Resultado de imagen

Los padres se preocupan al comprobar que su hijo miente. Posiblemente porque les han enseñado que mentir es malo y la sociedad no lo aprueba. Cuando se encontramos ante esta situación, el primer paso debe ser averiguar qué es la mentira del niño y por qué miente. El segundo paso consiste en buscar estrategias adecuadas que estimulen el desarrollo de una personalidad sana y el equilibrio emocional.

Necesitan distinguir la mentira de la fantasía. El niño muy pequeño no premedita la mentira porque es incapaz de diferenciar claramente entre su mundo interior y el exterior, lo que tiene vida y lo inanimado, sus deseos o sueños y la realidad. El pequeño transforma y anima los objetos como producto de su imaginación y los cambia en función del momento afectivo: un palo de madera puede ser un compañero de juego, un caballo, una espada, una serpiente, etc. Cuando el niño fantasea no tiene pretensión de engañar o mentir, de hecho cree lo que cuenta, sin distinguir claramente entre lo real y lo fantástico.

El niño disfruta con sus fabulaciones porque le permiten modificar su entorno de acuerdo a sus deseos, se siente feliz porque cambia lo que no le gusta: juega con un amigo imaginario si se siente solo, habla con un abuelo que ha fallecido, es el más fuerte jugando con los muñecos, etc. Sus representaciones imaginarias tienen tanta fuerza como lo que percibe.

La fantasía infantil está íntimamente vinculada con el juego. En realidad, el pequeño ensaya la vida adulta a través del juego simbólico o de simulación. Por medio de este tipo de juegos, el niño pasa de la utilización realista de los objetos a usarlos en una secuencia simbólica asociada a una emoción: juega a las mamás, a comprar y vender, a la guerra, a los médicos, etc. Para los juegos de simulación, el niño suele inspirarse en lo que ve hacer a los adultos de su entorno.

Hasta los cuatro años aproximadamente, el niño considera verdad aquello que experimenta. A medida que crece, poco a poco, aprende a percibir la realidad diferenciándola del producto de su imaginación. No se puede establecer el momento exacto del desarrollo imaginativo, pero entre los cuatro y los cinco años, la maduración de las estructuras cerebrales permite que el niño exprese su imaginación creadora manteniendo el sentido real de su entorno. Es entonces cuando comienza a distinguir lo verdadero de lo fantástico, pudiendo aparecer la capacidad de mentir. No obstante, los niños muy imaginativos, hasta los ocho, nueve o más años podrían continuar fantaseando como lo han hecho en años anteriores.

El niño miente cuando deforma premeditadamente un hecho real, afirma o niega algo que no es cierto con intención de engañar. Al mentir, el pequeño mantiene una idea que está en desacuerdo con la verdad, pretendiendo inducir a error a los demás. Para que exista la mentira infantil debe haber intencionalidad y conciencia de haber modificado un hecho real.

Muchos psicólogos afirman que no se puede hablar de mentira antes de los seis o siete años. Incluso cuando el niño alcanza esta “edad de la razón”, habría que analizar su madurez, personalidad, mundo emocional, lenguaje e imaginación, pues podría ocurrir que no siempre fuera capaz de diferenciar su fantasía de la realidad.

¿Por qué mienten los niños? Los niños pueden mentir por muchas razones, principalmente por imitación o por presión social: para recibir reconocimiento, por quedar bien, para evitar consecuencias desagradables y responsabilidades,  para ser convincente, por timidez, para parecer gracioso, por albergar sentimientos de culpabilidad, de agresividad, etc.

Los niños a menudo afirman o niegan, invirtiendo los datos de la realidad. Estas pseudomentiras son productos originales del pensamiento infantil, creen que enunciando un hecho lo convierten en realidad “por arte de magia”. En ocasiones, los niños también inventan mentiras fantásticas para evadirse de un entorno desagradable o aburrido.

Cuando el pequeño miente, recibe desaprobaciones de los adultos de su entorno, aprende que ésta es una falta grave contraria a las reglas de la conducta adecuada y, normalmente, se siente culpable. El sentimiento de culpa y la preocupación por perder la efectividad de las personas a quienes quiere puede tener consecuencias y provocar cambios en su comportamiento. Con frecuencia, el niño utiliza un mecanismo de compensación que le conduce a seguir mintiendo.

Las mentiras también son un mecanismo de compensación cuando el niño no destaca en los estudios, los deportes, u otras actividades que los padres, maestros o amigos consideran importantes. Para no sentirse incompetente, se crea fantasías que pretende hacer creer a los demás.

Cuando el niño tiene un nivel bajo de autoestima, recurre a la mentira para conseguir el reconocimiento de los demás o para evitar burlas, sarcasmos y desprecios. Si los adultos y otros niños le humillan, critican o ridiculizan, impiden que el pequeño logre su deseo de ser valorado y querido, socavando aún más la imagen que tiene de sí mismo. Ante sentimientos de inferioridad, de fracaso o de infravaloración, para el niño la mentira compensa la deficiencia.

En demasiadas ocasiones, los niños observan circunstancias en las que otros obtienen beneficios con la mentira y consecuencias negativas cuando son sinceros. Cuando el entorno es severo, inflexible, intransigente y se utiliza el castigo con frecuencia, los niños aprenden a mentir para librarse de castigos y enfados. Muchos padres piensan que los niños dejan de mentir por miedo al castigo, este es un gran error y a lo único que conduce es al perfeccionamiento del tipo de mentiras.

Los niños también aprenden a mentir porque los adultos de su entorno les enseñan, sin querer, con su ejemplo: utilizan pequeñas mentiras de convención, de exageración o de defensa para eludir situaciones, por ejemplo, decir que no están en casa para no atender una llamada telefónica, disculparse alegando un malestar inexistente para no acudir a una reunión, etc. Los padres son el modelo a imitar, ellos los observan en todo momento y utilizan las mismas estrategias para evitar las situaciones que no les agradan.

Las mentiras también pueden ser utilizadas para conseguir la atención de los adultos importantes para el niño. El pequeño prefiere obtener la crítica, el enfado o el castigo de las personas que quiere antes que su indiferencia. En muchos casos, los padres le prestan suficiente atención, pero no del tipo que el niño puede necesitar.

 ¿Qué hacer para evitar o corregir las mentiras? La mentira no forma parte de la carga genética del niño, es un comportamiento aprendido, de modo que pueden utilizarse estrategias para evitarlo, disminuir su frecuencia y eliminarlo.
Por ejemplo:

  • Realizar un análisis para determinar las razones que conducen a mentir al pequeño: inseguridad, autoestima baja, temor, llamar la atención, etc., y tratar las razones antes que el hecho de mentir.
  • Facilitar un clima de afectividad, seguridad y confianza para el niño. Aceptarle tal cómo es y enseñarle a admitirse y sentirse satisfecho de sí mismo (con sus cualidades y limitaciones), procurando que nunca trate de imaginarse de manera distinta a cómo es en realidad.
  • Rodear al niño de un ambiente relajado y sincero donde la mentira no tenga cabida.  En este ambiente, los principales modelos de sinceridad a imitar son los padres que, en ningún momento tratan de ser perfectos, admiten sus propios errores, saben pedir perdón y perdonan de corazón. La afectividad y la confianza mutua adulto-niño deben constituir la base la relación.
  • Hacer ver al niño que tiene más ventajas decir la verdad. Alabar su conducta cuando sea sincero. Procurar que jamás obtenga beneficios con la mentira.
  • Propiciar ocasiones para que el niño tenga éxito en lo que hace. Demostrar que no obtendrá castigos por admitir sinceramente que ha hecho o dicho algo que está mal y darle oportunidad para enmendarse.

 

El niño no miente por placer, siempre hay una causa. En muchas ocasiones, la mentira puede ser un grito de socorro pidiendo ayuda para enfrentar una realidad que le resulta difícil aceptar. El amor de los padres por los pequeños debe conducirlos a prestar la ayuda que están necesitando en vez de castigar su conducta.