0 - 3 MESES

 

En este primer año de vida hemos de preocuparnos fundamentalmente del desarrollo del niño en general y de la maduración del cerebro infantil.

Al igual que la ingestión de alimentos pone en funcionamiento todo el aparato digestivo con el que el niño nace, el cerebro para empezar a funcionar necesita de todas las estimulaciones que parten no solamente del interior del propio organismo del niño, sino de todo el entorno o medio externo. El niño, tanto para su desarrollo físico como psíquico, necesita satisfacer las necesidades primarias de sueño, alimentación e higiénicas, así como las necesidades de nuevas impresiones que le van a permitir el conocimiento del mundo natural y social que le rodea.

Después del nacimiento, sobre el sistema nervioso del niño comienzan a incidir un número infinito de excitaciones. Todo su desarrollo va a estar determinado por la interacción constante que se da entre el recién nacido y el mundo que le rodea. Ante dichas interacciones se suscitan múltiples reacciones de respuestas. Podemos afirmar que las actividades tienen una importancia decisiva para su desarrollo. La ausencia de influencias organizadas hacen que inevitablemente se frene el desarrollo tanto físico como psíquico.

En el niño lactante comienzan a dominarse los movimientos de la cabeza y luego los de las manos, dirigidas a coger los objetos que se les presentan. Después desarrollará los movimientos del pecho y la locomoción.

Entre los variados movimientos que domina el niño durante el primer año de vida y las diversas manipulaciones que realiza tienen gran importancia para su desarrollo psíquico. Así por ejemplo, para agarrar un objeto es preciso, ante todo, separarlo en el espacio, distinguirlo, en cuanto figura, sobre el fondo que forman las demás excitaciones percibidas, pero mal discernidas. En segundo lugar, es necesario el movimiento coordinado de los ojos y las manos.

La asimilación de los movimientos es de importancia capital para la totalidad del desarrollo psíquico posterior del niño. Debe tenerse en cuenta que sólo a través de su actividad, el pequeño entra en comunicación con las personas y objetos que le rodean.

Durante el primer año de su vida, la asimilación de los movimientos de las manos pasan a ser para el niño el órgano fundamental del conocimiento. Al actuar sobre los objetos, el niño llega a conocer sus propiedades, rasgos y conexiones. El reflejo de orientación e investigación se manifiesta claramente en los pequeños bajo la forma de un gran número de actos de tanteo y manipulaciones con los objetos.

Al analizar el desarrollo de las acciones que motivan los objetos, se han establecido las etapas y los plazos aproximados siguientes:

Primera etapa (de 0 a 1 mes): etapa de vigilia activa. Corresponde a los breves intervalos entre sueño y sueño.

Segunda etapa (entre 1 y 2.5 meses): etapa de actividad sensorial. Durante este intervalo el pequeño puede concentrarse en el objeto que percibe, lo que es premisa necesaria para el desarrollo de la acción motivada por el objeto.

Tercera etapa (entre 2.5 y 4.5 meses): etapa que precede a las acciones. Durante este tiempo el niño realiza movimientos sencillos, con los dedos y las palmas de las manos, en torno al objeto con el que tropiezan casualmente. El niño pasa la mano por el borde de la manta o toca con una mano los dedos en movimiento de la otra, agita el sonajero, etc. La peculiaridad característica de las acciones previas es su naturaleza arbitraria. No están encauzadas ni dirigidas a nada en concreto, sino que se producen como resultado del roce casual de la mano con el objeto. No se da aún la acción de coger. Los movimientos no están aún vinculados a la dirección de la mirada, ni vienen determinados por la forma, magnitud y localización del objeto en el espacio. A consecuencia de la combinación de las sensaciones visuales con las sensaciones que tienen su origen en los movimientos de palpación, se establecen conexiones entre el trabajo de los ojos y de las manos, lo que significa en sí la formación de las primeras asociaciones inter-analizadoras. Debido a ello el niño comienza a dirigir su mirada y su mano directamente a la cosa que ve, agarrándola y atrayéndola hacia sí. Este éxito en el movimiento consolida la asociación que se ha formado.

Cuarta etapa (entre los 4 y los 7 meses): etapa formativa de las acciones, simples y con resultado, motivadas por los objetos. Son característicos de esta etapa los rasgos siguientes:

  1. Al actuar, el niño realiza algo con el objeto: lo atrae, lo rechaza, lo traslada de lugar, etc.
  2. La acción dirigida hacia el objeto incluye una serie de movimientos marginales, ya que el niño no sabe todavía limitarse a los estrictamente necesarios. Así, por ejemplo, el pequeño pone en acción no solo las manos, sino también los pies, cuando trata de sujetar una pelota.
  3. Los movimientos de palmoteo, golpeteo y lanzamiento se repiten gran número de veces.
  4. Todo el proceso y el resultado de cada acción provocan una reacción emocional positiva.

El proceso de coger evoluciona de un modo apreciable entre los cinco y los cinco meses y medio. Cuando la acción fracasa, el niño llora, hace pucheros y mira de un modo expresivo al adulto, exigiendo de él ayuda. Por consiguiente, ya se orienta hacia el adulto cuando se encuentra en dificultades.

Quinta etapa (entre los 7 y los 10 meses): etapa de acción coordinada. Al alcanzar esta edad, el niño puede realizar acciones simultáneamente con dos objetos, al comparar uno con el otro. Estos actos exigen movimientos coordinados y acordes de ambas manos y de los ojos. Conducen a la asimilación de acciones en dos actos. Para realizar acciones coordinadas, no basta con asimilar correctamente movimientos precisos dirigidos y hábiles sino que también hay que precisar y hacer más complejas las asociaciones motoras visuales.

Sexta etapa (entre los 10 y los 12 meses): etapa de la acción funcional. Al llegar a esta edad, aumenta extraordinariamente la cantidad de acciones que el niño realiza. Por sí solo introduce el palito en el aro, coloca y saca objetos de una caja: bolas, cubos,... Los niños cierran y abren con gran satisfacción las tapas de las cajas, las puertas de los armarios de juguetes, etc. Durante esta etapa hacen también su aparición los actos imitativos ligados a un tema. El niño peina la cabeza de otro, da de comer a su muñeca, lava su cara, limpia la nariz de esta misma muñeca con un pañuelo, etc. Estos movimientos son mucho más complicados y tienen el carácter de toda una cadena de actos.

Estas acciones motivadas por los objetos tienen una enorme importancia, a saber:

  1. Durante su realización el niño influye activamente, por vez primera, sobre los objetos que le rodean. Al modificarlos a través de su propia actividad, llega a conocer las cualidades de los objetos y los nexos que entre ellos existen.
  2. Al actuar con cosas, el niño pasa de la sensación, es decir, del conocimiento de las cualidades aisladas, a la percepción del objeto en su conjunto.
  3. La repetición de acciones que va acompañada de un mismo resultado suscita en el niño la espera de lo que va a suceder. El pequeño comienza a prever el futuro cercano.
  4. Aún cuando el planteamiento de un objetivo sólo es posible cuando se ha asimilado el lenguaje, la relación entre las acciones y el resultado directo que se obtiene y el enfoque de los actos hacia este resultado que se espera no es otra cosa que la preparación práctica para los actos voluntarios dirigidos por la razón.
  5. El logro del resultado que se esperaba mediante la repetición de sus actos, al suscitar satisfacción y alegría, forma en el niño los primeros rudimentos de la conciencia, ya que es todavía el único medio origen de la acción. Los actos motivados por las cosas son el primer paso que facilita el desarrollo de la conciencia del pequeño.
  6. Las acciones que tienen su origen en las cosas, desarrollan la coordinación y concordancia en los movimientos de ambas manos , la coordinación viso-manual, auditivo-visual-manual y su relación con el espacio.

Así, pues, resulta evidente el papel excepcional de esta primera actividad en el desarrollo del niño durante la segunda mitad del primer año de vida. Sólo en aquellos casos en que el adulto pone en manos del pequeño objetos apropiados que se pueden rodar, colocar e introducir, cuando muestra, es decir, enseña al niño a actuar con estos objetos mediante sus acciones, gestos, sonrisas y entonación, el adulto crea una reacción emocional positiva hacia esta manipulación y la acción pasa a ser motivada por las cosas.

El dominio de la marcha es de gran importancia para el desarrollo de la orientación del niño en el espacio. Siendo aún muy pequeño, comienza a percibir los objetos que se encuentran a cierta distancia y en una dirección determinada respecto de él.

Echado en la cama y actuando con objetos, aprende a distinguir el espacio cercano (el espacio al alcance de la mano). Ello exige el que ambos ojos enfoquen al objeto. El pequeño vuelve hacia él la cabeza y extiende los brazos.

Es evidente que la determinación del espacio, sólo es posible cuando se asimilan las palabras cerca, lejos, a la derecha, al lado, encima, etc. Pero la formación de las nociones correspondientes se ve preparada por el reflejo práctico de la posición en el espacio del objeto que se percibe. Ello facilita la función conjunta de la vista (a veces, también del oído) y, especialmente, del tacto.

Las acciones con las cosas conducen al desarrollo inicial de la actividad analítica y sintética. En la práctica, el niño disgrega ya el todo cuando saca una tras otra todas las bolas de la caja; sintetiza cuando levanta una torre de cubos o cuando recoge y mete en una bolsa todo lo que encuentra a mano: su camión, los chanclos de su madre, una cucharilla, los cubitos del juego de construcción, el oso de trapo, etc. El niño supera tenazmente las dificultades hasta alcanzar el objetivo propuesto. El franqueamiento de los obstáculos se logra la mayoría de las veces mediante movimientos de tanteo y orientación e imitación de los actos que realizan los adultos (ve cómo el mayor alcanza la pelota que se ha metido debajo de la mesa e introduce también un palo debajo de este mueble).

En sus desplazamientos por la habitación, primero, y fuera de ésta, después, el niño se enfrenta constantemente con problemas y dificultades que han de ser superados por acciones directas. El éxito en la resolución de uno de estos problemas concretos es una fuerte consolidación con hechos de las conexiones nerviosas que se están formando. El niño adquiere la experiencia que se desprende de la acción práctica. Acumula conocimientos y elabora hábitos. Durante esta actividad práctica se desarrolla la exactitud de la percepción, la rapidez en la orientación y se forman las primeras operaciones mentales: el análisis y la síntesis activa. El pequeño descubre los primeros nexos que existen entre los objetos del mundo externo.

Queremos destacar algunos aspectos:

En primer lugar, que este desarrollo no se produce de una manera espontánea, sino que es el producto de las estimulaciones e influencias, especialmente concebidas y organizadas para encauzar determinados logros y objetivos.

En segundo lugar, diferenciar claramente entre las simples manipulaciones que el niño realiza con los objetos (agarrarlos, tirarlos, apretarlos, entre otros) y las acciones con los objetos que son tales porque ya responden a un propósito determinado: meter objetos en un cesto, caja, etc., sacarlos, armar, desarmar, encajar, colocar unos sobre otros, etc.

Por último, destacamos la estrecha interrelación que muy especialmente en este año de vida se da entre el desarrollo sensorial y el desarrollo motriz. Cuando la mamá en el hogar hacen sonar un sonajero desde distintas posiciones para que él busque de dónde viene la fuente del sonido, se desarrollan las sensaciones auditivas, al mismo tiempo que los músculos del cuello cuando gira la cabeza para localizar el sonido.

Igualmente es necesario señalar que el desarrollo de los movimientos corporales y las acciones con los objetos se acompañan de un lenguaje pasivo aún, pero que ayuda ya al niño; por ejemplo, el rostro de la mamá que tanto busca el niño a veces se acompaña con la pregunta ¿Dónde está? Ya el niño va comprendiendo este significado y responde con sus movimientos de búsqueda.

Cuando hablamos del desarrollo del niño en el primer año de vida, nunca podemos olvidar que en este momento es esencialmente afectivo y por tanto la comunicación con el adulto también ha de serlo (tono de voz, sonrisa, contacto...) en cualquier actividad dirigida a su desarrollo sensorial, perceptual, intelectual, de su lenguaje y conocimiento del mundo que le rodea.

El papel de la comunicación emocional del niño con los adultos consiste en crear un estado de ánimo alegre, aumentando el tono vital general, haciendo más fuerte su actividad , y todo esto favorece el rápido desarrollo locomotor y sensorial del niño.

La comunicación emocional directa es fundamental en el 1er semestre de la vida del niño. En una etapa posterior cobra más importancia y valor la actividad conjunta con el adulto, vinculada a las acciones con objetos.

El proceso por el cual la actividad con objetos guía todo el desarrollo se basa en los factores siguientes:

El niño, al manipular los objetos, los investiga. Aquí el adulto interviene dando un sentido nuevo a las acciones del niño.

El primer objeto de atención del niño es precisamente el rostro del adulto que se inclina hacia él, le sonríe, le habla y ese grado de comunicación inicial, fundamentalmente afectiva, dirige la búsqueda del niño hacia el rostro que poco a poco es reconocido y que inicialmente se asocia a la satisfacción de sus necesidades primarias. Este primer logro alcanzado a través de la comunicación afectiva, permite que su atención se desplace al objeto sobre todo si este resulta brillante, de varios colores y emite sonidos al moverlos. El logro no puede limitarse a la variación del objeto sino que se debe acompañar de movimientos activos para atraerlos hacia sí, hasta que logra el agarre; para ello la propia forma de los objetos debe facilitarlo, así un sonajero que él pueda agarrar y mover para sonar es un objeto indispensable en esta etapa del desarrollo. Colocar varios objetos brillantes en un cordón en la cuna, a una altura que permita que el niño con sus movimientos pueda alcanzarlos es un buen ejercicio.

La palpación de las cosas por el niño es un momento esencial, base de futuras acciones más complejas. Inicialmente es objeto de palpación el propio adulto que se les acerca, sus manos que le agarran, así como el propio cuerpo del niño que toma sus pies y los palpa, los pañales por los que pasa sus manos. Es posible que con estos movimientos iniciales de palpación y agarre, acerque hacia sí los juguetes. Esta es una conducta medios-fines. No se trata de un agarre con fin en sí mismo, sino que el objetivo es atraer otra cosa. Posteriormente podrá hacer esto mismo ya de forma consciente e intencional .

Como hemos expresado desde el primer año de vida es necesario iniciar el desarrollo del oído en los niños. Desde los primeros meses es necesario mostrar a los niños objetos sonoros y hacen que los busquen siguiendo el sonido. Estos sonidos no deben ser bruscos sino armoniosos. A los pequeños les atraen los sonidos melodiosos. Es muy positivo que escuchen música en sus momentos de vigilia y también que el adulto les canten canciones infantiles o las interpreten con algún instrumento musical.

Hablarle al niño desde pequeños aunque no comprenda aun las palabras va dirigiendo su orientación hacia los sonidos de su idioma, base fundamental del desarrollo del oído. Después, cuando empieza ya a articularlos podrá hacer como la vaca o el coche acompañando con movimientos. La imitación de los sonidos que producen los animales contribuirá al desarrollo del lenguaje.