También es frecuente que el niño no despliegue estos comportamientos cuando se encuentra en el entorno familiar y sea el maestro quien informe a los padres sobre las conductas de agresión del pequeño.
Es normal que estas situaciones desorienten a los padres cuando ellos no han incitado al pequeño para que se comporte de forma agresiva, entonces, ¿Qué pueden hacer? Sobre todo, no buscar culpables. Ayudan poco al niño pensando que el maestro tal vez no haya cumplido correctamente con su trabajo y, al no controlar a los niños en el aula, se susciten actos violentos entre ellos. Tampoco es aconsejable dudar respecto a la conveniencia de escolarizar más tarde al niño. Es el momento de reflexionar y buscar soluciones conjuntas (familia-escuela) y no de buscar culpables fuera del hogar. Además, conviene comprender que, para el maestro, una de las tareas más ingratas de su trabajo es la de explicar a los padres que el niño, por ejemplo, ha mordido o ha recibido un mordisco de otro compañero.
Desde que el niño nace vive impulsos emocionales que, con el paso del tiempo, la maduración del sistema nervioso y el cuidado afectivo de los padres, etc., van modelando los vínculos afectivos y sus relaciones interpersonales. Como el entorno familiar supone el factor principal de la socialización del pequeño, es imprescindible que en este ambiente se sienta aceptado, comprendido, protegido y amado incondicionalmente. El hogar también es el lugar donde, a través de la imitación, el ensayo y error o las consecuencias de sus actos, desarrolla las actitudes y el comportamiento, incluidas las conductas agresivas.
Los padres exigentes, autoritarios y con actitudes hostiles en la familia, y los que constantemente amenazan, desaprueban, castigan y retan al niño, fomentan que imite el mismo comportamiento para resolver los conflictos que le surgen. También hay que destacar que los resultados son parecidos cuando el pequeño tiene padres excesivamente permisivos que le permiten hacer cuanto le place, convirtiéndose poco a poco en un pequeño tirano caprichoso o bien cuando los padres son demasiado sobreprotectores y le ofrecen de inmediato todo lo que desea de modo que no dispone de una mínima tolerancia ante las frustraciones que implica la relación con iguales.
Por otra parte, existen otros factores, como los orgánicos, que tienen influencia en las conductas agresivas: los problemas frecuentes de salud, una alimentación incorrecta, alteraciones del sistema hormonal o del nervioso (central y vegetativo), molestias de la dentición, etc.
Antes de que el niño acuda a un centro educativo los contactos con iguales suelen limitarse a unos ratitos en el parque, con hermanos o primos en las reuniones familiares o con los hijos de algunos conocidos. En estas ocasiones esporádicas siempre suele haber adultos que dirigen las relaciones. La verdadera interacción social diaria con iguales comienza en el momento de la escolarización. Acostumbrado a ser el centro de atención de su entorno, el niño no sabe compartir la atención del maestro o la posesión de juguetes, y pueden aparecer comportamientos más agresivos que en el entorno familiar.
El niño desea ser el centro de las atenciones, pero también desea relacionarse con iguales. Durante el primer año y medio aproximadamente, ante cualquier conflicto, llora para que el adulto lo resuelva. En este período de edad hay niños que muerden para aliviar las molestias de la dentición y en ocasiones para manifestar afecto, porque la boca está relacionada con las muestras de cariño. Desconocen que morder tenga consecuencias negativas hasta que los adultos se lo hacen entender. Los padres deben explicarle que los mordiscos y manotazos hacen daño, mostrando gestos de disgusto, y enseñarle el modo de dar besos y abrazos como muestra de afecto.
A partir de los dieciocho meses, el niño evoluciona en independencia e intenta resolver los conflictos relacionales solo. Sin embargo, su nivel de lenguaje aún es limitado y, cuando otros niños le quitan los juguetes, suele reaccionar de manera impulsiva y “violenta”, tirando del objeto o “vengándose” con un manotazo, un empujón, un arañazo o un mordisco. En algunos casos también reaccionan pidiendo ayuda al adulto o ignorando el problema, se dejan quitar el juguete. Las agresiones también pueden ser una estrategia que el pequeño utiliza para obtener atención, porque siente inseguridad, ansiedad o celos. Estas formas agresivas de relacionarse van desapareciendo al superar la etapa egocéntrica y con la evolución del lenguaje, porque el niño podrá manifestar verbalmente los deseos, los sentimientos y las emociones.
Los padres necesitan comprender los motivos por los cuales el niño pega, araña o muerde, pero eso no significa que permitan o fomenten este tipo de conductas. Deben decirle “no” con un tono firme de desaprobación, pero tranquilo, inmediatamente después de su acción. Excepto en el caso de que tengan la seguridad de que la motivación de la conducta está provocada por el deseo de obtener atención, le hacen saber que les disgusta el que haga daño a otro niño, obligándole a pedir perdón y a darle un beso. No le prestan atención extra por el comportamiento agresivo ya que lo repetirá siempre que desee atraer la atención.
Los cinco minutos siguientes al comportamiento no jueguen con el niño, no le cojan en brazos, ni permitan que esté junto al niño o adulto al que ha agredido. No hace falta gritar ni hacer aspavientos, se trata de que asocie su conducta negativa con el cese de actividad y de que se aburra por un rato viendo que los demás siguen con su actividad normal.
Está desaconsejado totalmente el azote, pegarle en la boca, morderle, castigarle en un cuarto cerrado, emitir juicios de valor personal, etc. Si el niño observa agresividad en los adultos imitará estas conductas, además no hay que olvidar que el objetivo es corregir su comportamiento, no el hacerle pasar un mal rato.
Muestren al niño cómo relacionarse con iguales jugando y compartiendo, y felicítenle siempre que tengan una conducta positiva con los demás. Con la comprensión, la paciencia y el apoyo de los padres y otros adultos del entorno afectivo, los problemas relacionales pronto desparecen.
La mejor forma de evitar las conductas agresivas es prevenir. Los padres afectivos que exteriorizan los sentimientos y emociones propias, que ayudan al niño a observar y comprender los sentimientos de los demás y le indican la forma correcta de resolver conflictos, le están ofreciendo la mejor base para una educación en valores y relaciones humanas.