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El amor es la estimación, el aprecio, el cariño hacia las personas o las cosas, y sentir amor es la base para la felicidad del ser humano.

El niño desarrolla su capacidad de amar cuando establece relaciones amorosas incondicionales en su ámbito familiar. Aprende a amar a aquellos que lo aceptan, lo cuidan y satisfacen sus necesidades, porque le ofrecen seguridad. Busca amparo en el cariño y la comprensión de sus padres.

Para amar es necesario comprender al otro, de ahí que la comprensión y el amor estén estrechamente unidos. Se ama cuando se comprende, y la falta de comprensión es entendida por el niño como carencia de amor.

Si los padres desean educar para el amor, necesitan ofrecer un ambiente familiar en el que se viva el amor. El niño aprende a amar observando la comprensión y el amor entre sus padres y de ambos hacia él, de este modo facilitan un ambiente de aceptación, respeto, seguridad, confianza y afecto. Cuando los progenitores se esfuerzan por el bienestar de todos los miembros de la familia y en el hogar se respira comprensión y tolerancia, están educando con amor y para el amor. La ternura, la sinceridad, la naturalidad, el reconocer errores y enmendarlos, la firmeza, la paciencia o el saber perdonar de corazón, son algunos de los valores que sustentan la vida familiar amorosa.

No se debe confundir el amor con la permisividad. El hogar permisivo convierte al niño en desordenado, inseguro, incapaz de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir un objetivo, no adquiere una conciencia que dirija su conducta y no tiene capacidad de interiorizar normas morales. Este ambiente familiar suele ser fruto de los padres egoístas que tienen desinterés por la educación de sus hijos.

Tampoco debe relacionarse el amor con la sobreprotección. Vivir implica superar pequeñas frustraciones y dificultades diariamente. Los padres protectores en exceso evitan que el niño se esfuerce o que se enfrente a problemas, toman la iniciativa por él y le facilitan todo. Lejos de sentirse querido, el niño se siente  inepto, inferior, inseguro y dependiente de sus padres.

En un clima familiar amoroso no caben los juicios de valor personal. En ocasiones, los padres deben transmitir el mensaje de no aprobar el comportamiento del pequeño o no estar de acuerdo con su opinión, pero siempre debe quedar claro que a él lo siguen amando incondicionalmente.

Cada niño es un ser único y maravilloso, las comparaciones, las luchas de poder, o las expectativas desajustadas lesionan su autoestima e impiden la interrelación amorosa tanto como la crítica destructiva y el sarcasmo. El pequeño necesita aprobación, apreciación y comprensión para conseguir un equilibrio emocional correcto y los padres pueden contribuir diciéndole lo importante que es para ellos y asegurándose de que se siente querido.

El entorno familiar, como contexto social, debe establecer una serie de normas, pero no es necesario el hogar excesivamente normado e inflexible. Los padres deben ejercer la autoridad con diálogo y tolerancia. No se trata de mandar como ejercicio de poder, de discutir, de imponerse por la fuerza, sino de buscar la razón y la coherencia que ayudan a formar conductas responsables.

Para que el niño se sienta querido, es imprescindible que los padres comprendan la perspectiva de la vida que él tiene, que aprendan a ponerse en su lugar, tratando de ver a través de sus ojos y que se esfuercen por conocer sus inquietudes, intereses y motivaciones. Esto le ayuda a desarrollar su capacidad de empatizar, de simpatizar y de identificarse con los demás, estableciendo vínculos e intercambiando sentimientos.

A medida que crece, el niño va aprendiendo a amar otras cosas fuera del ámbito familiar: a sus amigos, a sus juguetes, a la naturaleza, al medio en que se desenvuelve, etc. Estos sentimientos ya no están tan directamente ligados a una satisfacción personal sino al aprendizaje de vincularse afectivamente a su entorno. En esta etapa, los padres contribuyen ayudándole a ser consciente de los propios sentimientos, a estar en contacto con ellos y a ser capaz de proyectarlos en los demás, es decir, le ayudan a ser capaz de involucrarse emocionalmente con otras personas de forma adecuada.

La consciencia y la correcta expresión de los sentimientos proporcionan al niño la posibilidad de una individualidad auténtica, con aceptación, respeto y seguridad en sí mismo y lo ayudan a mantener un sentido de la identidad propia con autoestima sólida.

Con frecuencia se fomenta en los niños el temor de sentir y de expresar lo que sienten. Si no experimentan sus sentimientos de forma consciente y completa, se exponen a ser vulnerables a la presión de compañeros o adultos, a la necesidad de querer gustar a toda costa y a desarrollar conductas con el único objetivo de conseguir aceptación.

Los padres siempre deben tener presente que, para llegar a amar a los demás, es imprescindible comenzar por amarse a uno mismo.