En la era de la comunicación los cambios de costumbres, de las normas y de las relaciones sociales se suceden con rapidez. En una sociedad de abundancia y consumo (siempre comparada con épocas anteriores) se observa un deterioro en valores éticos y morales. Muchos padres sienten incertidumbre con respecto a la sociedad del futuro y desorientación en el presente, dudando acerca del tipo de educación que deben ofrecer a sus hijos.
Los padres no pueden educar a sus hijos del mismo modo que fueron educados porque la sociedad ya no transmite sus normas de una generación a otra, los cambios son demasiado rápidos y las normas se van estableciendo a medida que se suscitan nuevas situaciones.
Ante la falta de claridad en la forma de educar a los hijos, cada uno de los progenitores tiende a restablecer la dinámica de su familia original en la nueva que ha formado, repitiendo muchos de los errores educativos sufridos o bien haciendo todo lo contrario como forma de rebelarse. Al margen de los errores mencionados, la situación lleva a la diferencia de criterios entre los cónyuges, creando ambientes cargados de permisividad, sobreprotección, autoritarismos desmesurados, etc.
La familia es el entorno que ofrece bienestar a las personas que la componen, sobre todo a aquellos que aún no son autosuficientes. Para conseguir este objetivo, el ambiente debe ser afectivo, seguro, protegido y estimulante. De este modo, las personas pueden ser ellas mismas en el hogar, expresar sus sentimientos e intercambiarlos, pueden equivocarse y experimentar para adquirir una personalidad propia. La familia ofrece un entorno lleno de sustento físico y emocional a través del intercambio de pensamientos, sentimientos y estímulo creativo.
La familia saludable transmite a sus miembros alegría a través de la ayuda, el conocimiento mutuo y la autorrealización. En vez de fomentar sentimientos competitivos, los logros y satisfacciones individuales se sienten como éxitos de la familia entera, sin afectar a las necesidades o a la individualidad de cada miembro. Existe aceptación mutua, que en gran parte es incondicional. Hay poca preocupación por lograr igualdad o repartos equitativos, desterrando la rivalidad corrosiva, los favoritismos y las suspicacias. En la familia poco estimulante, el que dicta las normas acostumbra a ser aquel que grita más, independientemente de su capacidad. Sin embargo, en los hogares sanos las personas hacen aportaciones positivas, la ayuda se recibe con alegría y nadie se siente rebajado por ella.
En este entorno es imprescindible que los miembros tengan una identificación familiar sólida y traspasen los límites de la familia nuclear en sus lazos afectivos, sintiendo que pertenecen a un grupo del que obtienen fortaleza, solidez y vínculos fuertes más allá de las diferencias generacionales. Los miembros de una familia sana demuestran sentimientos firmes, valores, prioridades y conciencia social. Se escuchan entre sí, no se comparan ni compiten, son flexibles, tolerantes, se dan a sí mismos y no ponen condiciones a los sentimientos de cariño, afecto y amor. El calor humano, la confianza, la sinceridad y el respeto crean un hogar afectivo que consolida la autoestima y la estabilidad emocional del conjunto de la familia.
Ser padre implica convertirse en el primer y fundamental educador de los hijos. En líneas generales es suficiente aplicar el sentido común, mucho amor y bastante paciencia. El punto de partida debe ser la reflexión sobre ciertos criterios básicos:
El respeto a la individualidad y a la dignidad del niño, que en ningún caso es una propiedad o capricho de los padres. Estos deben asumir su responsabilidad de ayudar y dirigir al niño hacia su madurez ofreciendo, gradualmente, mayor libertad y autonomía que le ayuden a sentirse útil, responsable de sus actos y asumir las consecuencias que se derivan de ellos.
El amor entre el padre y la madre, y el amor de ambos hacia el niño facilita la creación de un clima de aceptación, respeto, seguridad, confianza y afecto. En este clima no caben los juicios de valor hacia las personas, tampoco las comparaciones, las luchas de poder o las expectativas desajustadas.
Es imprescindible mantener la unidad de criterios, no discutir delante del niño, evitar la violencia verbal, física o psicológica y no contradecirse.
Vivir implica superar pequeñas frustraciones y dificultades diariamente. Los padres protectores en exceso evitan que el niño se esfuerce o que se enfrente a problemas, toman la iniciativa por él y le facilitan todo. En estos casos, los niños se sienten ineptos, inferiores, inseguros y dependientes de sus padres.
Los hogares permisivos, donde los niños hacen lo que les place, les convierte en desordenados, inseguros, incapaces de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir un objetivo, no adquieren una conciencia que dirija su conducta y no tienen capacidad de interiorizar normas morales. Estos hogares suelen ser fruto de unos padres egoístas que tienen desinterés por la educación de sus hijos.
El entorno familiar, como contexto social, debe establecer una serie de normas. Los padres marcan márgenes y pautas que se van ampliando en libertad y responsabilidad a medida que el pequeño puede asumirlas. El exceso de normas, mandatos y prohibiciones, no estimulan la independencia ni la responsabilidad, sólo asfixian la libertad.
Ejercer la autoridad con diálogo y tolerancia. No se trata de mandar como ejercicio de poder, de discutir o de imponerse por la fuerza, sino de buscar la razón y la coherencia que ayudan a formar conductas responsables.
La autoridad y la firmeza son necesarias para promover valores y capacidades. Esta actitud facilita la interiorización de normas de conducta.
No deben olvidar que los padres son el modelo a imitar por los niños, el espejo en el que se miran. Los pequeños hacen lo que ven hacer, no lo que les dicen que hagan.
Disponibilidad y constancia en dedicar tiempo de calidad para las relaciones entre los miembros de la familia.
Comprender al niño siendo capaces de colocarse desde su punto de vista interior para ver las cosas como él las ve, Sólo con un grado elevado de empatía le comprenden y aceptan incondicionalmente.
Nunca imponer al niño las pautas de comportamiento de los adultos.