UNA EXPERIENCIA MARAVILLOSA

LA PSICOMOTRICIDAD COMO MEDIO PARA QUE LOS NIÑOS CONOZCAN SU CUERPO Y APRENDAN A CONTROLARLO

Susana Zamora Morales

A lo largo de mi vida, con los niños he aprendido a disfrutar cada momento de ella.

Desde que tenía  10 años tuve que trabajar.

Éramos  8  hermanos y yo era una niña hiperactiva, o “muy inquieta, latosa, desobediente e intrépida”, como decía mi mamá.

Empecé cuidando a un niño, Paco. Él tenía apenas 8 meses.  

Cuando creció, empecé a darme cuenta que me gustaba ser maestra.

Juntos jugábamos: cuando le daba de comer, jugábamos a la comidita; cuando le cambiaba el pañal, jugábamos a la mamá y al hijo;

cuando salíamos al parque, jugábamos a las escondidas, a las estatuas de marfil; cuando se dormía, yo también me dormía.

Le enseñé a hacer muchas cosas: a hacer gracias: por ejemplo: “ojitos”, decir adiós; a bailar cuando escuchábamos música. Le enseñé a ser independiente, como comer con la cuchara, a avisar cuando tenía ganas de hacer pipí, a desvestirse y a vestirse. Cuando tenía un año, lo llevaba a la guardería, y me daban ganas de llorar también, cuando él se quedaba llorando. ¡Cómo lo extrañaba cuando no estaba conmigo!

Fue ahí cuando descubrí mi vocación: me gustaban los niños. Me gustaba ser maestra.

Estudié la Carrera de Puericultista con muchas dificultades, ya que mis papás no tenían dinero para pagar los materiales que me pedían.

Con la ayuda de algunas amigas y el poco dinero que ganaba cuidando niños, solventé estos gastos.

Cuando terminé mi carrera entré a trabajar  a   una guardería particular.

 Ahí estuve durante un año. Posteriormente entré a un CENDI del DDF, trabajando como Puericultista durante 3 años.

 En 1993 ingresé al ISSSTE a la EBDI N° 156 como niñera. Actualmente tengo la categoría de Educadora Especializada  y trabajo en la EBDI N° 16 DE LA Zona Poniente,  como responsable del grupo de Preescolar 1.

He tenido la suerte de recibir el apoyo de todas las directoras con las que he trabajado, así como los padres de los niños que me han tocado y amigas.

Gracias a este apoyo y estímulo he podido capacitarme para realizar mejor cada día mi labor como educadora.

Como les decía, mi formación básica es de Puericultista pero he buscado siempre la manera de superarme y asisto a todo curso, taller o diplomado que se me atraviesa.

En abril del 2000  tomé un Diplomado, por las tardes, de “Estimulación Temprana y su Influencia en la Salud Física y Mental”, el la Confederación Deportiva Mexicana.

En el mismo año, los sábados, me inscribí a otro Diplomado  en la Escuela Superior de Educación Física, el diplomado en “Psicomotricidad: Una Mirada al Cuerpo”.

Todo lo que aprendía y descubría lo llevaba inmediatamente a la práctica con mis niños,

 en ese entonces, niños de Preescolar.

Conforme pasaban los días, se me ocurrían más ideas que ponían en práctica luego, luego y veía que a mis niños les gustaba.

Eso me motivaba a buscar más y más actividades que llevara a los niños a conocer su cuerpo y controlarlo,

 a disfrutarse a sí mismos y a sus compañeros, y de pasada a  su maestra Susy, como ellos me llaman.      ¡Cómo nos divertíamos!

Conforme pasaba los días me daba cuenta que mis niños eran más hábiles con su cuerpo, tenían más control de sus emociones: eran menos agresivos, más obedientes y cooperadores.

Entre ellos mismos se ayudaban y cuidaban, se buscaban para compartir: un juguete un juego, un libro o alguna actividad.

 

Empecé a enseñarlos a relajarse: les ponía música clásica y les pedía que se acostaran en los colchones, les indicaba que cerraran sus ojitos y escuchando la música les indicaba que sintieran todo su cuerpo: primero su cabeza, las partes de la cara, su cuello, etc., así hasta llegar a los pies. A veces les decía que apretaran sus ojos y luego los aflojaran, igual sus hombros, cuello, brazos, etc.

En otras ocasiones les pedía que se imaginaran una nube muy blanca y que volaran hasta ella, o que nos imagináramos que estábamos en el mar y que nos dejáramos llevar por las olas. De esa manera, conseguía que los niños se relajaran, pero a veces se relajaban tanto que se quedaban dormidos.

 

También los enseñé a disfrutar de la música: música clásica, jazz, ópera, rock and roll, música folklórica de nuestro país y de otros países, música con sonidos de la naturaleza, música suave, con más ritmo, etc.

La escuchábamos, tratábamos de identificar los instrumentos musicales que producía esa música, cantábamos, bailábamos en pareja o solos, con listones, globos, paliacates, etc.;  

dibujábamos al ritmo de la música con distintas técnicas o la poníamos de fondo para realizar otras actividades.

 

Al principio yo seleccionaba la música. Más adelante ellos me pedían la música que querían escuchar y hasta la ponían, porque les enseñé a manejar la grabadora y a cuidar los cassettes.

 

Otra cosa que les enseñé fue  a disfrutar de la lectura de un libro: todos los días, después del desayuno nos sentábamos a leer. Les leía lecturas cortas que encontraba en los libros de primaria de la SEP. Conforme fuimos ampliando nuestra biblioteca, ellos escogían la lectura. ¡Cómo la disfrutaban! Les leía con diferentes voces, según el personaje. Les introducía preguntas sobre lo que podía pasar. La entonación de mi voz, también hacía que estuvieran atentos y pendientes.  Al final de cada lectura, al principio no más de 15 min., les pedía que algún niño nos contara lo que les había leído. Les hacía preguntas cuando al principio les daba trabajo expresarse.

Cuando a veces, a propósito, no les decía que íbamos a leer después del desayuno, ellos me lo recordaban. No me perdonaban la lectura de las mañanas.

Más adelante, ellos leían los cuentos a sus compañeros, ayudados de las ilustraciones. Era asombroso, porque sin saber leer, platicaban lo que decía el texto.

 

También los enseñé a cuidar mascotas. Tuvimos peces, tortugas, cangrejos, hámsteres, periquitos australianos. Me ayudaban a darles de comer, a limpiar su espacio, estaban siempre pendientes de que no les faltara agua y comida, que estuviera siempre limpia “su casita”.

Se pasaban mucho tiempo observando sus movimientos y hábitos de higiene, sus juegos.  Los que no representaban riesgo y no les tenían miedo, los tocaban y jugaban con ellos. Traían de visita a sus mascotas. Claro, siempre con la autorización de la directora  y el apoyo de los padres.

Los enseñé a conocer su cuerpo y a establecer comparaciones con sus compañeritos del otro sexo.

Los enseñé a tocar su cuerpo para sentirlo,

a deshacerse de inhibiciones.

Les permití caminar descalzos para que sintieran la temperatura del piso, la textura, etc. A caminar  con los ojos cerrados o vendados y tener confianza en el compañerito que lo guiaba o a confiar en la voz de la maestra, siguiéndola.

También les di la oportunidad de que con la planta del pie la deslizaran por el cuerpo de su compañero, sintiendo la suavidad de la espalda, la rugosidad de las rodillas, lo duro de los talones y la maraña del cabello, lo aguado de sus nalguitas, lo duro de la frente, etc.

Esta actividad les encantaba y me pedían seguido que la realizáramos.

Trabajamos con globos: por parejas tenían que mantener el globo en el paliacate que tenían que subir o bajar.

 

Tenían que mantener en el aire el globo utilizando las diferentes partes de su cuerpo

.

Sortear diferentes obstáculos sin que se les cayera el globo al piso.

Otras actividades, dentro del salón, para promover su psicomotricidad  era el rasgado de papel periódico: hacíamos tiritas para hacer el “espacio del ratón”. Ya con suficiente papel, jugábamos a las escondidas; se descalzaban y sentían la suavidad del papel en sus pies, con los dedos de los pies lo trataban de levantar. Terminábamos negros por la tinta del papel y el sudor. Pero eso a ellos no les importaba. Tampoco a sus papás, ya que salían muy contentos.

Otra actividad que también les gustaba mucho era hacer bolitas de plastilina para posteriormente tratar de agarrarla con los dedos de los pies y llevarla hasta un lugar determinado. ¡Qué caras hacían! También torcían las manos al intentar agarrarlas. Esto también lo practicaban con bolitas de papel y de unicel.

También los ponía a jugar con diferentes semillas: linaza, alpiste, harina, lentejas, frijol, arroz, maíz, semillas de girasol (éstas no nos duraban mucho porque les enseñé a pelarlas y se las comían igual que los hámsteres).

 Les encantaba pasar las semillas por entre los dedos de las manos, o sentirlas con sus pies descalzos.

Con el alpiste dentro de una cubeta, le soplaban con un popote y  les causaba mucha risa al ver el alpiste saltar con su soplido: lo hacían  con la boca o con la nariz. De esta manera, aprendieron a sonarse adecuadamente. Esto lo hacíamos con confeti también.

Trabajábamos con resistol y engrudo, manipulándolo el tiempo que ellos querían. Al principio no les gustaba la sensación que el engrudo les producía en sus manos. Pero después no querían dejar de jugarlo.

Jugábamos a caminar o correr en diferentes direcciones: atrás, adelante, derecha o izquierda; a diferentes velocidades: rápido o  lento, más rápido o más lento.  

A saltar o a esquivar obstáculos.

 Les di la oportunidad de perder el miedo a hacer las cosas. A darse cuenta de que ellos podían hacerlo aunque nunca lo hubieran intentado. Eran pocos los niños que no se atrevían. Porque sabían que su maestra Susy estaba ahí para apoyarlos, animarlos o consolarlos si no les salía bien a la primera.

Aprendieron a jugar fútbol soccer, voleibol, básquetbol, bádminton, fútbol americano, baseball y tenis, utilizando para ello las pelotas correspondientes.

Con las pelotas conocieron las formas geométricas básicas, ya que tenían que lanzar la pelota a través de los agujeros de la forma que yo les indicaba.

Promovía las actividades con agua. Les encantaba mojarse.

Ayudaban a lavar sus juguetes, sus calcetines, a vaciar agua de un recipiente a otro. A mojarse entre ellos.

Cada cumpleaños, nos quitábamos el merengue de la boca o la mejilla con la lengua, promoviendo así el conocimiento de los músculos que intervenían para hablar y pronunciar alguna palabra difícil.  

Jugábamos a decir adivinanzas, trabalenguas, chistes o anécdotas graciosas.

Me platicaban lo que hacían en sus vacaciones o  lo que les preocupaba, los pleitos de sus padres o los regaños que les daban.  

Aprendimos a escuchar a los demás, a respetar su turno, a alegrarnos de los triunfos propios o ajenos, a llorar las penas de los otros..... y a compartirlo todo.

Los enseñé a montar en bicicleta y me ayudaban a darles mantenimiento. ¡Cómo disfrutaban también la sensación de sentirse libres en la bici o en el triciclo!

Nos encantaba salir de paseo: al Museo de Antropología, a los Parques Recreativos, a la Granja del Tío Pepe. Porque aprendíamos y nos divertíamos.

En pocas palabras, eché a andar su imaginación:  a vencer a los dragones de los cuentos; a nadar en el fondo del mar buscando los pececitos de mil colores, las ballenas, las orcas y las focas;  a volar hasta llegar a las nubes y descubrir las mil formas de ellas.  

¡Los enseñé a ser libres y a disfrutar de la vida!

Cuántas alegrías y satisfacciones nos produjeron todo esto.

Aún las seguía disfrutando cuando por las noches, antes de acostarme, me acordaba de lo mucho que nos divertíamos

.

Me encantaba  ver sus caritas llenas de harina, oírlos reír, verlos saltar como chapulines por todo el patio,

 

verlos hacer castillos de arena, a sentir el arroz en sus pies desnudos, la satisfacción que les producía  manipular el alpiste o apachurrar la masa y estrujar papel.

Recordaba también cómo disfrutaban con las tiras de papel periódico: primero cortándolas ellos mismos con sus manitas y después revolcándose y escondiéndose entre ellas.  

Me fascinaba ver su carita de asombro porque ya podían andar en la bicicleta ellos solos y sentirse libres.

¡Sí, libres como el viento!

Pero qué creen. Se acabó el ciclo escolar y mis niños se fueron. Al  principio me sentí muy, pero muy triste.  Porque ya no los iba a ver. Esto me sucede siempre que llega agosto. Pero sucedió algo maravilloso. Mis niños regresaban a buscarme. ¡Me extrañaban!

  ¡Me decían que me querían mucho! (esto también desde antes de que se fueran me lo decían). Me traían a enseñar sus calificaciones: ¡eran los primeros de su clase!  Al buscarme me traían sus lecturas favoritas y me las leían, ¡sí, me las leían!   ¿Saben los que es eso? 

Me invitan a comer, quieren que vaya a su casa. Y cada vez que tienen oportunidad me dan muchos besos (esto también lo hacían antes de que se fueran: cada vez que me sentaba a tomar un respiro los tenía como muéganos, encima de mí). También quieren irse a dormir a mi casa.

Al través del tiempo y mi trabajo con los niños,  sigo confirmando que elegí la mejor carrera.