CAMPO FLOR
AMOR A LA NATURALEZA

Campo Flor es un pequeño pueblo en medio de un tranquilo valle. Tiene las paredes blancas y los techos rojos y sus ventanas siempre están abiertas para que entre el aire.

Alrededor hay un bosque tan viejo que tiene barbas y unas montañas grandes como gigantes, que meten sus cabezas en las nubes para refrescarse. Los ríos bajan por el cuerpo de las lomas tan veloces, que los peces saltan las piedras para no golpearse, formando un arcoiris en el aire.

Los vecinos de Campo Flor, que velan por la salud del valle, abren las puertas del pueblo el último día de primavera para que las personas de todo el mundo pasen.

El campo huele a tierra fresca y a flor y parece una acuarela por sus colores.

Los visitantes, que no han visto con frecuencia un lugar tan bello y cuidado, caminan bajo los árboles recogiendo semillas y fotografiando los nidos de las aves; escalan las montañas para tocar las nubes con las manos o se sientan en las aceras del pueblo para ver a los ciervos y las ardillas atravesar las calles. Por supuesto que está prohibido cazar y talar en cualquier época del año. De otro modo, los árboles no serían como ancianos ni los animales fueran mansos y amigables.

Todos los que vienen a Campo Flor, desde su prime viaje, saben que no deben maltratar a las plantas ni a los animales. Aquellos que se atrevieron, alguna vez, a poner sus nombres en los árboles o apedrear un ave, pasaron mucho tiempo sembrando arbustos o cuidando a las crías en el bosque.

A pesar de que existen hombres malos, que no aman la naturaleza ni conocen su importancia, las puertas del pueblo son abiertas cada año en la fecha exacta.

Los que van a Campo Flor aprenden que el mundo puede ser así. Eso es lo que quieren enseñarles los habitantes del valle.

AUTOR: Julio César González Laureiro
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