Sin embargo, muchos padres sienten dudas y temor a la libertad de sus hijos porque piensan que puede provocar desorden, inconformismo o rebeldía. Al respecto, R. Cousinet afirma que “para los niños la libertad supone la posibilidad de construir su orden”. Pensamos, erróneamente, que la educación es algo que los adultos entregamos al niño, pero, en realidad, es un proceso interno por medio del cual interioriza los conocimientos, las pautas de comportamiento y las estrategias necesarias para convertirse en un miembro activo de su contexto social. Por lo tanto, sólo se educa a sí mismo el niño que crece en libertad.
La tutela y la protección de los padres marcan las pautas y los márgenes que se van ampliando, gradualmente, en libertad y responsabilidad, a medida que el pequeño puede asumirlas.
Para poder asumir libertad y responsabilidad, el niño debe avanzar en el desarrollo de la propia identidad y la autonomía personal. Por ello, es imprescindible que los adultos no hagan por el pequeño todo aquello que sea capaz de hacer solo.
Los padres pueden saber el grado de libertad que deben permitir a su hijo si observan su capacidad para administrarla: la conducta que desarrolla, su capacidad crítica, la independencia que demuestra, el cumplimiento de sus deberes, la asunción de pequeñas responsabilidades, etc.
Si los padres educan al niño para ser libre y responsable, deben permitirle que tome sus decisiones y asuma las consecuencias de esas decisiones. La sobreprotección impide que desarrolle la iniciativa propia. El niño sólo aprenderá a ser libre si es capaz de gestionar adecuadamente su libertad. Si los padres lo protegen en exceso, el pequeño irá convirtiéndose en una persona sumisa y conformista que no se equivoca porque no corre riesgos, no toma decisiones y nunca hace nada por sí mismo. La sobreprotección transmite al niño sensación de incapacidad e inseguridad, lesiona su autoestima y bloquea su crecimiento emocional.
La autoridad y la firmeza son necesarias para promover valores y capacidades mientras los hijos dependen de los padres. Estas capacidades facilitan la interiorización de normas de conducta y el progresivo control interno. La autoridad bien ejercida tiene el objetivo de alcanzar la gradual madurez y responsabilidad de los niños, capacitándolos para administrar su libertad correctamente. La autoridad de los padres no debe buscar el marcar distancias y diferencias, sino que el pequeño los iguale, e incluso los supere, en madurez y desarrollo de las competencias.
A muchos padres les preocupa el que ejercer la autoridad los distancie de sus hijos, y que pueda deteriorarse la relación efectiva entre ellos, si le exigen que cumplan con sus obligaciones o le imponen unas normas de conducta. Esta preocupación puede dar lugar a cierta permisividad que produce falta de control interno, convierte a los niños en egoístas y oportunistas e impide su evolución hacia la madurez. Además, el niño crece con la sensación de ser poco importante para sus padres, a quienes les da lo mismo lo que él haga.
Pero no deben confundir la amabilidad o el trato afectivo con la permisividad. Los padres pueden dispensar un trato dulce, tierno y cariñoso, manteniéndose firmes en aquello que consideran fundamental. El niño comprende el amor que mueve a los padres a ejercer la autoridad. Sin embargo, nunca podrá comprender la falta de coherencia, los cambios continuos de permisividad a autoritarismo, o que le exijan algo cuando el modelo que le ofrecen muestra todo lo contrario.
La autoridad tampoco debe confundirse con el autoritarismo que reprime la iniciativa, impide el desarrollo del potencial y convierte al niño en conformista que acata los criterios de los demás o bien en un rebelde permanente. El exceso de normas, mandatos y prohibiciones no estimulan la independencia ni la responsabilidad, sólo asfixian la libertad. En palabras de P. González Blasco “Una autoridad débil no da libertad, sino desconcierto. Una autoridad que grita, desconcierta o atemoriza; pero tampoco educa”.
En el hogar hay que mantener la disciplina. Aunque este valor está desprestigiado en la actualidad, es imprescindible para establecer y conservar el orden, adaptando la conducta del niño a las normas y restricciones que impone la convivencia en sociedad. La disciplina no autoritaria evita la amenaza y el castigo, conduce al pequeño hacia la autodisciplina interior que dirige y canaliza las capacidades para la consecución de objetivos y metas en la vida y es la base para gestionar la libertad personal.
Los adultos sólo pueden comprender y ayudar al niño en su proyecto personal de vida si son capaces de colocarse desde su punto de vista interior y ven las cosas como él las ve. Con un grado elevado de empatía y con mucho amor, le comprenden y le aceptan incondicionalmente, potenciando de este modo las capacidades necesarias para que llegue a convertirse en un adulto libre, responsable y feliz.