Este mes queremos que te centres en ti, en tu estabilidad emocional, porque de ella va a depender el desarrollo feliz de tu bebé.
Vas a realizar un recorrido hacia tu infancia, tratando de analizar los aspectos de la convivencia familiar que han marcado tu forma de sentir, de relacionarte y de ver el mundo. Te ofrecemos información acerca de las influencias familiares, te ayudarán a reflexionar sobre tus experiencias y a adquirir conocimientos para plantear la educación del bebe después del nacimiento.
Es posible que después de una primera lectura desees implicar a tu pareja, no lo dudes, hazlo. La posterior reflexión acerca de algunos de los aspectos descritos os pueden ayudar a mejorar la calidad de vuestra relación y a crear un clima de seguridad y confianza para proporcionar el mejor ambiente de amor familiar para el bebé.
La familia de origen.
Las experiencias de convivencia en la familia en la que nacemos y crecemos dejan una huella tan enorme que sus consecuencias nos acompañan durante toda la vida. La imagen que adquirimos de nosotros mismos, la forma de relacionarnos con otras personas o nuestra forma de enfrentarnos al mundo se moldean en el ámbito familiar.
Más tarde o más temprano casi todos nos independizamos físicamente de nuestra familia pero no es fácil hacerlo emocionalmente. Prueba de ello es que muchos de nosotros nos pasamos la vida repitiendo el modelo familiar o reaccionando contra él.
Para podernos sentir dueños de nuestra vida, es imprescindible hacer frente a cuestiones del pasado en el entorno familiar que quedaron sin resolver. Necesitamos encontrar el modo de mantener un vínculo afectivo estrecho con nuestra familia, pero manteniendo la independencia emocional.
REFLEXION:
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Ahora has formado una nueva familia y piensas que la felicidad o los contratiempos se deben únicamente a la personalidad de tu pareja y a la tuya. Esto no es del todo cierto, de hecho sois la unión de las experiencias vividas en vuestras respectivas familias de origen. Entre vosotros existe cierta tendencia a percibir y juzgar las situaciones en función de vuestras familias. Las actitudes en cualquier situación pueden ser iguales u opuestas a las de vuestros padres, pero se desarrollan influidas por esas experiencias familiares.
REFLEXION:
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Como todo entorno de convivencia, la familia tiene reglas que, habitualmente marcan los progenitores. Con ellas se definen las expectativas sobre el comportamiento de los componentes del grupo en diferentes contextos y circunstancias, y las consecuencias de sus actos.
A través de la experiencia diaria, el niño o niña va aprendiendo las reglas expresas porque los progenitores o los hermanos mayores las reconocen y comunican abiertamente, y sabe claramente lo que se espera de su comportamiento. Sin embargo, en todas las familias existen reglas tácitas que el niño va comprendiendo a través de la experiencia pero que no se reconocen abiertamente, e incluso en muchos casos se niegan. La mayoría de estas reglas niegan el derecho a tener determinados sentimientos y emociones como enfurecerse, sentir miedo, tristeza o celos, discutir para defender un criterio o postura o bien relacionarse a través del conflicto o la discusión, etc. Además de la ansiedad que siente el niño o niña por las consecuencias de infringir una regla tácita, también existe la culpabilidad por los propios sentimientos y emociones, además de la necesidad de ocultarlos.
La ansiedad que supone el temor y la culpabilidad son sentimientos corrosivos y paralizantes, por eso el niño o niña es capaz de comportarse como los padres esperan de él para evitarlos, aunque esto provoque otros sentimientos autodestructivos.
Los padres aprenden a controlar la conducta del hijo o hija a través de estos sentimientos y amenazan con privarle de su afecto o provocándole temor a ser abandonado. Este tipo de acción es mucho más eficaz que el castigo físico o la privación de beneficios, privilegios o bienes materiales. El temor a ser abandonado o que los padres dejen de quererle le provoca tal ansiedad que cambia su conducta para no sentirla.
También es habitual que los hijos se
sientan responsables del enfado y la ansiedad de los padres, aunque en alguna
ocasión ellos no sean los causantes. A través de estas experiencias
dolorosas aprendemos a respetar reglas que nadie nos ha explicado y de las que
nunca se habla pero también aprendemos que es arriesgado ser “uno
mismo” y a sentirnos culpables por nuestros sentimientos y emociones.
REFLEXION:
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La familia es mucho más que la suma de sus miembros. Cada uno desarrolla una personalidad propia en relación y como respuesta a las otras personalidades que, a su vez, se desarrollan y modifican como respuesta a la suya. Cualquier cambio o problema afecta a todos los miembros y requiere un proceso de adaptación mutua para restablecer el equilibrio. Del modo de adaptarse o reequilibrarse de cada uno de los miembros va a depender no sólo el equilibrio del conjunto, sino también el bienestar general de la familia.
Todos necesitamos la proximidad de las personas queridas, pero también
cierto distanciamiento para mantener libertad, independencia y autonomía.
Desde que nacemos, y a lo largo de nuestra vida, mantenemos una lucha entre
nuestras necesidades de proximidad y distancia con los seres queridos. Cuando
decidimos unir nuestra vida a otra persona para formar una familia, solemos
elegir a alguien con necesidades de proximidad y distancia parecidas a las nuestras.
Sin embargo, esas necesidades van cambiando y los dos miembros de la pareja
se van turnando en los roles de “perseguidor” cuando busca mayor
proximidad y de “perseguido o esquivo” cuando ansía mayor
independencia. Ambos asumen las dos actitudes en distintas situaciones, complementando
el equilibrio.
REFLEXION:
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Piensa que, cuando los miembros de una pareja comienzan a tener serios conflictos por sus necesidades de unión o distancia, y ninguno de los dos reconoce la necesidad de mantener el nivel de tolerancia, es posible que la ausencia de equilibrio termine por distanciar el vínculo afectivo.
Si ya has identificado tu rol más habitual, prueba a comportarte de modo opuesto por unos días, incluso de forma más intensa a los comportamientos de tu pareja. Observa sus reacciones y los cambios que se producen en los dos.
Haz lo mismo con tu padre, tu madre, o algún otro miembro de tu familia de origen con el que siempre has mantenido un patrón fijo de conducta. ¿Qué cambios observas en ti y en la otra persona?.
Nos creamos la fantasía de que en algún lugar encontraremos al compañero ideal que colme todos nuestros deseos de amor, aceptación y seguridad. Anhelamos obtener de esa persona aquello que no nos ofrecieron nuestros padres. Cuando elegimos una pareja, tenemos tendencia a creer que esa persona es todo cuanto deseamos del ser amado, o bien que seremos capaces de hacerlo cambiar. Las expectativas son más intensas cuanto mayor ha sido la sensación de privación de algún tipo en la infancia.
Cuando se constata que la realidad es otra bien distinta, aparece la frustración y la decepción, seguidas de una búsqueda para obtener lo que deseamos de la otra persona, proximidad o distancia. Los métodos pueden ser diversos, desde alabanzas hasta críticas, y en casos extremos, acoso moral o agresiones físicas.
En una relación, demasiada unión puede resultar tan destructiva como demasiada separación. La unión sentimental no significa renunciar a la propia individualidad, sino aprender a estar unidos, receptivos y respetuosos siendo un individuo separado y aceptando la individualidad separada de la pareja.
REFLEXION:
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Posiblemente te uniste a tu pareja creyendo que era igual a ti y que ambos deseabais las mismas cosas en la vida. Seguramente a estas alturas ya te has dado cuenta que no es así. Esto es normal, no existen relaciones con armonía permanente. Lo único que puede crear conflictos es el modo de manejar las diferencias en la pareja y la ansiedad que puedan provocar esas diferencias en vosotros.
REFLEXION:
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Nuestra forma de reaccionar ante los conflictos y las diferencias, la desarrollamos en nuestra familia de origen. Las diferencias entre los miembros de una familia son naturales, y si la convivencia es sana, se toleran sin dificultades. Cuando los componentes de la familia adquieren un buen nivel de autoestima y seguridad en si mismos, las diferencias son positivas y pueden convertirse en ocasiones para fortalecer la personalidad de cada uno. En los casos en que esto no ocurre así, las personas sienten ansiedad por las diferencias en la relación y tratan de hacer cambiar a los demás. Ante este intento de cambio, las personas reaccionan básicamente de una de estas formas:
Obediencia. Frente a la exigencia de uniformidad, este tipo de personas hacen como si no existieran diferencias. Evitan el conflicto, incluso no desean conocer a fondo los valores, pensamientos y sentimientos del otro respecto a algunas cuestiones.
Las personas que adoptan comportamientos de obediencia suelen crear sentimientos de culpa a los demás. Tienen tendencia a hacer todo por los hijos o hijas en una dedicación excesiva provocando que se conviertan en adultos con dificultad para asumir responsabilidades.
También son personas que “enferman” física o emocionalmente. Con frecuencia sienten dolores de cabeza o espalda, depresiones leves, afecciones cardiacas, etc.., como modo de evitar hacer frente a las diferencias
Rebeldía. En realidad, las personas que adoptan esta postura ante los conflictos y diferencias, aparentan querer independencia pero no saben como manejarla. Permanecen próximos, pero rebelándose ante el otro. Están tan preocupados en oponerse a los objetivos de los demás que no son capaces de establecer los suyos propios. Si existe el rol de rebelde es porque hay otra persona que asume la autoridad y, normalmente, se apresura a reparar los daños y hacerse responsable de los actos del rebelde, de forma que éste rara vez sufre las consecuencias de sus actos.
Cuando estas personas llegan a adultos y establecen una relación sentimental, suelen unirse a alguien que ejerza la autoridad para seguir desarrollando el mismo patrón. Frecuentemente, el rebelde suele ser el segundo de los hijos del mismo sexo y tiende a unirse a alguien que es hermano o hermana mayor.
Ataque. Afrontan la ansiedad que les producen las diferencias culpando a otro y procuran hacerlo cambiar por cualquier medio. Cuando se unen dos personas con estas características, cualquier tema puede provocar una batalla donde ambos entablan una lucha de poder con el convencimiento de que el otro tiene que cambiar antes que él. En el fondo, la persona atacante dispone de baja autoestima y, a menos que comience a responsabilizarse de sus propios sentimientos, la situación de ansiedad no disminuirá ante las diferencias.
Repliegue. Esta actitud la adoptan personas que no disponen de otro modo de enfrentarse ante los conflictos y se repliegan, física o emocionalmente. Por lo general sienten impotencia y son incapaces de ser ellos mismos cuando están con una persona que consideran tiene “el poder”. Aparentan ser independientes pero en realidad su propia inseguridad les lleva a mantener la distancia emocional. En estos casos, el corte emocional es directamente proporcional al apego afectivo no resuelto en la familia de origen. En la convivencia con una persona que se repliega, la pareja piensa que es el otro quien tiene “el poder” y no encuentra la manera de mostrarse tal como es.
Siempre pensamos que al vivir independientes de la familia estaremos libres de la influencia que ejerce sobre nosotros, sin embargo, los problemas no terminan y continúan reproduciéndose en la nueva familia que formamos.
REFLEXION:
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Cambiar nuestras actitudes ante los problemas es tremendamente difícil porque aprendimos a desarrollarlas desde la infancia. Si esas actitudes te hacen sentir mal, debes cambiarlas. No es cierto que enfrentes los conflictos de un modo concreto porque forma parte de la herencia genética que has recibido, como tampoco recibirá ese tipo de herencia tu bebé a través de los genes, pero si lo hará a través de las experiencias que viva en vuestra familia.
SE TU MISMA
Es posible que pases el tiempo reaccionando frente a los demás: los comentarios de tu pareja, las críticas de tu madre, las opiniones de los compañeros de trabajo, los juicios de tus amigas, etc., y esto provoca que dejes de lado tus propios objetivos.
Puedes estar unida afectivamente a otras personas sin dejarte llevar por sus opiniones, sus valoraciones o sus deseos. Ese es el único modo de mantener el equilibrio emocional.
Ser tu misma supone saber lo que quieres para ti y esforzarte diariamente por conseguirlo. Para lograrlo es necesario que hagas y digas lo que piensas, sientes y quieres sin temor a que los demás lo aprueben o no. Acepta las diferencias con los demás sin sentirte atacada cuando intenten hacerte cambiar. Se flexible y abierta a la posibilidad de cambiar tu postura si lo consideras positivo.
DEFINE TUS OBJETIVOS Y VALORES
Identifica y ten clara tu propia escala de valores, decide lo que es prioritario y verdaderamente importante para ti. Se coherente con esos valores en cualquier ámbito de tu vida, ya sea personal, familiar o profesional. Puedes expresar tus ideas, aunque sean diferentes a las de las personas con quienes te relacionas afectivamente, sin que eso signifique un ataque agresivo.
Identifica y se fiel a tus valores y objetivos y expresa tus sentimientos. No es necesario decir todo lo que piensas en todo momento, sé sensible a los sentimientos de los demás y procura no herirlos.
Tu valor personal y tu autoestima deben depender exclusivamente de ti y no de la opinión de los otros.
En este momento de tu vida eres hipersensible y puedes creer que percibes señales de desaprobación o rechazo que no existen. Céntrate en ti misma y corta la dependencia de la aprobación de los demás.
Estos consejos no se refieren a egoísmos caprichosos ni suponen una coartada para hacer lo que te plazca sin tener en cuenta a las personas de alrededor.
ESTAR EN CONTACTO CON TUS SENTIMIENTOS
El torrente de hormonas que circulan por tu sangre tal vez te impidan hacer un análisis objetivo de las diversas opciones que se te presentan.
Para reestablecer el equilibrio necesitas distinguir los pensamientos de los sentimientos. Tus sentimientos los creas por los pensamientos que tienes sobre las diversas situaciones, o bien por lo que piensas que significan esas situaciones. Desde tu primera infancia has creado ideas y actitudes hacia ti misma y hacia los demás, y esas ideas y actitudes se han convertido en la base de tus reacciones emocionales. Si tus sentimientos y emociones las creas a través de tus pensamientos, es fácil deducir que si modificas tus pensamientos, los sentimientos y emociones cambiarán también.
ROMPE CON LA DEPENDENCIA EMOCIONAL
Si piensas que en vez de ser tú misma pasas el tiempo reaccionando ante los demás y tu estado anímico depende de las aprobaciones, las críticas o las diferencias con los otros, es el momento de romper con esa dependencia malsana, tu bebé te necesita a ti, no al resultado de las acciones de los demás.
¿Tienes miedo de si te seguirán queriendo tus padres si te muestras tal como eres?, ¿temes que tu pareja te rechace si manifiestas que estás en desacuerdo con él?, ¿acaso piensas que los demás quieren a la imagen que ofreces de ti en vez de a la persona que verdaderamente eres?.
Adquiere confianza en ti misma, las personas importantes para ti seguirán queriéndote y, posiblemente incrementarán el respeto hacia tus sentimientos y emociones. Piensa que si tú no reconoces y respetas lo que sientes, es muy difícil que lo hagan los demás.
SE RESPONSABLE DE LO QUE SIENTE
Normalmente, la mayoría de nosotros pensamos que podemos hacer sentir algo a otra persona, o que otra persona nos hace sentir algo. Esto sólo es cierto cuando hay contacto físico.
Cada uno de nosotros somos responsables de nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos. ¿Cuántas veces dices frases como “me haces enfadar”, “él me ha hecho sentir mal”?.. Reflexiona y cambia estas frases por la verdad: “estoy enfadada”, “me siento mal”. Sólo tú eres capaz de provocar tus sentimientos. Es posible que hagas responsable a otra persona con la intención de hacerla cambiar, desengáñate, no lo vas a conseguir. Si asumes la responsabilidad de tus sentimientos, posiblemente procurarás cambiar algo en ti misma y no en los demás.
ASUME FUNCIONES Y DELEGA
En una relación sana, las personas se turnan asumiendo funciones. Si uno de los dos mantiene un sobrefuncionamiento es porque el otro está subfuncionando. Los cambios de roles son normales y deben realizarse con el consentimiento mutuo.
En ocasiones, uno accede a dejar que el otro se haga cargo de algunos aspectos que hasta ese momento eran parte de su rol y no por ello debe sentir culpabilidad u hostilidad. Habrá otras circunstancias en las que el otro haga lo mismo.
A lo largo de estos nueve meses de gestación, permite y propicia que sea tu pareja quien sobrefuncione, aunque lo hayas hecho tú hasta ahora. El embarazo no es una enfermedad, ni te convierte de la noche a la mañana en una persona débil y desvalida, pero es un período de tu vida en el que necesitas más que nunca eliminar el “exceso de carga” emocional ajeno a tu estado.
RESUELVE LOS TEMAS PENDIENTES CON TU FAMILIA DE ORIGEN
Vuestro hijo o hija os necesita emocionalmente maduros a ambos y esto implica, entre otras cosas, identificar como respondéis ante las diferencias y las situaciones conflictivas y cambiar vuestras percepciones y acciones cuando sea necesario.
Realiza los cambios despacio. No pretendas cambiar todo a partir de hoy, te ha llevado muchos años llegar a ser como eres y no puedes cambiar en unos días. En ocasiones te darás cuenta que no reaccionas como tenias previsto, tómalo como una buena ocasión para aprender de esa experiencia e intentar que no se repita en el futuro.
Como hemos visto, estas reacciones tan importantes para las relaciones afectivas, se forjaron en la familia de origen. Además de identificar y cambiar las reacciones, hay un tercer paso definitivo para resolver esas “cuentas emocionales pendientes”: hablar serenamente con el miembro o miembros de la familia que han sido determinantes en la formación de esas reacciones. Expón tus sentimientos con total honestidad, sin acritud y con mucho amor, como te gustaría que te hablase a ti algún día el hijo o hija que llevas dentro.