, y cómo brillan en la oscuridad! , le dijo.
Jacinta se quedó pensativa otra vez, mientras el casi cien pies le sonreía…
No importa el número de pies ni de pecas, ni ser alto, flaco o gordo… importa ser buen insecto o buena persona! _ Exclamó la nueva amiga. Importa vivir la vida con alegría y entusiasmo, haciendo amigos todos los días sin importar si tienen muchas o pocas manchas o pies!
A partir de esa noche los tres insectos se hicieron inseparables y cada tarde que compartían sumaban un nuevo integrante a su auténtico grupo….

Autor: Lucas Achával
País: Argentina
E-Mail: lucachaval@yahoo.com.ar