PERRIPILÍN



RESPETO


Al duende Perripiplín le gustaba molestar a las pequeñas hadas del bosque. Cuando veía una de ellas, corría tras ella, le agarraba de las alas y no las dejaba marchar, hasta que ellas estuvieran llenas de lágrimas. Se reía de ellas y las asustaba. Las pobrecitas ya no iban a pasear por las tardes, por el miedo a encontrarse con el travieso Perripiplín.

Un buen día, las hadas decidieron reunirse y poner fin a este calvario. Acudieron a la reina de las flores, que siempre actuaba justamente con aquellos que la rodeaban. La reina de las flores decidió hacerle una visita al duende Perripiplín.

 

- ¡Perripiplín, Perripiplín!. ¿Qué está pasando?¿Por qué molestas a tus compañeras las hadas?-

Perripiplín soltó una gran carcajada. -Yo soy más grande, y puedo hacer con ellas lo que quiera.-

-Ah! ¿si? ¿de veras crees que por ser más grande puedes hacer lo que quieras?- Añadió la reina de las flores. -

El viento empezó a soplar y los pétalos de las flores comenzaron a bailar alrededor de Perripiplín, mientras la reina formulaba uno de sus hechizos.

-¡Pétalos y pistilos,

flores de colores,

haced que perripiplín

no se ate los cordones!-

En aquel momento, los cordones de sus zapatos se desataron. Perripiplín se rió. -¿Eso es todo lo que va a suceder?-

Pero, para ese entonces, la reina de las flores ya había desaparecido.

El travieso duendecillo vio un hada volando sobre él. En su rostro se dibujaba una sonrisa maliciosa.- ah! Ya vas a ver, hadita, lo que voy a hacer!-

Perripiplín comenzó a correr tras ella, pero, ¡oh! ¡Amiguitos!, el duende cayó de bruces contra el suelo! Cataplof!!!! Sus cordones desatados le habían hecho tropezar.

El hada, no podía creer lo que estaba viendo. Por primera vez, su travieso compañero no iba a poder salirse con la suya!

Desde aquel momento, cada vez que intentaba molestar a los demás, tropezaba y caía al suelo por causa de sus cordones, imposibles de atar. Las hadas le perdieron el miedo, saltaban sobre su cabeza y se reían de él.

Entonces, Perripiplín comprendió qué se sentía cuando los demás se burlaban de uno mismo, y comenzó a llorar arrepentido por todo el mal que había causado.

-Lo siento. Lo siento. Snif, snif.- balbuceaba el travieso duende.

La reina de las flores se apareció ante él. - Espero que hayas aprendido la lección.-

-Sí , ahora lo entiendo. Snif.- contestó Perripiplín enjugándose las lágrimas. -Todos somos iguales, y merecemos el mismo respeto. Perdonadme compañeras hadas. Me gustaría tanto ser vuestro amigo.- Añadió.

Y la reina contestó: - Estoy segura de que las haditas estarán encantadas de ser tus amigas. Pero, recuerda que la amistad hay que cuidarla. No te olvides nunca de respetar a los demás.-

Desde entonces, Perripiplín fue un ejemplo de buen amigo. Ayudó siempre a sus amiguitas las hadas y en vez de reírse de ellas, empezó a reírse con ellas.

Y colorín colorado, este cuento, se ha terminado. FIN


AUTORA:
Laura Manterola
PAIS: Navarra, España
E-MAIL: lauradana7@hotmail.com