El dominio de nuevas habilidades en la primera infancia es siempre motivo de satisfacción y el empezar a caminar es uno de los mayores logros en la evolución del niño. Desplazarse de forma autónoma fomenta su independencia y su autoestima además, con el dominio de esta habilidad dispone de una nueva perspectiva que le ayuda a comprender mejor las distancias, los tamaños, la situación de los objetos en el espacio, etc. El caminar proporciona al niño un mundo nuevo de experimentación, ahora puede desplazarse sin ayuda hacia personas y lugares que le interesan, ampliando sus posibilidades de aprendizaje.
Todos los niños aprenden a caminar, sin embargo, la edad varía de unos casos a otros. Algunos caminan con 9 ó 10 meses, otros con 12 y los más rezagados a los 18 meses. Siempre que el pediatra considere que la evolución del niño es normal, no hay que angustiarse porque aún no domine esta habilidad.
Existen una serie de factores que influyen para que el niño alcance este logro más pronto o más tarde, por ejemplo, la herencia genética, la constitución física o los estímulos que reciba de su ambiente. A través de la herencia que recibe de los padres, los genes del niño obtienen la información que marca en gran parte la evolución del sistema nervioso y de los logros motores. Un niño delgado y de talla media comienza a caminar antes que otro con exceso de peso o con talla elevada. Por otra parte, el buen estado de salud, la alimentación correcta y las expectativas adecuadas de los padres, junto con los estímulos y las posibilidades de experimentación en un medio adecuado, son factores que tienen una influencia decisiva.
Alrededor de los once meses, la mayoría de niños disponen de madurez psicomotora suficiente para comenzar la locomoción porque existe emancipación funcional de las piernas, los pies y los dedos pero, sólo a través de la ejercitación, conseguirán la marcha autónoma.
Aquellos que aún no caminan solos, lo hacen con bastante seguridad si el adulto los sujeta de las manos. Se desplazan con facilidad agarrados a los muebles o a un “correpasillos”. Se dejan caer de nalgas para sentarse o gatear y, agarrados con una mano a un mueble, pueden agacharse doblando el cuerpo por la cintura para coger un objeto del suelo.
Al final del primer año, si aún no camina de forma independiente, si domina pequeños desplazamientos. Generalmente, lleva algún objeto en la mano que le da seguridad al dar los primeros pasos.
Los padres no deben alarmarse si, durante el tiempo en que el niño aprende a caminar, come o duerme peor, esto se debe a que tiene toda su energía y atención concentradas en el nuevo logro. También es habitual que el dominio de otras habilidades, como las lingüísticas, se detengan por cierto tiempo. No hay que dar demasiada importancia a estos cambios, todo volverá a la normalidad cuando consolide la marcha independiente.
En los meses siguientes a dar los primeros pasos, el niño alterna la forma de desplazarse, en unas ocasiones camina y en otras gatea. Posiblemente desea llegar más rápido y gateando lo consigue, también puede estar motivado a veces por regresiones momentáneas a otra etapa anterior que no tienen mayor importancia.
En este momento evolutivo hay que cuidar mucho el calzado que utiliza el niño. El tamaño del pie cambia con rapidez en estos meses, pero esto no justifica que el niño lleve zapatos más grandes de lo que necesitan sus pies. Los pediatras aconsejan zapatos anatómicos, flexibles y cómodos, con suela antideslizante y semidura, de modo que ajusten y sujeten bien el pie, pero sin apretar.
No es aconsejable el uso de taca-taca, con él el niño no experimenta con el equilibrio de su cuerpo y suele retrasar la edad en que empieza a caminar.
Después de sus primeros pasos, el niño puede utilizar un “correpasillos” y, más adelante, juegos de arrastre aunque, para consolidar la marcha, no hay nada mejor que la paciencia y el cariño de mamá y de papá.