Los miedos infantiles no deben ser un motivo de gran preocupación para los padres a no ser que, por exagerados, interfieran en su desarrollo. De hecho, el temor puede resultar saludable cuando colabora para que el pequeño sea más precavido y evite situaciones en las que pudiera sufrir accidentes. El niño siente la necesidad de descubrir el mundo sin límites y el temor puede funcionar como señal de alarma frente a los peligros.
Los temores normales que siente el niño durante su infancia son expresión del proceso de maduración intelectual, social y emocional, son miedos imprescindibles para su correcto desarrollo psicológico que va superando a medida que crece. Los factores genéticos y ambientales de cada niño en particular son determinantes para que estos miedos formen parte de la evolución adecuada o se lleguen a transformar en trastornos patológicos de ansiedad. Básicamente, hay tres grupos de miedos más frecuentes: el miedo al sufrir daño físico, miedo a la separación y el abandono y miedo a los animales.
Alrededor de los seis meses, el niño comienza a desarrollar un vínculo muy especial o apego con las personas que atienden sus necesidades habitualmente. A medida que aumenta la intensidad del apego, y el niño empieza a verse como un ser individual separado de sus padres, muestra recelo, e incluso miedo ante los extraños y ansiedad por la separación de las personas de apego. Estos sentimientos continúan durante el segundo año, en el que pueden sumarse los temores a ruidos fuertes, a la oscuridad, a objetos raros, a los animales, a la altura, a caerse, etc. Los miedos son reacciones normales cuando el pequeño aún no conoce ni comprende el mundo que le rodea y lo más importante en estos casos es transmitirle tranquilidad, comprensión, seguridad y mucho cariño, para ayudarle a superarlos.
Al pequeño de un año también le provocan miedo los cambios. Pasar de cuna a la cama, salir del dormitorio de los padres para dormir en su cuarto, el cambio de casa, la primera escolarización, etc., son cambios que no comprende, situaciones nuevas que desconoce y la reacción natural es sentir temor. En ocasiones el miedo surge porque alguien lo estimula, tal vez un hermano u otro adulto que utiliza el miedo del pequeño para conseguir que evite peligros, que se comporte de una forma determinada, etc. También puede aparecer el temor por imitación, por ejemplo, cuando una madre se asusta al escuchar los truenos de la tormenta.
A partir de los dieciocho meses, los niños experimentan temores de distintos tipos. Los padres no deben tomar a la ligera estos temores, por ridículos que les parezcan, ni preocuparse excesivamente de ellos. El mejor modo de enfrentar la situación es explicándole, de la forma más sencilla posible, cómo puede solucionar el problema que tiene y por qué no debe tener miedo a las situaciones, los animales, los fantasmas, etc. que él cree van a aparecer. Deben prestarle ayuda conforme va haciendo frente a estos miedos o temores y alentarle para que, poco a poco, vaya afrontando el temor con su apoyo incondicional.
Si el niño es propenso a tener pesadillas, deben evitar los cuentos de miedo a la hora de acostarlo y vigilar cuidadosamente los programas de televisión que ve. Si el niño se siente seguro con un muñeco o un animal de fieltro con el que se acuesta por las noches, no lo desapruebe. Poco a poco, conforme vaya teniendo más seguridad en sí mismo, irá haciéndole menos falta y terminará desprendiéndose de él.
El alivio de los temores requiere de su presencia. Acuda al lado de su hijo, abrácelo y siéntese a su lado. Los ejercicios de respiración profunda pueden ayudarle a relajarse en muchas situaciones y frotarle la espalda también sirve pero, sobre todo, lo importante es que sienta que cuenta con su comprensión, su cariño y su apoyo.
Los miedos aparecen, desaparecen y cambian a medida que el niño crece. Como se ha comentado, uno de los temores más frecuentes e intensos del niño es la separación de sus padres, el miedo a ser abandonado. Por este motivo, el pequeño se desespera cuando los padres le dejan con otras personas y desaparecen, porque no tiene capacidad de comprender y medir el tiempo y teme que la pérdida sea definitiva. A medida que va madurando, conociendo la realidad y experimentando momentos de separación temporal de las figuras de apego, va superando el temor al abandono.
Si deja al niño al cuidado de alguien, no lo deje dormido si no conoce a la persona que va a cuidarlo, explíquele la situación, presente a la persona que va a cuidarlo mientras usted esté ausente y conceda un tiempo prudencial para que se conozcan antes de marcharse. No salga a hurtadillas cuando el pequeño está aún despierto, el niño es muy sensible al engaño, en esos momentos necesita confiar en usted e ir adquiriendo confianza en sí mismo. Deje a su hijo y a la persona que va a cuidarlo realizando una actividad agradable antes de marcharse, por ejemplo pintando, modelando con plastilina o masa blanda, haciendo juegos de mesa, jugando con sus juguetes preferidos, etc. Familiarice a la persona que se encargará de su cuidado con sus rutinas a la hora de dormir con la debida antelación. Si el niño llora, es mejor hacer frente a las lágrimas, habitualmente se tranquilizará al poco tiempo.
Si tiene miedo a la oscuridad, deje que entre luz en la habitación del niño cuando esté en la cama. Puede comprar autoadhesivos (estrellas, lunas, etc.) que brillan con la oscuridad y adherirlos al techo de la habitación. Apague las luces del cuarto y escuche junto a su hijo los ruidos de la noche, tratando de identificar entre los dos de dónde proceden. De este modo, puede ayudarle para que vaya perdiendo el temor a la oscuridad. También puede enseñarle un poema, una retahíla o una canción, como si fuera un conjuro, que pueda utilizar para calmarse cuando sienta miedo a la oscuridad y leer cuentos en los que el protagonista tenía el mismo problema y lo superó.
Otro tipo de temores que suelen aparecer es el miedo a las sombras. Busque la fuente de la sombra y muéstresela durante el día o con la luz encendida. Lo más eficaz es hacer que las sombras se vuelvan interesantes y divertidas para el niño y no temibles. Para conseguirlo, juegue con su hijo a hacer sombras con los dedos en la pared, coloque siluetas enfocando una sombra sobre un trozo de papel blanco colocado en la pared, marque el dibujo de la sombra y coloreen juntos la silueta proyectada. Jugando en un día soleado, muéstrele cómo él también puede proyectar una sombra.
Si su hijo tiene miedo a los monstruos y a otros seres malvados, en primer lugar reduzca o elimine los programas de televisión o los dibujos animados violentos. Si sus temores continúan, destruya con la ayuda de su hijo a los monstruos. Consiga una bolsa de papel grande para capturar a las " criaturas terroríficas " y, junto con el niño, vayan al lugar donde dice que está, encierren a la criatura en la bolsa y tírenla a la basura, suele dar resultado.
No deben tomar a la ligera estos temores, por ridículos que les parezcan, el niño siempre vive el miedo como algo real. El objetivo de los padres no debe ser el de evitar o negar la existencia de los factores que desencadenan el temor del niño, sino comprender su origen y ayudar al pequeño a resolverlos de forma natural, reforzando la seguridad en sí mismo y en el entorno, de modo que el miedo pierda su fuerza progresivamente, hasta ser vencido por el niño.
Recuerden que lo importante es que los padres sean conscientes de los temores de su hijo y pongan las medidas para superarlos con su ayuda. En todo caso, no se alarmen demasiado, todo lo desconocido suele producir temor, incluso a los adultos, y el niño superará los miedos a medida que vaya conociendo y comprendiendo cual es la fuente que los provoca.
Con estos sencillos consejos y otros que a usted se le ocurran según las características de su hijo, los temores pueden desaparecer fácilmente. Recuerde: usted es su modelo a imitar, si le provoca temor una tormenta es muy posible que el niño sienta miedo también.