¿Te cuento un secreto?

Sinceridad, Autoestima, Valentía, Confianza en si mismo, Compasión, Bondad, Tolerancia, Cooperación y ayuda mutua, Libertad, Amor a lo nuestro, Respeto a la diversidad.

¿Te cuento un secreto? Cuando yo era pequeño, si es que aún no he dejado de serlo, me gustaba jugar con muñecas. Tuve varias, pero recuerdo una muy concreta, era alta y ancha,  no estaba hecha con materiales de muy buena calidad, incluso podría decir que he visto muñecas mucho más bonitas, pero yo le tenía un cariño especial. Es curioso como llegó hasta casa, pues debo que decir que ni mi a mi padre ni a mi madre se les hubiese ocurrido jamás regalarme una muñeca, ni por supuesto, me hubiesen permitido verme jugar con alguna, no me preguntéis por qué, pero eso era algo que estaba terminantemente prohibido

Mi muñeca procedía de una tómbola, nos tocó una tarde de suerte en la feria. ¿Para qué queríamos nosotros una muñeca? El rechazo fue generalizado. Éramos tres hermanos, ¿Qué íbamos a hacer con una muñeca blanca y fea? Aquella noche, de camino a casa, mis padres y mis hermanos bromeaban, y se reían, yo también. Por fin tenía una muñeca. Volvíamos a casa compartiendo la risa, aunque sin saber aún, que cada uno poseía un motivo distinto para estar alegres.
Al llegar a casa, mi madre dejó la muñeca en un rincón del salón, esa misma noche, cuando todos dormían, volví sigilosamente, la miré despacio, y vino a mis brazos para siempre. Pero eso si, en secreto.

Recuerdo una tarde que mis hermanos se habían ido y mi madre faenaba en el jardín. Me encontraba solo en casa. ¡Qué bien!  me puse loco de contento, ahora podía sacar mi muñeca del oscuro cajón donde la tenía guardada, pues yo siempre jugaba con ella a escondidas. ¡Por fin podía volver a divertirme con sus maravillosas aventuras!

Eran momentos veloces, lo compartía todo con mi amiga, hablábamos de cosas alegres, y a veces también de cosas tristes,  cantábamos, emprendíamos juntos viajes fantásticos, y sobre todo, nos reíamos tanto… Fue en alguna de aquellas inolvidables tardes que en una de nuestras aventuras a mi muñeca se le salio una pierna.¡Qué espanto! Se acabó la alegría.
Miré a mi muñeca herida, y me invadió una inmensa tristeza.
Tenía que arreglar aquello como fuese, pero ¿cómo?
Estaba solo. Necesitaba ayuda.

Puede parecer una tontería, y yo desconocía por completo que había de malo en aquello, pero nadie podía saber que yo tenía una muñeca y mucho menos que jugaba con ella a escondidas. El asunto era turbio. Demasiado, si se enteraban de aquello  todos podrían enfadarse, ¿Serían capaces de quitarme mi muñeca? 
Volví a mirarla, estaba triste y malherida. La tomé entre los brazos con fuerza. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese.

Tranquila, le dije, pronto te vas a poner bien, ahora sólo espera, y confía mucho en mí.

Salí al jardín a buscar a mi madre. Avancé despacio, inquieto, mudo, mirando al suelo. 
¿Por qué y de qué tenía miedo? 
Nos acercamos. Los brazos de mi madre acariciaron mi cara. Le di lo que llevaba entre las manos.
Me miró. El tiempo se detuvo y… ¡¿qué diréis que ocurrió?¡

No sabría explicarlo. Sólo recuerdo silencio. En ese instante preciso, mi memoria ha tejido una luz  dulce y cálida con forma de abrazo.

Lo que importa es que así conseguí lo que me había propuesto: arreglar mi muñeca.
Después, aún volvimos a pasar después muchas tardes juntos, mi muñeca y yo, aunque ya no tan a escondidas. Pero eso es otra historia.

Y éste ha sido mi secreto.
¿Te cuento otro?
Nunca le había contado a nadie esta historia.
 
                                                                  Fin

 

AUTOR: Pedro José García Gambín

PAIS: España

E-MAIL: pedroggambin@hotmail.com