La clave de la transformación integral de un país está no tanto en los posgrados universitarios (muy necesarios, por cierto), como en la educación temprana, en el grado de capacitación de sus maestros, en la importancia que un país le dé a la escuela inicial. Se dice acertadamente que si se quiere saber cómo será un país en el futuro, basta con ver cómo son hoy sus escuelas infantiles y, convencidos de ello, ya en alguno de los países del llamado Primer Mundo, los gobiernos invierten porcentualmente más recursos para la educación infantil que para el resto de tramos del sistema educativo.

Hoy la educación inicial, la educación infantil, está siendo objeto de una profunda reflexión en todo el mundo. Y es lógico que así sea, cuando los grandes maestros de la pedagogía de la primera parte del siglo pasado: Vigotsky, Wallon, Piaget, etc., nos indicaban ya la importancia de este tipo de educación. A ello hay que sumarle en la actualidad los impresionantes avances que se están produciendo en el conocimiento de cómo funciona el cerebro humano, a partir de las investigaciones en el campo de las NEUROCIENCIA COGNITIVA. Actualmente, la neurociencia nos demuestra de una manera inequívoca la importancia de una educación muy temprana en el desarrollo del cerebro humano.

Hoy ya sabemos que cuando el niño nace, tiene todo un potencial de posibilidades. Lleva en él muchas promesas, pero esas promesas serán vanas si no reciben del medio humano y físico un conjunto suficientemente rico de estímulos de todo tipo. Las ciencias biológicas contemporáneas, y sobre todo la neurociencia, nos dicen que la materia nerviosa, especialmente desarrollada en cantidad en la especie humana, no puede llegar a su evolución completa si no hay unos estímulos exteriores que provoquen unas reacciones que permitan a esas funciones ponerse en marcha, perfeccionarse y desarrollarse plenamente.

Si proporcionamos estos estímulos en el momento adecuado, la conformación del sistema nervioso, base y soporte del andamiaje intelectual del adulto, será mucho mejor. Tiene mucha razón el autor tejano Robert Fulghum cuando afirma «Todo lo que hay que saber sobre cómo vivir y qué hacer y cómo debe ser, lo aprendí en el kinder. La sabiduría no estaba en la cima de la montaña de la universidad, sino allí, en el arenero». Evidentemente, en el arenero no aprendió las complejas formulas que luego le enseñaron en la universidad, pero sí le dio y abrió la capacidad intelectual para hacerlo.

En estos tiempos ya nadie discute que los primeros años de la vida constituyen los de mayor significación para el desarrollo del ser humano, y toda la comunidad científica está de acuerdo en que en esta etapa se instauran las bases fundamentales del desarrollo de la personalidad, que en las sucesivas fases de la vida se consolidarán y perfeccionarán.

De ahí la extraordinaria importancia que reviste esta edad para el futuro del ser humano como individuo y como persona, y de la necesidad de educar al niño para que alcance los máximos potenciales de este desarrollo, haciendo posible un individuo sano, apto y como suma de todos los individuos, que sea capaz de transformar al mundo, al que sin duda le hace mucha falta cambiar y retomar un nuevo rumbo.

Ahora bien, si ya nadie discute la necesidad de la educación temprana, lo que sí está en un plano de máxima actualidad y polémica es cómo ha de ser esta educación.

En la gran mayoría de las legislaciones educativas que han desarrollado esta etapa educativa, se comprueba que esta se encuentra cargada excesivamente de elementos meramente cognitivos, que está más interrelacionada con la mera INSTRUCCIÓN del niño, en detrimento de la EDUCACION.

Da la sensación que la mayoría de las veces se confunden los términos ENSEÑAR y EDUCAR. Aunque existe una unidad dialéctica entre ellos, entre el término enseñanza y educación hay diferencias. Mientras que la enseñanza es sencillamente transmitir conocimientos (lectoescritura, matemáticas, etc.), educación es un proceso más amplio que, aun incluyendo la enseñanza, podríamos traducir de su término latino como desarrollar o perfeccionar las facultades y aptitudes del niño o adolescente para su perfecta formación adulta.

Está claro que el concepto educación, como se viene utilizando en la actualidad por los sistemas educativos como mero transmisor de conocimientos, hemos de cambiarlo.

Educar es preparar al niño para vivir en sociedad, pero también para transformarla con su actitud, máxime cuando vivimos en un mundo convulso dominado por una relación negativa de las conductas y valores del ser humano, que son el origen de numerosos conflictos sociales: violencia de todo tipo, ya en los mismos colegios, entre los propios niños; deterioro del medio ambiente, marginación, pobreza, consumismo, drogadicción, etc. Si profundizamos en las causas de esta visión negativa fácilmente llegamos al modelo de socialización y de relación predominante en nuestra sociedad: vivimos en la cultura de la violencia y del menosprecio, lo cual es preciso cambiar. Pero también es necesario apuntar que parte de que la sociedad actual sea así, ha sido consecuencia de la educación que hemos venido impartiendo.

Educar hoy, como de una manera implícita define el Artículo 29 de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, debe de ser desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades.

Y para desarrollar su personalidad, hay que educar a la niñez en lo que tradicionalmente conocemos como valores, que en definitiva va a sustentar la personalidad del futuro adulto.

Partiendo de la premisa de que el niño, cuando nace, desconoce las normas, las pautas y los valores morales y sociales de su comunidad, los agentes educativos nos convertimos en facilitadores de experiencias y relaciones que facilitan su progresiva madurez social. A los maestros deberían «dejarles tiempo», a la vez que aportarles elementos para que lo hagan, para desarrollar plenamente su función, que no es otra que la formación de una personalidad rica en valores del niño.

La formación de la personalidad, fin básico de la educación, la educación en valores, en definitiva el pilar del Informe Delors, APRENDER A VIVIR JUNTOS, es evidente que está cobrando con los años más y más relevancia, como recientemente nos manifestó el Dr. Koichiro Matsuura, Director General de la Unesco ante el Grupo de Alto Nivel de la Iniciativa Educación para Todos.

Para aprender a vivir juntos en una sociedad más rica y esperemos que justa, será imprescindible educar desde la primera infancia las normas por las que se rige, o debería regirse, esta convivencia. La solidaridad, la generosidad, el valor del esfuerzo y trabajo, el espíritu crítico, a la vez que corporativo, y así una larga relación de lo que siempre hemos entendido como valores.

En este sentido debería insistirse y cuidarse más: que la educación en valores no fuera un simple eje transversal, sino un área importante, muy importante del currículo, proporcionando materiales a los maestros para poder desarrollarla.

CONVENCIDOS DE ELLO, CUANDO SE REALIZÓ LA PLANIFICACION DEL

1° CONGRESO MUNDIAL:
EDUCACION DE LA INFANCIA PARA LA PAZ

SE PENSÓ QUE DEBERÍA INCLUIRSE UNA SOLEMNE DECLARACIÓN QUE FIJARA LA POSTURA DE LOS MAESTROS SOBRE ESTA MATERIA. ASÍ NACIÓ LA IDEA DE LA DECLARACION DE ALBACETE, LA CUAL SE VIO MATERIALIZADA EN ESTE IMPORTANTE CONGRESO.