Un lugar llamado Paz

Flexibilidad, Tolerancia, Amor a la naturaleza y al esfuerzo y trabajo conjunto

Había una vez un país llamado Paz. Era un lugar hermoso y lleno de alegría. No había demasiadas leyes en paz, pero sí tres muy importantes:
 
1. No pelear.
2. Aceptar a las demás personas tal y como son, sin importar el color, su religión o su sexo.
3. No querer, a toda costa, las cosas de los demás.

Los habitantes de otro lugar llamado El Mundo querían vivir en Paz porque se daban cuenta que todos allí eran muy felices, pero les costaba mucho cumplir las tres reglas de Paz.

Un día, llegaron a vivir en Paz, Agustín y sus papás. Agustín era un pequeño niño acostumbrado a tener todo lo que quería, a que las cosas se hicieran como él quería y a pensar que él era más importante que los demás.

Esa mañana, Agustín salió al jardín a jugar y vio a otro niño jugando con las mariposas.

¡Quiero jugar! – dijo Agustín al otro niño.

El niño lo miró y le sonrió – Claro que sí, juega conmigo. Me llamo Compartir. – se presentó el niño.

Agustín pensó que era un nombre raro pero quería jugar con las mariposas y se sentó al lado de Compartir.

Quiero la mariposa que tienes en tu hombro – exigió Agustín. Agustín estaba dispuesto a pelear con Compartir si Compartir le decía que no. No le importaba porque él quería esa mariposa.

Pero Compartir, que se adaptaba muy fácilmente a la forma de ser de los demás, le dijo “Claro que sí, llámala y ella irá”. Así lo hizo Agustín y se rió a carcajadas cuando la mariposa fue con él y, de este modo, se entretuvieron un buen rato jugando, ellos y la mariposa. Agustín la pasó muy bien esa mañana y aprendió que no necesitaba exigir las cosas, que podía pedirlas amablemente porque, de todas formas, Compartir se las iba a prestar y, también aprendió Agustín, que era divertido ofrecerle sus juguetes a Compartir porque entre los dos podían jugar a muchas más cosas que si jugaba solo.

A la tarde, después de comer, Agustín salió corriendo al jardín, esperando encontrarse con Compartir, pero Compartir ya no estaba. En su lugar, había una niñita con un color de piel distinto al de Agustín y una cruz distinta a la suya colgando de su cuello. A Agustín lo enfadó todo esto. Ella no era Compartir y ya no se iba a divertir. La niñita lo saludó con la mano y sonriéndole, le preguntó – “¡Hola! Mi nombre es Convivencia. ¿Quieres jugar conmigo?”. Agustín, enojado, le respondió “No quiero jugar contigo, eres una niña y muy rara además”. Convivencia, que era muy tolerante, no hizo caso de su comentario y le dijo “Podemos jugar carreras o escondidas si quieres”. Agustín pensó que mientras esperaba que apareciera Compartir, bien podía pasar un rato con Convivencia, y aceptó. Agustín y Convivencia jugaron toda la tarde. Entre los dos, hicieron una casita de madera y se divirtieron mucho. A Agustín ya no le importaba que fuera niña y tampoco le parecía rara, simplemente era distinta, como todos, ya que nadie es exactamente igual a otro.

A la noche, Agustín les contó a sus papás todo lo que había hecho durante el día con Compartir y Convivencia. Sus papás estaban muy asombrados ya que, como Agustín era un niño egoísta y poco tolerante, nadie quería jugar con él.

-¿No peleaste con ellos? – preguntaron sus papás.

-. No – respondió Agustín – porque con Convivencia y Compartir se puede jugar sin pelear.

Esa noche, Agustín soñó que todos los habitantes de El Mundo vivían en Paz.

 

AUTOR: Mariel Fernanda Vales
PAIS: Argentina
E-MAIL : marielfvales@yahoo.com.ar