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Según diferentes estudios, alrededor del tres o del cuatro por ciento de recién nacidos sufre algún tipo de pérdida auditiva. La detección precoz de un problema auditivo es importante porque los primeros años son fundamentales para adquirir el habla y el lenguaje.

Dentro del trabajo de prevención, en los últimos años se están generalizando las pruebas para examinar la audición del recién nacido. Existen dos tipos de pruebas que son rápidas, seguras y no perjudican al bebé: Emisiones Otoacústicas Evocadas y la Respuesta Auditiva Cerebral. En la primera, el bebé escucha un sonido gracias a un conector de oído y una computadora mide los ecos que regresan del oído. En la segunda prueba, se coloca un pequeño auricular al bebé a través del cual escucha un sonido y el detector mide la respuesta del bebé.
Cuando el recién nacido no supera el primer examen, se realiza una segunda prueba poco tiempo después ya que existe un pequeño porcentaje de casos que, sin superar el examen, tienen una audición normal. Cuando el resultado de la segunda prueba también es negativo, entonces será un especialista en audición quien realice otra serie de exámenes específicos.
Sin pruebas o estudios de detección es muy difícil descubrir la pérdida de audición antes del primer año del bebé. Por este motivo, es necesario generalizar los exámenes auditivos dentro de los tres primeros meses y que el bebé que sufra pérdida auditiva pueda iniciar un programa de intervención antes de los seis meses de edad. De no ser así, los centros de la audición de su cerebro no recibirían estimulación, podría resultar afectada la maduración y el desarrollo de la audición y, como consecuencia, se produciría un retraso del habla y el lenguaje del pequeño.
Aunque la mayoría de los casos de pérdida de audición de los recién nacidos son congénitos, algunos bebés pueden sufrir esta alteración después del nacimiento. Sobre todo, es necesario realizar un seguimiento más específico en el caso de los bebés prematuros, en bebés con infecciones previas, cuando hayan existido problemas respiratorios severos, cuando los bebés sufren otitis frecuentes y cuando toman cierto tipo de medicamentos.
Existen distintos tipo de pérdida de audición, la progresiva y la sensorineural, y en ambos casos, el problema puede ser congénito o adquirido.

  • La pérdida es progresiva o conductiva cuando existe un problema en el oído medio o externo y las ondas sonoras no se transmiten bien al oído interno. Cuando el problema es congénito, está presente al nacer y puede deberse a anomalías del pabellón auditivo, de la membrana timpánica, del conducto auditivo externo o de los huesecillos. Si la pérdida es adquirida, la causa puede ser el exceso de cera, la introducción de cuerpos extraños, tumor en el oído medio, infecciones como la otitis u otras crónicas con líquido en el oído medio, perforación del tímpano o problemas con la Trompa de Eustaquio.
  • La pérdida sensorineural supone la pérdida de la función dentro del oído interno o problemas con la conexión al cerebro. Si el problema está presente al nacer, pudiera deberse a una infección por toxoplasmosis, herpes o sífilis transmitida por la madre. También puede ser hereditario si algún miembro de la familia sufre pérdida de audición o deberse al bajo peso, sobre todo en el caso de bebés prematuros. Cuando la pérdida es adquirida, con frecuencia se debe a un traumatismo, a infecciones, a daños ocasionados por algunos medicamentos o por la exposición continuada a ruidos fuertes.

Los padres pueden constatar el desarrollo normal de la audición observando algunos comportamientos del niño:

  • En los dos primeros meses se sobresalta con los ruidos fuertes, cesa la actividad que realiza, como succionar el chupete, al escuchar el sonido de una conversación y se tranquiliza al oír la voz de la madre.
  • A los cuatro meses dirige la mirada hacia el lugar donde se produce un sonido, alcanza, agarra y suelta sonajeros y emite runruneos utilizando principalmente vocales.
  • A los seis meses voltea la cabeza hacia el lugar donde se produce el sonido e intenta imitar cierta clase de sonidos, sobre todo la vocalización de un adulto cuando ve el movimiento de los labios acompañando el sonido. Al desarrollar la coordinación entre el ojo y la mano, disfruta manipulando objetos sonoros.
  • De los siete a los doce meses localiza sonidos más lejanos en cualquier dirección, responde a su nombre, imita sonidos simples, balbucea y reproduce, primero cadenas de consonantes y vocales, y después sílabas repetitivas como mama, papa, dada, baba, etc.
  • De los trece a los quince meses responde a preguntas sencillas con gestos o sonidos. Reacciona y señala los ruidos inesperados, también señala a personas y objetos conocidos si se le pide, imita sonidos de animales y algunos objetos como el timbre o el teléfono. Responde cuando le llaman desde un lugar alejado, inicia la etapa de holofrases utilizando una palabra como una construcción gramatical completa y los sonidos son más melódicos.
  • De los dieciséis a los dieciocho meses utiliza algunas palabras simples, sigue instrucciones sencillas aunque no se acompañen con gestos, imita mayor cantidad de sonidos y va a buscar un juguete al escuchar su sonido.
  • De los diecinueve a los veinticuatro meses aumenta progresivamente el vocabulario, construye algunas frases de dos palabras, señala partes del cuerpo, intenta repetir los sonidos finales de frases en las canciones infantiles y le pueden enseñar a responder a una audiometría.
  • De tres a seis años va aumentando el vocabulario que utiliza habitualmente, no grita demasiado al hablar si se lo piden, ve televisión a un volumen normal, sigue conversaciones con adultos y otros niños, no contesta con frecuencia con un ¿qué? y no se fija en exceso en el movimiento de los labios de las personas que le hablan.