CREENCIAS  FACILITADORAS Y LIMITADORAS  EN EL PROCESO DE APRENDIZAJE  Y LECTOESCRITURA.

Guadalupe Gómez Pezuela

El cambio es un proceso en múltiples niveles .Hacemos cambios en nuestro entorno; Cambios en las pautas de comportamiento por las que nos relacionamos con el entorno; Cambios en nuestras capacidades y en las estrategias por las  que dirigimos y orientamos nuestro comportamiento;

Cambios en nuestras creencias y en los sistemas de valores por los que motivamos y reforzamos nuestros mapas y sistemas de orientación; Cambios en nuestra identidad, de la que seleccionamos los valores y creencias según los cuales vivimos; Cambios en nuestra relación con aquellas cosas que son más grandes que nosotros; cosas que la mayoría de la gente llamaría lo espiritual.

Empecé a explorar seriamente los procesos que intervienen en el cambio de creencias cuando a mi madre se le reprodujo un cáncer de mama en 1982. Muchas cosas estaban cambiando en su vida: su hijo menor se iba de casa y mi madre debía afrontar lo que su marcha significaba para ella; el bufete de abogados en que trabajaba mi padre se dividía, y él se ponía a trabajar por su cuenta; la cocina, que para mi madre  el corazón del hogar, se había incendiado, y ella se sentía molesta porque la cocina era «su sitio» y en parte representaba lo que era ella en nuestro sistema familiar. Además, trabajaba largas horas como enfermera para varios médicos, venia comentando que «se moría por tomarse unas vacacio­nes.

En mitad de todas estas tensiones de cambio en su vida, se  reprodujo un cáncer de mama con metástasis en el cráneo, la columna , las costillas y la pelvis. Los médicos decían que harían todo lo posible para que se  sintiera cómoda».

Mi madre y yo pasamos cuatro largos días trabajando sobre creencias acerca de sí misma y de su enfermedad. Utilicé todas las técnicas de PNL que me parecieron adecuadas, y para ella    fue una tarea agotadora. Cuando no estábamos trabajando, o comía o dormía. Le ayudé a cambiar diversas creencias limitadoras y a integrar los principales conflictos que habían surgido en su vida a consecuencia de los cambios vitales que se habían presentado. Como resultado de este trabajo sobre sus creencias, mi madre pudo experimentar una mejoría espectacular en su salud y decidió no someterse a quimioterapia, ni radioterapia ni ninguna otra terapia convencional. En el momento de escribir este libro (han pasado siete años) se halla en excelente estado de salud y no ha presentado nuevos síntomas de cáncer. Practica la natación varias veces por semana y lleva una vida plena y feliz en la que no faltan viajes a Europa e intervenciones en anuncios de la televisión. Mi madre es una inspiración para todos noso­tros en cuanto a las posibilidades que tienen las personas con una enfermedad potencialmente mortal.

El trabajo que realicé con mi madre fue decisivo para el desarrollo de modelos de PNL aplicables a la salud, las creencias y los sistemas de creencias. Los modelos que utilizo en la actua­lidad han evolucionado considerablemente en los últimos siete años, y constituyen el punto focal de este libro.

Los sistemas de creencias me interesaban ya antes de traba­jar con mi madre, desde que me di cuenta de que, incluso des­pués de una intervención de PNL «con éxito», algunas perso­nas con las que trabajaba seguían sin cambiar. Al indagar por qué, con frecuencia descubría que las personas mantenían creencias que negaban de algún modo el cambio deseado. Un ejemplo típico de ello ocurrió durante una presentación ante un grupo de maestros de educación especial. Una maestra alzó la mano y me dijo: «Creo que la estrategia de la PNL para mejorar la ortografía es muy buena y la utilizo con todos mis alumnos, pero ¿sabe usted? conmigo no funciona». La sometí a una prue­ba y descubrí que, de hecho, la estrategia de la PNL sí funciona­ba con ella. Le enseñé a deletrear una palabra hasta que pudo hacerla correctamente, tanto al derecho como al revés. Sin embargo, puesto que se creía incapaz de hacerla, desechó la nueva capacidad. Esta creencia le permitía rechazar la evidencia de que, en efecto, podía escribir correctamente.  

Los sistemas de creencias son el marco general que envuelve todo trabajo sobre el cambio que pueda usted hacer. Puede ense­ñar ortografía a cualquier persona siempre que esté viva y sea  capaz de devolver información. Sin embargo, si la persona cree de veras que no puede hacer algo, encontrará alguna manera inconsciente de impedir que se produzca el cambio. Hallará la forma de interpretar los resultados de modo que se conformen con la creencia existente. Para conseguir que la maestra a que me he referido antes utilizara la estrategia para escribir correctamen­te, habría que trabajar antes con su creencia limitadora.

Un modelo para el cambio utilizando la PNL

 Al trabajar con cualquier creencia limitadora, el propósito que usted se plantea es pasar de su estado actual a su estado deseado. El primer paso, y el más importante, consiste en identificar su estado deseado. Necesita usted una representación clara de su objetivo. Si está trabajando con un fumador, por ejemplo, tendrá que hacerle considerar cómo será y qué hará en sus rela­ciones, su vida laboral, su ocio, etc. cuando ya no fume. Una vez haya ayudado a alguien a fijar un objetivo, habrá puesto en marcha el proceso de cambio, porque el cerebro es un mecanis­mo cibernético. Esto quiere decir que una vez la persona en cuestión tenga claro el objetivo, su cerebro organizará el com­portamiento inconsciente de manera que pueda alcanzarlo. La persona empezará a recibir automáticamente señales auto­correctivas que la encauzarán hacia su objetivo.

Hace poco oí hablar de un ejemplo de ello. En 1953, se pre­sentó una tesis doctoral acerca de la fijación de objetivos en una universidad de Estados Unidos. El autor de la tesis descubrió que sólo un 3 por ciento de los alumnos había formulado por escrito sus objetivos en la vida. Veinte años después, en 1973, alguien investigó a los supervivientes de aquel curso y compro­bó que el 3 por ciento de los alumnos que había escrito sus objetivos obtenía unos ingresos superiores a todo, el resto de la clase en conjunto. Éste es un ejemplo de cómo el cerebro orga­niza el comportamiento para alcanzar un objetivo.

Una fórmula para el cambio

Me gustaría presentar mi sencilla fórmula de PNL para el cambio:

Estado presente (problema) más recursos igual a estado deseado.

Estado presente + recursos = estado deseado

Este es en esencia el proceso que se utiliza con todas las téc­nicas específicas que la

PNL ha desarrollado  en los últimos die­cisiete años.

         Estado presente + recursos = estado deseado

    I I I

         Interferencias

         (Entre ellas, las creencias limitadoras)

                    Reconocer las interferencias y trabajar con ellas

Las interferencias más típicas son aquéllas que existen den­tro del individuo. A veces alguien trata de alcanzar un objetivo deseado, pero no es consciente de que el problema que intenta superar está proporcionándole algún beneficio positivo. Permí­tame exponer algunos ejemplos de cómo ocurre esto.

Una mujer puede tener dificultades para perder peso por­que teme que, si lo pierde, los hombres se sientan atraídos sexualmente hacia ella. Perder peso le produciría ansiedad, por­que no sabe si podría manejar adecuadamente esas situaciones.

Cuando un hombre que ha enfermado recibe de su familia cierta clase de atención que no suele recibir normalmente, eso en sí puede convertirse en un motivo para seguir enfermo. Cuando está sano, dan por sentada su presencia y no le prestan la atención que él desea.

Las interferencias pueden adoptar tres formas. La primera es que alguna parte de la persona no quiere cambiar. A menudo la persona no es consciente de esta parte. Una vez trabajé con un hombre que quería dejar de fumar, y todas sus partes conscien­tes estaban completamente de acuerdo. No obstante, había una parte inconsciente de él, «un muchacho de quince años»,», que consideraba que si dejaba de fumar sería demasiado conformista. Si dejaba de fumar ya no sería él mismo. Tuvimos que abor­dar esta cuestión de identidad antes de proporcionarle maneras más adecuadas de ser una persona independiente. Para crear un cambio, hay que querer el cambio de un modo congruente.

Un segundo tipo de interferencia se da cuando la persona no sabe crearse una representación del cambio ni cómo se com­portaría si cambiara. Hay que saber cómo pasar del estado pre­sente al estado deseado. Una vez trabajé con un chico que utili­zaba una estrategia auditiva para aprender ortografía y no sabía hacerlo bien. Intentaba guiarse por el sonido de las letras, y, naturalmente, no lo conseguía, porque para mejorar la ortogra­fía de un modo eficaz hay que ver la palabra y percibir una sen­sación de familiaridad o extrañeza. Le enseñé la estrategia de memoria visual de la PNL, yeso le permitió «saber cómo» se escribe correctamente.

Esto nos lleva a la tercera clase de interferencia. La persona tiene que darse la oportunidad de utilizar sus nuevos conocimientos, y hay algunas maneras bastante                      comunes en que la gente no se da la oportunidad de cambiar.

Con frecuencia la gente necesita un tiempo y un espacio para que se produzca el cambio. Si alguien prueba una estrate­gia eficaz para perder peso y no ve resultados en unos pocos días, no se ha dado una «oportunidad» de cambiar. Así pues, a veces basta que se dé usted tiempo para darse la oportunidad que necesita.

   Tim Hallbom y Suzi Smith encontraron otro ejemplo de esta clase de interferencia cuando hablaban con una    instructora de una escuela universitaria acerca de cómo se podía ayudar a la gente a crear cambios en su vida.

La instructora les dijo: «He leído algo sobre la técnica de la PNL para curar las fobias en Using Your Brain. For a Change, pero nunca la utilizaría porque sólo es una "solución rápida"». En su opinión, para que el cam­bio valiera la pena debía alcanzarse tras un proceso largo y dolo­roso. Tim y Suzi adujeron: «Hemos utilizado este método muchas veces y hemos visto que el resultado puede durar años».

una solución rápida». Esta instructora era una persona que quería ayudar a la gente de una manera más eficaz, pero no podía aprender cómo hacerla porque no se daba la oportunidad, a causa de su creencia fija y limitadora acerca de cómo debía pro­ducirse el cambio.

Resumen

 En resumen, se puede crear un cambio a través de los siguientes pasos:

 l. Identificar el estado presente.

2.Identificar el estado deseado.

3. Identificar los recursos adecuados (estados internos, fisiología, información o habilidades) que se necesitan para pasar del estado presente al estado deseado.

4.Eliminar cualquier interferencia mediante el uso de tales recursos.

  Hay que querer cambiar, saber cómo cambiar y darse la opor­tunidad de cambiar.

Elementos adicionales que influyen en el cambio

Hay cuatro elementos adicionales que pueden influir sobre el cambio y son parte de querer cambiar, saber cómo cambiar y darse uno mismo la oportunidad de cambiar. Estos elementos son: 1) la fisiología, 2) las estrategias, 3) la congruencia y 4) los sistemas de creencias. Cualquier cambio que realice usted se verá influido de alguna manera por cada uno de dichos elemen­tos, que podrían agruparse así:

·   La fisiología y las estrategias tienen que ver con el «saber cómo». ¿Cómo desarrolla usted una conducta determi­nada?

·   La congruencia y las creencias tienen que ver con querer hacer algo o darse uno mismo la oportunidad de hacerla. Tiene usted que ser capaz de establecer un compromiso personal pleno y no luchar consigo mismo ni con otros para poder cumplirlo. Asimismo, también tiene que ser capaz de creer que es posible para usted.

1. La fisiología

La fisiología, en el sentido en que utilizo aquí el término, se rela­ciona con el acceso a los estados adecuados del cuerpo, con situar los procesos fisiológicos en la modalidad apropiada (ver, oír, tocar) para hacer una cosa determinada. Permítame citar algunos ejemplos de lo que estoy diciendo con respecto a la fisiología. Llevo varios años estudiando la lectura rápida y he comprobado que quienes leen más deprisa son los que aprove­chan mejor la fisiología.

Un hombre al que estudié hace lo siguiente para disponerse a leer: coge un libro, lo deja en la mesa y se aparta unos pasos, mientras se prepara para lanzarse sobre él. Se acerca, se apodera de él, lo mira por encima, le da la vuelta rápidamente entre las manos y vuelve a apartarse. ENTONCES es cuando se mete de veras en el asunto: hace crujir los nudillos, se afloja el cuello de la camisa, respira hondo y coge de nuevo el libro al tiempo que se sienta y empieza a leer velozmente. ¿Qué le parece eso?. Es un poco estremecedor. ¡Después de pasar por todo este proceso de preparación, es imposible leer con lentitud! Por otra parte, si pretende leer rápidamente y empieza usted a suspirar, y se arre­llana en el asiento completamente relajado  le resultará un poco más difícil leer con rapidez.

Las estrategias

En PNL, la palabra «estrategias» se utiliza para designar la manera en que las personas secuencian sus imágenes internas y externas, los sonidos, sensaciones, olores y sabores, a fin de pro­ducir una creencia, un comportamiento o un esquema de pensamiento. (Los cinco sentidos los consideramos represen­taciones o modalidades. Nunca experimentamos el mundo directamente: nos lo «re-presentamos» por medio de imágenes, voces y sonidos internos y sensaciones cinestésicas.) Una estra­tegia eficaz utiliza las representaciones más apropiadas en la secuencia más apropiada para alcanzar un objetivo.

Cuando el objetivo es escribir una palabra correctamente, por ejemplo, las personas que tienen buena ortografía casi siem­pre se forman una imagen recordada de la palabra y a continua­ción observan sus sensaciones para asegurarse de que la imagen es «correcta». Las que cometen errores utilizan estrategias inefi­caces, como tratar de formular la palabra fonéticamente o de construir una imagen de la palabra a partir de su sonido. Nin­guna de estas estrategias produce buenos resultados de forma regular.

En el caso de la lectura rápida, mientras la persona vaya subvocalizando, su velocidad de lectura se verá limitada por la velocidad a que sea capaz de hablar. Sea cual sea el estado fisio­lógico en que se halle, su velocidad tendrá un límite. Si pronun­cia las palabras para sus adentros en lugar de verlas, la veloci­dad disminuye, porque las palabras son secuenciales. Para cambiar a una velocidad de lectura superior, tendría que ver las palabras y formarse directamente imágenes de su significado.

Algo que convierte a un individuo en un buen deportista o un buen bailarín es la capacidad de ver cómo la gente hace una cosa y de lanzarse luego a hacerla él mismo. Se podría suponer que lo hacen bien porque tienen mejor coordinación que la mayoría de la gente, pero ¿qué les permite tener una mejor coor­dinación? El mapa que utilizan mentalmente; la secuencia de representaciones y las submodalidades que utilizan. (Las sub­modalidades son las cualidades o elementos más pequeños de cada modalidad. Por ejemplo, entre las submodalidades del sis­tema representativo visual figuran el brillo, la claridad , la localización y el foco; en el sistema auditivo, el volumen, el ritmo, la localización del sonido; en el cinestésico,la presión y la duración del contacto. Cambiar las submodalidades o la secuencia de representaciones hace cambiar la experiencia sub­jetiva de cualquier acontecimiento, con frecuencia de un modo espectacular. )

Todos tenemos «talentos», no porque seamos más listos o tengamos mejores genes, sino porque podemos construir repre­sentaciones robustas para una habilidad o conducta en particu­lar con rapidez y eficacia. Para ilustrarlo, piense en alguna asig­natura de la escuela que aprendió rápida y fácilmente y para la que tenía talento, y luego piense en otra con la que tuvo que esforzarse. Advierta la diferencia en la manera en que se repre­senta cada una de ellas. La diferencia de «talento» está relacio­nada con la estrategia que utilizaba.

3. La congruencia

La congruencia se da cuando asume usted plenamente un com­promiso consciente e inconsciente con un objetivo o comporta­miento determinado. Comer correctamente y mantener el peso adecuado es fácil si «todas las partes» de usted quieren hacerlo, si utiliza la fisiología adecuada y si tiene buenas estrategias para seleccionar y consumir sus alimentos. En cambio, resulta muy difícil si teme usted que comer de un modo sano reducirá su disfrute de la vida. Puede adoptar la fisiología más adecuada y aprender estrategias eficaces, pero no llegará a comer de un modo saludable si el deseo de hacerlo no es congruente.

La incongruencia es a menudo la causa de que algunos com­portamientos sean muy difíciles de cambiar. Cuestiones como fumar, beber en exceso, reducir peso, etc. son problemáticas porque una parte de usted quiere cambiar, pero otra parte (a menudo inconsciente) obtiene algún beneficio positivo del com­portamiento que pretende cambiar.

Una vez, trabajando con una mujer que quería perder peso, le pregunté: «¿Puede decirme qué ocurriría si volviera a ser esbelta?». Me respondió: «Sé exactamente lo que ocurriría. Vol­vería a tener el mismo aspecto que cuando era una reina -de belleza y me detestaba a mí misma». No es de extrañar que lle­vara años esforzándose en vano por reducir su peso. Cuando era una reina de belleza, no tenía control sobre su propia vida. Para ella, poder comer lo que quisiera y cuando quisiera estaba relacionado con tener el control de su vida. Ser delgada signifi­caba que alguien regulaba todo lo que hacía y la juzgaba. Para ella, lo que había en juego era mucho más que simplemente «perder peso». Cuando aplique sus recursos y energías a un objetivo res­pecto al que no sea usted congruente, una parte de usted se opondrá al cambio y seguramente impedirá que se produzca. Antes he llamado a esta parte, en tono humorístico, el «terroris­ta interno». Si es usted congruente respecto a lo que quiere, resulta mucho más fácil encontrar múltiples maneras de alcan­zar el objetivo.

Si se encuentra usted en un sistema mas amplio, como el entorno de una empresa, y hay incongruencias entre los objeti­vos o valores de las personas que trabajan en ella, cualquier pro­yecto que intente usted poner en práctica proporcionará ocasión de conflictos. Cuando está en juego la congruencia, puede usted contratar a los mejores profesionales, recurrir a los mejores ase­sores, comprar el mejor equipo, adquirir el mejor material de enseñanza, y aun así es probable que no obtenga los resultados que desea.   

Los conflictos internos (incongruencias) adoptan muchas formas. Puede haber problemas de congruencia entre lo que usted debería hacer y lo que quiere hacer. Por ejemplo, quizá piense que debería dejar de fumar porque es perjudicial para la salud, pero en realidad quiere seguir fumando porque es lo único que hace por su propia cuenta.

Puede haber problemas de congruencia respecto a lo que usted puede hacer o no puede hacer. Usted sabe que puede pedirle

un aumento a su jefe porque cree que se lo merece, pero lo cier­to es que no puede decidirse a hacerla. Las creencias «no puedo» son más difíciles de identificar que las «debería», por­que la persona está diciéndole: «Sí, quiero hacerla, pero es que no puedo». La persona parece ser perfectamente congruente (se lo parece sobre todo a ella misma), pero algo le impide hacer lo que quiere. Por lo general, a la persona le parece que es sabotea­da desde el interior (surge el «terrorista»). Las creencias «no puedo» suelen proceder de improntas inconscientes. Las improntas se examinan en el capítulo 4.

4. Las creencias y los sistemas de creencias

Las creencias representan uno de los marcos de referencia más amplios para el comportamiento. Cuando usted cree de veras algo, se comportará de un modo congruente con esa creencia. Hay varios tipos de creencias que deben estar bien situadas a fin de alcanzar el objetivo deseado.

Una clase de creencia se denomina expectativa de objetivo, lo cual quiere decir que usted cree que su objetivo es alcanzable. En relación con la salud, quiere decir que usted cree que es posi­ble que la gente supere una enfermedad como el cáncer, por ejemplo. Cuando una persona no cree que un objetivo (como curarse de una enfermedad) sea alcanzable, se siente desespe­ranzada. Y una persona desesperanzada no emprende la acción adecuada para curarse.

Ninguna expectativa de objetivo = desesperanza

Otra clase de creencia recibe el nombre de expectativa de autoeficacia.  Esto significa que usted cree que el objetivo es posible y que usted tiene lo que hace falta para alcanzar el objetivo. Con relación a la salud, esto quiere decir que usted cree que dispone de los recursos necesarios para curarse (aunque crea que necesita reorganizar dichos recursos).

Una persona puede creer que un objetivo es alcanzable para otros -por ejemplo, hay quien puede superar el cáncer-, pero que no es posible para ella misma. Cuando la persona cree que no tiene lo que le hace falta para alcanzar su curación, es típico encontrar en ella una sensación de desamparo. La ausencia de una expectativa de autoeficacia da como resultado una sen­sación de desamparo, y también el desamparo conduce a la inacción.

Ninguna expectativa de auto eficacia = desamparo

Las dos clases de creencias son esenciales para emprender una acción que permita alcanzar los objetivos de salud desea­dos. Cuando alguien se siente a la vez desesperanzado y desvali­do, se vuelve apático. Eso puede presentar un auténtico proble­ma cuando la persona está trabajando con enfermedades que son potencialmente mortales. Cuando trabaje usted sobre las creencias de otra persona, puede ser necesario hacerlo sobre una de estas creencias, o sobre las dos.

Si le pide a una persona que evalúe sus expectativas de obje­tivo y de autoeficacia, se encontrará a menudo con una incon­gruencia. Al preguntar, por ejemplo: «¿Cree usted que se recu­perará de su enfermedad?», muchas veces obtendrá la respuesta verbal: «Naturalmente», al tiempo que la persona menea la cabeza en un gesto de desacuerdo no verbal. Si trabaja usted con una persona basándose únicamente en lo que dice, se le escapará la mitad del mensaje. Cuando alguien le ofrece un mensaje incongruente como el del ejemplo, seguramente convendrá tra­bajar con las partes en conflicto utilizando el «marco de nego­ciación» (del que hablaremos en el capítulo 5) para construir unas creencias adecuadas en cuanto a expectativas de objetivo y de autoeficacia.

La expectativa de respuesta y el efecto placebo

Otra creencia que resulta útil conocer es la llamada expectativa de respuesta La expectativa de respuesta es lo que usted espera que le suceda, ya sea positivo o negativo, a consecuencia de las acciones que emprende en una situación determinada. El efecto placebo es un buen ejemplo de la expectativa de respuesta.

El efecto placebo se presenta cuando una persona responde positivamente a una «droga» que carece de actividad fisiológica: una píldora de harina, una cápsula de sólidos lácteos, una pasti­lla de azúcar o algún otro ingrediente inerte. Se le da el placebo a alguien, se le dice que producirá cierto efecto y, ciertamente, a menudo lo produce. Los placebos presentan con frecuencia un porcentaje de éxitos muy elevado: en promedio, actúan tan bien como las drogas auténticas en aproximadamente una tercera parte de los casos.

Hace unos años estudié una considerable cantidad de inves­tigaciones sobre el tema porque Bandler y Grinder querían comercializar placebos. Su idea era envasarlos en frascos con la etiqueta «Placebos», acompañados de un folleto en el que se explicaría que los placebos se han mostrado eficaces en el trata­miento de diversas enfermedades en «x» número de casos. El comprador podría examinar la lista y calcular sus probabilida­des de éxito en base a las estadísticas.

Mi trabajo sacó a la luz algunas estadísticas interesantes. En el caso del dolor, las investigaciones han demostrado que los placebos pueden funcionar tan bien como la morfina en el 51-70 por ciento de los pacientes" Otro estudio consideraba los placebos desde el punto de vista contrario. En este estudio, los investigadores querían averiguar qué efecto producían las dro­gas auténticas sobre las personas que respondían positivamente a los placebos, para lo cual les administraron dosis de morfina. De esta manera descubrieron que el 95 por ciento de quienes respondían a los placebos respondía también de forma positiva a la morfina. En comparación, sólo el 54 por ciento de las per­sonas que no respondían a los placebos obtenía alivio con la ver­dadera morfina, una diferencia del 41 por ciento. Las personas con una elevada expectativa de respuesta para el alivio lo alcan­zaban. Con datos como éstos, cabe preguntarse por la eficacia de ciertas medicinas.

Otro estudio interesante demostraba que la expectativa de respuesta (la creencia acerca del efecto que produciría la droga) era el principal factor decisorio que influía en los resultados. La droga utilizada en este estudio era el alcohol, y los sujetos se dividieron en cuatro grupos:

l. personas a las que se dijo que se les daría alcohol y se les dio alcohol;

2. personas a las que se dijo que se les daría alcohol y se les dio un placebo;

3. personas a las que se dijo que no se les daría alcohol pero sí se les dio,

4. personas a las que se dijo que no se les daría alcohol y no se les dio.

Los dos grupos a los que se les había dicho que iban a tomar alcohol presentaron respuestas casi idénticas, y muy distintas a las del grupo al que se le había dicho que no iba a tomar alcohol pero sí lo tomó. Los dos grupos a los que se les había dicho que iban a recibir alcohol empezaron a desear que les dieran más; el grupo al que se le dijo que no iba a recibir alcohol pero sí lo recibió no presentó esta reacción. Los varones a los que se había dicho que iban a recibir alcohol (tanto si efectivamente lo ha­bían recibido como si no) tendían a presentar un ritmo cardíaco más lento de lo normal cuando se los colocaba en situaciones que los investigadores denominaban «productoras de ansiedad sexual». Los grupos a los que se había dicho que no iban a reci­bir alcohol (tanto si lo habían recibido como si no) mostraban un ritmo cardíaco acelerado en esas mismas situaciones.

Los investigadores llegaron a la conclusión de que la droga produce tanto un efecto farmacológico como un efecto de expectativa. El estudio señala también que la expectativa de res­puesta es el elemento más importante, por lo menos en aquellos comportamientos afectados por el alcohol. Otro estudio com­probó que hombres y mujeres presentaban distintas respuestas fisiológicas. Como los investigadores no pudieron encontrar la manera de explicar este fenómeno en razón de los efectos far­macológicos del alcohol ni de diferencias fisiológicas entre hombres y mujeres, llegaron a la conclusión de que las respuestas eran en función de las creencias.

En esencia, todos estos estudios apuntan a lo mismo: el efecto placebo (la expectativa de respuesta de cada persona) es un componente muy importante del comportamiento y del cambio.

- Muchas creencias tienen que ver con las expectativas. Si usted no espera curarse de una enfermedad, no hará todas las cosas que  pueden ayudarle a mejorar, especialmente las que quizá presen­ten dificultades. Dicho de otro modo: si usted no cree que su objetivo vaya a cumplirse cuando haya terminado de trabajar sobre la cuestión, o si no cree tener lo que hace falta para alcanzar el objetivo, no hará lo necesario para alcanzarlo.

¿Cómo se cambian las creencias?

Las creencias no se basan necesariamente en un sistema de ideas lógico. De hecho, son notoriamente refractarias a la lógica. Su función no es coincidir con la realidad. Puesto que usted no sabe realmente qué es lo real, tiene que formarse una creencia: es un asunto de fe. Es muy importante tener esto en cuenta cuando se trabaja con una persona para ayudarla a cambiar sus :'creencias limitado ras.

Abraham Maslow explica una vieja anécdota que ilustra bien este punto. Un psiquiatra trataba a un hombre que creía ser un cadáver. Pese a todos los argumentos lógicos del psiquia­tra, el hombre persistía en su creencia. Finalmente, en un deste­llo de inspiración, el psiquiatra le preguntó: «¿Pueden sangrar los cadáveres?». El paciente respondió: «¡Eso es absurdo! Los cadáveres no sangran». Tras pedirle permiso, el psiquiatra le pinchó el dedo con una aguja y extrajo una gota de brillante sangre roja. El paciente se quedó mirando el dedo, completa­mente atónito, y al cabo exclamó: «¡Que me aspen! ¡Ahora resulta que los cadáveres sangran!».

Es un relato humorístico, desde luego, pero en varias oca­siones he trabajado con personas que tienen algo en común con el paciente de esta anécdota. Y ello es especialmente cierto cuando la persona padece una enfermedad potencialmente mortal. La creencia es: «Ya soy un cadáver; ya estoy muerto, y ningún tratamiento servirá de nada. Lo más inteligente que puedo hacer es dejar de luchar contra lo inevitable». Es una dura creencia, porque en el estado actual de nuestros conocimientos nadie puede asegurarle si se pondrá bien o no.

Hace unos años leí un estudio interesante, pero no recuerdo la fuente específica. Una mujer entrevistó a cien «supervivientes de cáncer» con la esperanza de averiguar qué tenían todos ellos en común. La autora del estudio definía a un superviviente del cáncer como una persona a la que se había diagnosticado un cáncer terminal con mal pronóstico de recuperación, pero que pasados diez o doce años seguía viva y sana, disfrutando de la vida. Lo más interesante era que no logró encontrar ninguna pauta común en el tratamiento seguido por cada una de esas personas. Los supervivientes habían recibido toda clase de trata­mientos distintos, como quimioterapia, radioterapia, programas de alimentación, cirugía, curación espiritual, etc. Sin embargo, una cosa tenían en común: todos los supervivientes creían que el método de tratamiento que estaban siguiendo iba a dar resul­tado en su caso. Era la creencia, no el tratamiento, lo que mar­caba la diferencia.

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