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Cooperar implica trabajar juntos, tomar parte de algo con otros para alcanzar un fin común. La cooperación tiene una doble dirección, una reciprocidad: yo beneficio a los demás y ellos me benefician a mí. Sin embargo, cuando se trata de favorecer al otro, nos referimos a la ayuda, ésta tiene una sola dirección: yo ayudo a otro y el otro es ayudado por mí.

La formación del valor de la cooperación es esencial para la convivencia y su correcto desarrollo requiere del esfuerzo de los padres porque el proceso de aprendizaje de la cooperación es largo, requiere de mucha paciencia y comprensión y del conocimiento de las particularidades de cada edad.

Educar la cooperación supone estimular el desarrollo de ciertas actitudes y capacidades del niño, destacando aspectos como los siguientes:

  • Desarrollar la conciencia de formar parte del grupo (familia, clase, amigos, trabajo, equipo, etc.), sentirse unido a los otros y compartir sus objetivos.
  • Compartir sin esperar reciprocidad.
  • Estar abierto y disponible para los demás.
  • Colaborar activamente contribuyendo al bien común sin esperar recompensas individuales.
  • Aumentar progresivamente la capacidad de empalizar con los puntos de vista de los demás.
  • Fomentar la capacidad de participar del bienestar de otros, del autocontrol, de negociar, de resolver conflictos de forma positiva, de compartir el triunfo y aprender del fracaso, de ceder sin someterse, etc.

Desde que el niño nace debe aprender a vivir en sociedad. Establece vínculos con las personas de su entorno porque los necesita para subsistir. El pequeño tiene una tendencia innata a la socialización. Sin embargo, el egoísmo también forma parte de su naturaleza humana, le sirve para cuidarse y protegerse a sí mismo. Para llegar a cooperar es necesario adquirir conciencia de la propia individualidad y de la de los otros, sólo de ese modo existe la interrelación: hablar y escuchar, dar y recibir, ayudar y recibir ayuda, etc.

La cooperación debe estimularse desde las primeros años, en los que las conductas insolidarias y egocéntricas son frecuentes. A medida que el entorno empieza a moldear la personalidad en desarrollo del niño y éste realiza acciones a favor de los demás, el egocentrismo inicial va dando paso a la conducta cooperadora.

Para formar las premisas que servirán de base al aprendizaje de este valor, es necesario promover la realización de múltiples actividades en las que sea necesario coordinar acciones para realizar un trabajo conjunto: prestar ayuda a otros para alcanzar un fin común, sentir alegría colectiva por el logro de un resultado, apreciar la ayuda en momentos difíciles, defender a los compañeros y ayudarlos cuando se encuentran en dificultades, etc.

 No obstante, los padres siempre deben tener presente:

  • Exigir al niño un grado de cooperación adecuado a su madurez. Los padres necesitan conocer a su hijo, confiar en su potencial y ofrecerle apoyo y estimulación en vez de sermones y castigos.
  • El nivel de cooperación que le piden no puede ser mayor al que los padres se exigen a sí mismos.
  • Es importante que sienta la comprensión de los padres sobre sus limitaciones y su egoísmo, pero esto no implica renunciar a pedir su voluntad de cooperación.
  • Los padres y los adultos de su entorno se convierten en modelos y el niño tiende a imitar lo que les ve hacer. Si los adultos cooperan con los demás, el niño tenderá a copiar estas conductas y más tarde las desarrollará por propia iniciativa. Se enseña a cooperar siempre con las acciones y, de vez en cuando, con las palabras.
  • El mejor modo de educar la cooperación del niño es cooperar con él. El pequeño tiene diferentes formas de pedir la cooperación, con palabras, con gestos, con silencios, con su presencia, etc., invita a los padres a jugar, a trabajar juntos, etc.
  • No se fomenta la cooperación al ejercer una autoridad arbitraria, sino aplicando la autoridad objetiva. Imponerse al niño con superioridad y subordinación fomenta las luchas de poder o la indefensión del pequeño. Los padres pueden ejercer su influencia por medio de normas de convivencia compartidas.
  • Planificar en familia, todos juntos, las rutinas y las responsabilidades compartidas y propias. Procurar la participación de todos al exponer los problemas, buscar posibles soluciones y adquirir compromisos compartidos.
  • Hacer ver al niño los errores como oportunidades para aprender: que reconozca el error como responsabilidad sin fomentar el sentimiento de culpa, que se disculpe y resuelva el conflicto en colaboración con la persona o personas a quienes ha ofendido.

En esta sociedad competitiva, conviene reflexionar sobre las orientaciones de Adler y Dreikurs sobre la educación para desarrollar niños con éxito: “Enseñarles a ser cooperadores y responsables, a desarrollar destrezas para la solución de problemas y autodisciplina en un ambiente en el que prevalezca el respeto mutuo. La disciplina positiva enfatiza los principios de dignidad y respeto mutuo entre los padres y el niño. Es una disciplina basada en la cooperación, en el respeto mutuo y en compartir responsabilidades lo que hace más efectiva la convivencia diaria que una disciplina donde prevalezca el control absoluto o la falta de este”.